Que he perdido el romanticismo de mi profesión es un hecho; aun así, el desgaste que su pone lidiar con las cada vez más restrictivas normativas, las oficinas técnicas, la discrecionalidad de los ídems, la intransigencia de algunos clientes, y más cosas que por salud mental no verbalizo mentalmente, no ha logrado que pierda el amor que le tengo a la arquitectura, que no es lo mismo pero es igual.
Ayer supimos que el arquitecto David Chipperfield había ganado el prestigioso Premio Pritzker 2023. Una maravilla lo que hace, sin duda alguna. La sobriedad como el sumun de la belleza. Pocas veces, desde Mies, el menos ha sido tanto más.
No he tenido la suerte de ver la renovada Neue Nationalgalerie de Berlín, estaba en obra y completamente tapada en mi último viaje a la ciudad, pero sólo por ver este edificio vale la pena volver a Berlín. Mi socia me regaló, años ha, una foto del edificio traída de un viaje durante la carrera cuando aún había que atravesar el muro. Mies Van Der Rohe en su estado más puro, la perfecta perfección, un alarde de técnica, sobriedad y belleza del que los críticos dicen de la restauración de Chipperfield deja hablar al maestro, actualizándolo y, sin embargo, desapareciendo.
Sin embargo, durante un fin de semana que estuvimos en la Valencia post-COVID para asistir a un concierto de José González -casualidad, o no, un cantante donde de su música también podría decirse que menos es más-, pudimos disfrutar del edificio que el premiado construyó en el Puerto, el Veles i Vents del que pensé que estaba muy mal mantenido pero que tenía una estética impactante a la par que limpia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario