Todas las familias importan
Proteger a la familia no es enjuiciar constantemente las formas en que cada pareja quiere configurar libremente su unión sentimental, es preocuparse por el bienestar de sus componentes.
TONI POVEDA 02/01/2011 08:00 Actualizado: 02/01/2011 09:54
La diversidad familiar es una realidad patente en nuestra sociedad: familias formadas por personas del mismo o distinto sexo, monomarentales o reconstituidas son cada vez más cotidianas y visibles. Como en años anteriores, la conferencia Episcopal Española ha vuelto a convocar un acto "en defensa de la familia". Esta celebración no tendría nada de peculiar si no fuera por la obsesión de algunos obispos por denigrar y menospreciar al resto de familias con la excusa de defender y promover la denominada "tradicional".
La diferencia entre quienes defendemos la diversidad familiar y los organizadores de este acto político-religioso es que nosotros creemos que todas las familias importan y, por tanto, requieren de igual protección de los poderes públicos. Ellos se empeñan en defender un único modelo excluyendo los demás, afirmando que la familia, su modelo de familia, está en peligro.
En la presentación del acto, Juan Antonio Reig Pla, presidente de la subcomisión de familia de la Conferencia Episcopal, señaló que esta convocatoria "no va contra nadie", algo difícil de creer si nos atenemos a las consignas que la jerarquía católica reitera todos los años en esta celebración, y mucho más si Reig Pla señala que los matrimonios católicos son menos propensos a la violencia machista que el resto, lo que carece de base real. Muchos obispos se empeñan en confundir sus deseos y su fe con la realidad y los hechos.
Cinco años después de la modificación del Código Civil, que amplió el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo, nadie se cree aquellos apocalípticos mensajes que señalaban el fin de la familia tradicional. Las familias ni están ni estuvieron nunca en peligro. Conviene recordar que tras la reforma legal de 2005, más de 40.000 personas en nuestro país han contraído matrimonio con otra persona de su mismo sexo. El efecto de seguridad jurídica que ha causado en la población LGTB española la modificación del Código Civil va mucho más allá de una mera cuestión estadística.
Así, varias investigaciones realizadas sobre adolescentes LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) muestran que estos jóvenes han recibido una inyección de autoestima, de seguridad en sí mismos y en su futuro desde que el Estado reconoció, legal y simbólicamente, su igualdad. En un sector de población con alto riesgo de sufrir exclusión y acoso, e incluso con elevados índices de suicidio, que el Estado intervenga aportando seguridad y autoestima es de vital importancia, tanto para ellos y ellas como para sus familias. Toda esa inyección de bienestar, de apoyo, de referencia positiva, se ha producido con absoluta normalidad y aceptación por la inmensa mayoría de la población. Según encuestas recientes cerca de un 75% de la ciudadanía acepta plenamente la ampliación del matrimonio tal como se interpreta en la actualidad y está en contra de que se retiren estos derechos adquiridos. ¿Dónde ha quedado ese encarnizado debate del 2005? En la calle no, desde luego.
Proteger a la familia no es enjuiciar constantemente las formas en que cada pareja quiere configurar libremente su unión sentimental, es preocuparse por el bienestar de sus componentes, especialmente de los más vulnerables: los niños y niñas. En este sentido no deja de sorprender la facilidad con la que la jerarquía católica trata de dar carpetazo al mayor ataque que se ha producido a decenas de miles de familias en la historia reciente. Me refiero a los miles de casos de abusos sexuales y físicos a menores por parte de clérigos católicos en nuestro país y en todo el mundo. Sorprende también el silencio cómplice con que la jerarquía católica española está actuando ante las cada vez mayores evidencias que señalan la participación de curas y monjas en los miles de casos de robos de menores y adopciones ilegales que se produjeron en nuestro país entre los años 50 y 80 del pasado siglo.
Sería deseable que la jerarquía católica reflexionase sobre las medidas puestas en marcha para defender a la familia católica a costa de menospreciar al resto, porque es una estrategia errónea, errática e ineficaz que provoca todo lo contrario de lo que pretenden. Según el INE, por primera vez desde que a finales de los setenta se legalizaron los matrimonios civiles, los enlaces civiles superaron en 2009 a los religiosos. Sin duda, otra iglesia es posible. Así lo ponen de manifiesto cientos de miles de cristianos y cristianas de base que no coinciden ni participan de esta continua y equivocada actitud de su jerarquía.
La(s) familia(s) española(s)
Pilar Escario. Psicóloga.
La diferencia entre quienes defendemos la diversidad familiar y los organizadores de este acto político-religioso es que nosotros creemos que todas las familias importan y, por tanto, requieren de igual protección de los poderes públicos. Ellos se empeñan en defender un único modelo excluyendo los demás, afirmando que la familia, su modelo de familia, está en peligro.
En la presentación del acto, Juan Antonio Reig Pla, presidente de la subcomisión de familia de la Conferencia Episcopal, señaló que esta convocatoria "no va contra nadie", algo difícil de creer si nos atenemos a las consignas que la jerarquía católica reitera todos los años en esta celebración, y mucho más si Reig Pla señala que los matrimonios católicos son menos propensos a la violencia machista que el resto, lo que carece de base real. Muchos obispos se empeñan en confundir sus deseos y su fe con la realidad y los hechos.
Cinco años después de la modificación del Código Civil, que amplió el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo, nadie se cree aquellos apocalípticos mensajes que señalaban el fin de la familia tradicional. Las familias ni están ni estuvieron nunca en peligro. Conviene recordar que tras la reforma legal de 2005, más de 40.000 personas en nuestro país han contraído matrimonio con otra persona de su mismo sexo. El efecto de seguridad jurídica que ha causado en la población LGTB española la modificación del Código Civil va mucho más allá de una mera cuestión estadística.
Así, varias investigaciones realizadas sobre adolescentes LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) muestran que estos jóvenes han recibido una inyección de autoestima, de seguridad en sí mismos y en su futuro desde que el Estado reconoció, legal y simbólicamente, su igualdad. En un sector de población con alto riesgo de sufrir exclusión y acoso, e incluso con elevados índices de suicidio, que el Estado intervenga aportando seguridad y autoestima es de vital importancia, tanto para ellos y ellas como para sus familias. Toda esa inyección de bienestar, de apoyo, de referencia positiva, se ha producido con absoluta normalidad y aceptación por la inmensa mayoría de la población. Según encuestas recientes cerca de un 75% de la ciudadanía acepta plenamente la ampliación del matrimonio tal como se interpreta en la actualidad y está en contra de que se retiren estos derechos adquiridos. ¿Dónde ha quedado ese encarnizado debate del 2005? En la calle no, desde luego.
Proteger a la familia no es enjuiciar constantemente las formas en que cada pareja quiere configurar libremente su unión sentimental, es preocuparse por el bienestar de sus componentes, especialmente de los más vulnerables: los niños y niñas. En este sentido no deja de sorprender la facilidad con la que la jerarquía católica trata de dar carpetazo al mayor ataque que se ha producido a decenas de miles de familias en la historia reciente. Me refiero a los miles de casos de abusos sexuales y físicos a menores por parte de clérigos católicos en nuestro país y en todo el mundo. Sorprende también el silencio cómplice con que la jerarquía católica española está actuando ante las cada vez mayores evidencias que señalan la participación de curas y monjas en los miles de casos de robos de menores y adopciones ilegales que se produjeron en nuestro país entre los años 50 y 80 del pasado siglo.
Sería deseable que la jerarquía católica reflexionase sobre las medidas puestas en marcha para defender a la familia católica a costa de menospreciar al resto, porque es una estrategia errónea, errática e ineficaz que provoca todo lo contrario de lo que pretenden. Según el INE, por primera vez desde que a finales de los setenta se legalizaron los matrimonios civiles, los enlaces civiles superaron en 2009 a los religiosos. Sin duda, otra iglesia es posible. Así lo ponen de manifiesto cientos de miles de cristianos y cristianas de base que no coinciden ni participan de esta continua y equivocada actitud de su jerarquía.
La(s) familia(s) española(s)
Pilar Escario. Psicóloga.
http://blogs.publico.es/dominiopublico/2875/las-familias-espanolas/
Desde que en la Constitución de 1978 se cambiaron los principios básicos sobre los que se asentaba la familia española, se abrió una nueva etapa en la que empezaron a regir otros valores, como el de la libertad e igualdad en las relaciones personales y en todos los ámbitos de la vida social. Fue un cambio histórico que transformó el concepto de matrimonio basado en la autoridad del hombre y sometimiento de la mujer, sustituyéndolo por otro centrado en la igualdad de derechos entre los miembros de la pareja. El solo hecho de establecer el principio de igualdad tuvo un gran impacto sobre la familia y, muy especialmente, para la vida de las mujeres. Otro cambio trascendental de la Constitución del 78 fue la igualdad de los hijos respecto a sus padres, acabándose así con la discriminación de los hijos no matrimoniales, considerados ilegítimos; desde esa fecha, todos tienen los mismos derechos, estén o no casados sus padres. Estos cambios abrieron las puertas a nuevas formas de convivencia y de modelos de hogares familiares. La pluralidad familiar se ha ido extendiendo como uno de los avances de mayor calado en nuestra sociedad, hasta entonces marcada por una tradición patriarcal, organizada jerárquicamente en torno al poder del varón y bajo la influencia secular de una Iglesia defensora de los valores arcaizantes de la esencia familiar. Las distintas formas de convivencia dentro o fuera del matrimonio, con la incorporación de las parejas de hecho, han traído consigo el aumento de los hogares unipersonales, parejas sin hijos y parejas del mismo sexo.
Esta diversidad de formas de convivencia flexibiliza las conductas y permite cambios frecuentes, sin que sean traumáticos, por la propia voluntad de los miembros de la pareja, que ya cuentan por anticipado con la posibilidad de variar de fórmula y no tener que cargar con la imposición de que el compromiso tenga que durar para siempre, “hasta que la muerte nos separe”. Frente a la idea de un matrimonio de por vida, sin posibilidad de escape, predomina la renovación constante del compromiso individual. La pareja sostenible se asienta hoy sobre otros valores: el respeto mutuo, el afecto y el deseo de permanecer juntos por encima de obligaciones exógenas al acuerdo voluntario interpersonal. Aunque la familia nuclear –pareja con hijos– es la más habitual, va perdiendo terreno frente a otras formas de convivencia, como son los hogares con un solo progenitor y con hijos o los de una pareja sin hijos. Este es el sistema que más diferencia a la sociedad española actual respecto al pasado, así como el número creciente de hijos nacidos fuera del matrimonio, que se duplicó en la última década al pasar de un 14,5% en 1998 a un 37,7% en el 2008 (Eurostat).
En un entorno de crisis como el que nos rodea, se puede afirmar que la familia no figura entre las múltiples organizaciones que la están sufriendo. No hay crisis de familia. Ya inició su proceso de transformación con la transición democrática y demostró su imparable trayectoria hacia un cambio de valores sobre los que ya no hay vuelta atrás; se ha llegado a un punto de no retorno que la sociedad ha ido aceptando sin traumas. Desde los divorcios, hasta las parejas sin papeles o del mismo sexo, se ha ido desactivando la presión de las instituciones, los compromisos forzosamente sine die. Vivir el momento adquiere cada vez más importancia; la inmediatez del instante revaloriza las relaciones personales frente a la permanencia de los lazos de la misma. La urgencia de lo inmediato sobrevalora el presente y compensa la incertidumbre y la inseguridad del largo plazo (Alberdi).
La familia ha cambiado, y la de nuestra generación se parecerá cada vez menos a la del futuro, entre otras cosas, por los cambios sociodemográficos. En este sentido, algunos expertos advierten de que, con el envejecimiento de la sociedad –y en particular la española–, se pasará a una estructura familiar más extensa verticalmente: un número creciente de personas pasará parte de su vida en sistemas familiares que integrarán más de cuatro generaciones y la relación padre/madre-hijo puede durar más de ocho décadas, a lo que habrá que añadir el ingrediente de la reducción de la población: más generaciones y menos parientes; eso sí, a elegir de todo tipo y color.
Desde esta perspectiva, ¿quién puede garantizar la permanencia de la familia siguiendo los cánones que han estado vigentes hasta ahora? De entrada, y según se ha visto, ya no se puede hablar de familia sino de familias. No es creíble argumentar hoy en día que la familia que reza unida permanece unida y que sólo la pareja estable, siguiendo el modelo institucional, salva a la mujer de malos tratos. El compromiso interpersonal de cada pareja reside en su reducto más íntimo, donde se negocian los sistemas de relación y de convivencia.
La violencia contra la mujer está ligada a la consideración del modelo de mujer que se desprende de la familia patriarcal; las agresiones contra las mujeres no son fruto de momentos de frustración o tensión consecuentes de la vida en común, sino del intento de mantener a la mujer como propiedad del hombre.
La violencia contra la mujer en el seno de la familia ya la señaló Simone de Beauvoir, quien mostró una gran preocupación por que no se investigaba suficientemente este hecho al considerarse un problema particular y no social. Al hablar hoy de estas dos vertientes, la que nos hiere más es la social, pero la que deja su huella más profunda es la que se oculta a los ojos de la sociedad y a los recuentos estadísticos, dentro o fuera del matrimonio.
Desde que en la Constitución de 1978 se cambiaron los principios básicos sobre los que se asentaba la familia española, se abrió una nueva etapa en la que empezaron a regir otros valores, como el de la libertad e igualdad en las relaciones personales y en todos los ámbitos de la vida social. Fue un cambio histórico que transformó el concepto de matrimonio basado en la autoridad del hombre y sometimiento de la mujer, sustituyéndolo por otro centrado en la igualdad de derechos entre los miembros de la pareja. El solo hecho de establecer el principio de igualdad tuvo un gran impacto sobre la familia y, muy especialmente, para la vida de las mujeres. Otro cambio trascendental de la Constitución del 78 fue la igualdad de los hijos respecto a sus padres, acabándose así con la discriminación de los hijos no matrimoniales, considerados ilegítimos; desde esa fecha, todos tienen los mismos derechos, estén o no casados sus padres. Estos cambios abrieron las puertas a nuevas formas de convivencia y de modelos de hogares familiares. La pluralidad familiar se ha ido extendiendo como uno de los avances de mayor calado en nuestra sociedad, hasta entonces marcada por una tradición patriarcal, organizada jerárquicamente en torno al poder del varón y bajo la influencia secular de una Iglesia defensora de los valores arcaizantes de la esencia familiar. Las distintas formas de convivencia dentro o fuera del matrimonio, con la incorporación de las parejas de hecho, han traído consigo el aumento de los hogares unipersonales, parejas sin hijos y parejas del mismo sexo.
Esta diversidad de formas de convivencia flexibiliza las conductas y permite cambios frecuentes, sin que sean traumáticos, por la propia voluntad de los miembros de la pareja, que ya cuentan por anticipado con la posibilidad de variar de fórmula y no tener que cargar con la imposición de que el compromiso tenga que durar para siempre, “hasta que la muerte nos separe”. Frente a la idea de un matrimonio de por vida, sin posibilidad de escape, predomina la renovación constante del compromiso individual. La pareja sostenible se asienta hoy sobre otros valores: el respeto mutuo, el afecto y el deseo de permanecer juntos por encima de obligaciones exógenas al acuerdo voluntario interpersonal. Aunque la familia nuclear –pareja con hijos– es la más habitual, va perdiendo terreno frente a otras formas de convivencia, como son los hogares con un solo progenitor y con hijos o los de una pareja sin hijos. Este es el sistema que más diferencia a la sociedad española actual respecto al pasado, así como el número creciente de hijos nacidos fuera del matrimonio, que se duplicó en la última década al pasar de un 14,5% en 1998 a un 37,7% en el 2008 (Eurostat).
En un entorno de crisis como el que nos rodea, se puede afirmar que la familia no figura entre las múltiples organizaciones que la están sufriendo. No hay crisis de familia. Ya inició su proceso de transformación con la transición democrática y demostró su imparable trayectoria hacia un cambio de valores sobre los que ya no hay vuelta atrás; se ha llegado a un punto de no retorno que la sociedad ha ido aceptando sin traumas. Desde los divorcios, hasta las parejas sin papeles o del mismo sexo, se ha ido desactivando la presión de las instituciones, los compromisos forzosamente sine die. Vivir el momento adquiere cada vez más importancia; la inmediatez del instante revaloriza las relaciones personales frente a la permanencia de los lazos de la misma. La urgencia de lo inmediato sobrevalora el presente y compensa la incertidumbre y la inseguridad del largo plazo (Alberdi).
La familia ha cambiado, y la de nuestra generación se parecerá cada vez menos a la del futuro, entre otras cosas, por los cambios sociodemográficos. En este sentido, algunos expertos advierten de que, con el envejecimiento de la sociedad –y en particular la española–, se pasará a una estructura familiar más extensa verticalmente: un número creciente de personas pasará parte de su vida en sistemas familiares que integrarán más de cuatro generaciones y la relación padre/madre-hijo puede durar más de ocho décadas, a lo que habrá que añadir el ingrediente de la reducción de la población: más generaciones y menos parientes; eso sí, a elegir de todo tipo y color.
Desde esta perspectiva, ¿quién puede garantizar la permanencia de la familia siguiendo los cánones que han estado vigentes hasta ahora? De entrada, y según se ha visto, ya no se puede hablar de familia sino de familias. No es creíble argumentar hoy en día que la familia que reza unida permanece unida y que sólo la pareja estable, siguiendo el modelo institucional, salva a la mujer de malos tratos. El compromiso interpersonal de cada pareja reside en su reducto más íntimo, donde se negocian los sistemas de relación y de convivencia.
La violencia contra la mujer está ligada a la consideración del modelo de mujer que se desprende de la familia patriarcal; las agresiones contra las mujeres no son fruto de momentos de frustración o tensión consecuentes de la vida en común, sino del intento de mantener a la mujer como propiedad del hombre.
La violencia contra la mujer en el seno de la familia ya la señaló Simone de Beauvoir, quien mostró una gran preocupación por que no se investigaba suficientemente este hecho al considerarse un problema particular y no social. Al hablar hoy de estas dos vertientes, la que nos hiere más es la social, pero la que deja su huella más profunda es la que se oculta a los ojos de la sociedad y a los recuentos estadísticos, dentro o fuera del matrimonio.
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