lunes, 18 de enero de 2010

LA SIESTA


Acostarse con el estómago llego es incómodo y engorda, lo sé, pero... ¿y el placer de una buena siesta?
La siesta es como el chocolate, una vez que se prueba, si gusta, no se puede olvidar. Hay quien se levanta con dolor de cabeza, hay quien nunca tiene sueño después de comer, hay quien odia perder el tiempo durmiendo durante el día. Hay para todo, como en botica. Yo la odiaba, es verdad, pues siempre que me despertaba lo hacía con una sensación de cansancio, como si me hubieran dado una paliza. Con el tiempo el cuerpo, que es muy inteligente, decide que es un placer de dioses, que uno aprende a despertarse como una rosa, cosa por cierto que es más difícil que ocurra por las mañanas, al menos si uno se despierta como las gallinas.

Está demostrado científicamente que una siesta de no más de 30 minutos (más tiempo puede trastocar el reloj biológico natural y causar insomnio por la noche) mejora la salud en general y la circulación sanguínea y previene el agobio, la presión o el estrés. Además, favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje y proporciona la facultad de prolongar la jornada de trabajo al poderse resistir sin sueño hasta altas horas de la noche con poca fatiga acumulada.
Personajes como Albert Einstein cantaron sus alabanzas y Winston Churchill, que aprendió la costumbre en Cuba, fue un entusiasta cultivador de la misma, con la consecuencia inesperada de que sus colaboradores quedaban rendidos cuando le veían a él tan fresco a las dos de la madrugada y con ganas de trabajar más, durante los días de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los escritores más importantes de la literatura española del siglo XX, premio Nobel, Camilo José Cela, con su sarcasmo habitual, ensalzó la práctica y disfrute de esta costumbre tan española. El novelista decía de la siesta que había que hacerla "con pijama, Padrenuestro y orinal".

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