FILOSOFÍA INÚTIL
EL PAÍS, 1 de marzo de 2023.
JAIME RUBIO HANCOCK
EL PAÍS, 1 DE MARZO DE 2023
Buenas:
Hoy vengo con un arranque tan maniqueo y demagógico que si se presentara a las elecciones conseguiría al menos 40 escaños: ¿por qué Ferrovial puede largarse a Países Bajos a pagar menos impuestos, pero en el mar Mediterráneo han muerto 65 personas que solo querían venir a Europa a trabajar?
Sí, ya lo sé. Lo que hace Ferrovial es legal, pero lo que hacen los migrantes no tanto. Aun así, estamos en las mismas: ¿por qué es más fácil que una empresa se mude a otro país a que lo haga una persona? Es verdad que las empresas (se supone) traen dinero y empleo, pero son muchos los economistas (y filósofos) que defienden que los inmigrantes, también.
EL CLÁSICO TUITERO: Vaya, vaya, vaya… Ya estamos con el clásico izquierdismo bienpensante. ¿Y dónde vas a meter a toda esa gente? ¿En tu casa? ¿Verdad que no los vas a meter en tu casa? Si tanto te gustan los inmigrantes, mételos en tu casa.
No, no los voy a meter en mi casa. Pero creo que entre dejarlos morir en el Mediterráneo y que yo adopte a todos los emigrantes que llegan a España me imagino que hay un punto medio. Lo que sí es cierto es que hay un debate entre los defensores del derecho que tienen los Estados para decidir las normas de inmigración que consideren necesarias y oportunas, y los defensores del derecho que tenemos todos a salir adelante como podamos, que más que un derecho es una necesidad.
Por ejemplo y desde posiciones izquierdistas, el filósofo estadounidense Michael Walzer defiende que la inmigración puede poner en riesgo la identidad cultural de un país y que además puede hacer que este país lo tenga más difícil para proporcionar servicios a sus ciudadanos como la educación o la sanidad.
EL CLÁSICO TUITERO: Pues igual hay que hacer caso a Walzer. ¿Quién va a pagar la factura de los hospitales y los colegios cuando se llenen de gente? ¿La vas a pagar tú?
No. Pero tampoco parece cierto que los inmigrantes traigan solo dificultades económicas y retos culturales. La libre circulación de personas tiene un defensor sorprendente en Ludwig von Mises, unos de los principales representantes del liberalismo clásico de la escuela austriaca. No es sorprendente por lo que dice, que es muy coherente con el resto de sus ideas, sino porque los políticos que se definen como liberales suelen hacer caso omiso de algunos de sus ideas sobre la migración.
En Liberalismo, libro publicado en 1927, Von Mises escribe a favor (entre otras cosas) de la libre circulación del capital, de las empresas y, también, de las personas: “Los liberales defendemos que cada persona tiene el derecho a vivir donde quiera”. A él le parecería estupendo lo de Ferrovial, pero también defendería el derecho de cualquier ciudadano a instalarse donde le pareciera mejor.
Cuando él escribía, los emigrantes peligrosos eran los europeos, que querían trabajar en Estados Unidos y Australia, países en pleno crecimiento. Las políticas proteccionistas de estos dos Estados lo impedían, por miedo a que un exceso de mano de obra significara menos trabajos y sueldos más bajos, además de por un temor a que se diluyera la cultura anglosajona por culpa de un exceso de (el ejemplo es suyo) alemanes. Aunque Mises reconoce que estos temores pueden parecer razonables, en su opinión el proteccionismo significa menos competencia, menos productividad y, en consecuencia, menos riqueza para todos.
EL CLÁSICO TUITERO: Bueno, pero Von Mises escribía hace casi cien años. ¿Estaríamos mejor con fronteras abiertas o se trata de otro mantra de la progresía?
Unos cuantos estudios recientes sugieren que sí. En Doing Good Better, el filósofo William MacAskill (el del largoplacismo) cita un trabajo que sostiene que el PIB mundial crecería un 50% (o más) si todos los países abrieran sus fronteras.
No es tan extraño: el 85% de las diferencias en sueldo en el mundo se deben, sobre todo, a dónde vivamos. Por poner un ejemplo extremo: cuando un nigeriano se muda a Estados Unidos, sus ingresos crecen de media un 1.000%. La libertad de movimientos beneficiaría no solo a los emigrantes, sino también a los ciudadanos que se quedan en sus países, porque los emigrados envían parte de sus ganancias a sus familias. Además, estos emigrantes a menudo regresan a sus países, trayendo no solo ahorros, sino también conocimiento y experiencia.
Hay críticos que sostienen que todo este crecimiento global sería a costa de los países actualmente desarrollados. Sin embargo y según un estudio de la organización GiveWell, la inmigración o no afectaría o sería parcialmente beneficiosa para los países que la reciben. MacAskill cita otro trabajo más pesimista que sostiene que cuando el número de inmigrantes crece un 10%, la población del país que los recibe ve recortados sus ingresos un 1%, sin que el desempleo aumente (al fin y al cabo, los inmigrantes acceden a los trabajos que nosotros no queremos hacer).
EL CLÁSICO TUITERO: Y si es tan fácil y tan beneficioso, ¿por qué no están todos los países abriendo ya sus fronteras? Porque hacer estudios es muy fácil, pero a la hora de la verdad...
Hay muchos motivos —incluyendo el hecho de que no todo el mundo está de acuerdo con los resultados de esos estudios—, pero hay dos que tienen especial peso:
· Una medida así no sería nada popular a corto o incluso medio plazo. Hoy en día, si un partido se presenta a las elecciones prometiendo fronteras abiertas (o más abiertas) lo va a tener difícil para conseguir los votos de gran parte de la población.
· Además estaríamos ante un escenario casi de dilema del prisionero, formulado por primera vez por los matemáticos Merrill Flood y Melvin Dresher en los años 50.
Recordémoslo:
Dos hombres han sido acusados de un crimen. Ambos saben que si cierran la boca, saldrán libres en un año, ya que no hay pruebas suficientes. La policía los separa para interrogarlos y a cada uno de ellos les hace la misma propuesta. Si testifica contra su compañero, él quedará libre y a su cómplice le caerán tres años de cárcel. Si el que testifica es su compañero, será el otro quien se libre. Hay una trampa: si los dos inculpan a su compinche, ambos pasarán dos años en la cárcel.
El mejor resultado para ambos es callarse, pero por temor a que el otro les inculpe, es probable que acaben testificando. Es decir: abrir las fronteras es lo más beneficioso para todos los países, si todos los países lo hacen más o menos a la vez. Pero si solo lo hacen uno o dos, es posible que se encuentren con una carga difícil de soportar que además daría motivos de sospecha a quienes duden de estos estudios que citábamos.
Sí hay ayudas que se pueden poner en marcha ya, incluyendo un incremento de la cooperación internacional. Por no hablar de una propuesta que probablemente provocaría un amago de infarto a Von Mises, pero que me parece muy interesante: Gillian Brock propone en Ethics in the Contemporary World un sistema de redistribución de la riqueza mediante un impuesto global, que (obviamente) no puede quedar en manos de Gobiernos y Estados corruptos.
El objetivo: que emigre quien quiera y no quien no tenga más remedio que hacerlo.
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