Las vías de tren por las que
llegaban, hasta la entrada misma del campo de exterminio, los vagones cargados
de prisioneros, rumbo a la muerte. / IRA NOWINSKI (CORBIS )
La Historia desentierra Treblinka
Arqueólogos británicos excavan
por vez primera en uno de los campos de exterminio nazis. Hallan importantes
restos de la masacre masiva de judíos.
CARMEN RENGEL Jerusalén 1 ABR 2014 - 00:00 CET
Treblinka era uno de los
argumentos preferidos de los negacionistas del Holocausto. Los testimonios de
los supervivientes y los documentos hablaban de un campo de exterminio a hora y
media de Varsovia, pero en el punto indicado solo había una loma verde, una granja,
un bosque. Nada que ver con los barracones y con las duchas de Auschwitz. Nunca
se habían hallado evidencias de la maquinaria del mal que acabó con entre
700.000 y 900.000 judíos y un número indeterminado de gitanos. Nunca... hasta
ahora. Un equipo de la Universidad
de Staffordshire(Reino Unido), comandado por la arqueóloga forense Caroline
Sturdy Colls, ha encontrado la primera evidencia física de las
cámaras de gas, cimientos y losas, además de varias fosas comunes.
Su investigación no solo es
importante porque aporta la única prueba tangible de que Treblinka no es un mito, sino por los medios empleados
para dar con ella. Durante seis años, explicaba ayer a EL PAÍS la doctora, se
hicieron mapas computarizados y fotografías aéreas, se usaron sofisticados GPS
y georradares, incluso un escaneo láser —denominado Lidar—, todo para hallar
muestras de que había tierra removida y algún indicio de obra pasada. Es un
proceso que, en la base, se asemeja al empleado en España para buscar algunas
fosas de la Guerra Civil, incluyendo la del poeta y dramaturgo Federico García
Lorca en Granada.
Aunque los nazis hicieron un buen
trabajo escondiendo el campo, ocultándolo en una inocente zona de labranza a
base de tirar los muros, rellenar los huecos y nivelar el suelo, los expertos
lograron detectar tres zonas, bastante distantes entre sí, en las que
comenzaron a cavar y encontraron los primeros huesos humanos, muchos en un
nivel muy superficial y con extraños cortes. Aún no está claro el número de
cuerpos localizados.
Luego vinieron los cimientos,
oquedades tapadas a conciencia con todo tipo de materiales que fueron la base
de las cámaras de gas. Y también el descubrimiento más macabro: unas losas de
cerámica, finas, entre rojizas y mostaza, con la estrella de David en relieve. Muchos
supervivientes habían hablado ya de esos dibujos, como se ve en sus relatos en
el Museo Yad Yashem de Jerusalén: la cámara de gas, contaban, estaba disfrazada
de mikvé, el baño ritual judío, por lo que los hombres y mujeres que
llegaban a Treblinka pensaban que iban sencillamente a lavarse. El símbolo
sagrado del judaísmo en la fachada de ese edificio al que los arrastraban les
hacía sentirse seguros, confiados... y engañados hasta el último momento. Así
durante los 24 meses que funcionó el campo, entre 1942 y 1943.
La estrella de David grabada en
una loseta: uno de los numerosos restos hallados en Treblinka (Polonia)
Gracias a las excavaciones, se ha
podido diseñar además un mapa del recinto, desde la vía de tren a la que
llegaban los judíos y gitanos —a los que se prometía que Treblinka solo era una
zona de paso, antes de ser deportados al Este, como recuerda el profesor Gideon
Greif— hasta las dos cámaras de las que hay restos, una con capacidad para 600
personas y otra para 5.000, y el pasillo al aire libre por el que los llevaban.
Hay testimonios, no obstante, que hablaban de hasta una decena de cámaras
repartidas por la zona. En 60 minutos, los vivos pasaban del tren a la desnudez
y a la muerte, según indican los arqueólogos en el documental Treblinka:
la máquina de matar de Hitler, emitido por el Smithsonian Channel, donde se ha
dado a conocer este descubrimiento y que incluye una recreación del espacio.
La profesora Sturdy Colls explica
que su mayor afán era el de ser respetuosa con la zona, convertida en lugar de
homenaje a las víctimas tras la Segunda Guerra Mundial y donde se habían vetado
las excavaciones, por respeto.
Vía correo electrónico, Sturdy
Colls sostiene que convenció a los responsables del museo e incluso al Gran
Rabinato de Polonia de que su técnica no invasiva iba a respetar a los muertos
y, a la vez, a dar respuestas a los vivos. “La primera vez que fui allí me
quedó claro que había una abundancia de evidencias que habían sobrevivido en el
terreno y probaban que Treblinka fue un campo de exterminio, no de paso. Ser
capaz de confirmarlo ha sido un honor para mí. Había que hacerlo para que
aprendan las generaciones futuras”, indica la doctora, especializada en usar
sus conocimientos forenses con fines históricos, más allá de sus clases
universitarias y de sus colaboraciones con la Policía británica. La zona,
remarca, ha quedado luego tal y como la encontraron, con los monolitos de
piedra que recuerdan a las innumerables víctimas.
Su técnica, abunda, abre “nuevas
posibilidades para el examen del Holocausto o de otros sitios de conflicto”,
por lo que planea continuar indagando en otros escenarios. Ya lo ha hecho, usando
estos mismos medios, en Staro Sajmiste (Belgrado) y en las islas del Canal del
Reino Unido, con resultados positivos. Pero Treblinka es diferente, “especial”,
por lo que supone para las víctimas, que ahora pueden enseñar al mundo las
piedras que vieron y tocaron. Para dar a conocer los descubrimientos y los
métodos empleados, se preparan ya una exposición y un libro con la tarea del
equipo de Staffordshire.
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