sábado, 9 de enero de 2010

AMERICAN GARAGE

Tarde de sábado, bricolaje arriba, máquinas abajo. Coloqué el estante mágico para libros, regalo de Alicia, junto a la mesa de noche mientras Pablo montaba la nueva cortadora de césped y le cambiaba el aceite a la moto. Sentado en la esquina del garaje me doy cuenta, de nuevo, de cómo las perras son completamente felices estando siempre en medio. Son curiosas por naturaleza, lo huelen todo, lo lamen casi todo, son como nosotros cuando éramos niños, todo a la boca primero, luego veremos. Así como los perros son felices con poca cosa, ¿qué tienen los garajes que pueden procurar tanto placer?
Entretenimiento, simplemente.
Uno siempre puede hacer algo productivo en el garaje, empezando por ordenar -nunca lo está sufucientemente-, barrer (pelos de perros, omnipresentes), colocar las herramientas en sus soportes, abrir cajas de la mudanza (en mi caso algunas llevan cerradas dos mudanzas), tirar cosas, volver a ordenar...
Un garaje que se precie, aparte de tener espacio para guardar el coche, debe cumplir con unos requisitos mínimos:
- Buena iluminación.
- Mesa de trabajo con tornillo de banco.
- Una gran papelera.
- Varias tomas de corriente.
- Herramientas.
Si además se puede escuchar música, no hace frío y las perras andan cerquita, ¿qué más se puede pedir? Sé que fui perro en otra vida, por eso necesito poco para ser feliz.

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