Comentaba la lectura del libro indescriptible "Animalia", escrito en 2022 desde su casa de Long Island por Sylvia Molloy y publicado póstumamente. Me perdonará ella desde donde esté -lo hago a modo de homenaje- y la editorial por aquello del copyright, pero he aquí este delicioso capítulo de la narración, un auténtico caramelo para los sentidos.
Ya sé que no se trata de un corralón pero me gusta la palabra, evoca vagos recuerdos de campo argentino, y en tiempos de pandemia es como un consuelo. En fin, que en ese "corralón" están nuestras gallinas y nuestros patos, dos caprichos de Geiger a los que me entregué con disimulado disgusto. Primero fueron tres gallinas adultas, andaban siempre pegadas la una a la otra, cacareando y comiendo maíz. Lo pasaban bien, parecían esas señoras jubiladas que se van a vivir a Miami, se mojan solo los pies en el mar y se pasan el día chismeando y jugando a la canasta. Las llamamos Pearly, Ruby y Goldie.
Durante un tiempo fueron las únicas, lo cual llevó a Geiger, que de chica había vivido en una granja, a darme instrucciones básicas de avicultura. No eran pichonas y a los pocos meses murieron dos. Hubo que adquirir otras, no se podía condenar a la sobreviviente a una vida monjil. Les pusimos nombres o sobrenombres de mujeres de presidentes muertos urbi et orbe: Eleonor, Jackie, Ladybird, Imelda (esta última porque era mala) y desde luego Evita. Y además otra con la que rompimos con la regla y por alguna razón llamamos -o mejor dicho llamé, porque era como un nombre secreto- Curuzú Cuaitá.
Procuré rescatar lo que había aprendido de chica cuando en mi casa había un tero, luego un pato, pero no fue gran cosa. Las gallinas ponían huevos sin cesar, los cocinábamos, los comíamos, los regalábamos, y siempre había de sobra. No llegamos a poner un puestito delante de casa porque hubiera sido demasiado, too much. Terminamos dándoselos de comer a los mapaches que circulaban entrada la noche.
Abrevio: murieron algunas, llegó otra tanda, llena de energía, esta vez recibieron nombres de deportistas gay -Martina Navratilova, Renée Richards, Billie Jean King- porque ejemplarmente desafiaban lo binario. Dos murieron trágicamente secuestradas por los zorros, apenas quedaron algunas plumas y pequeños regueros de sangre. Finalmente quedó solo una: la vieja Ladybird, por la mujer de Lyndon Johnson, que sigue con nosotros: gorda, majestuosa, de un negro lustroso, camina balanceándose como una carabela en plena tormenta.
La cosa no para allí. Por casualidad llamaron un día del vivero local, ustedes siguen teniendo gallinas, preguntaron, y ante la respuesta afirmativa de Geiger le ofrecieron tres pollitas gratis, de una raza extraña proveniente de Polonia, alguien las había encargado y no pasó a retirarlas, si las quiere se las regalamos, si no las tenemos que sacrificar.
Animalia, Sylvia Molloy.Minúsculas. apenas más grandes que una gaviota, negras y chillonas. En lugar de cresta tenían un pelucón rubio platinado con un flequillo que les caía sobre los ojos. Pensamos en Andy Warhol, cuyo apellido originalmente era Warhola. Y así las llamamos: las chicas de Warhola o, a veces, las Warholitas.
ETERNA CADENCIA EDITORA
2022.
1 comentario:
Me ha gustado mucho...sigue compartiendo conmigo🥰😘
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