Maruja Torres 10 MAR 2013 - 00:00 CET
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…Y algo renace, cuando se va un pontífice y entra Otro Nuevo. Mi alma, que es feliz, pues va a buscaros a vosotros, lectores, una vez por semana, os asegura que a mí me sopla las cejas el hecho de que haya papas, ayatolás, patriarcas, grandes rabinos o cualquier otra jerarquía religiosa, a lo redondo del ancho mundo. O mejor, no me las sopla. Les preferiría ausentes. Pero digo, como dictó aquel sabio: cualquier cosa –sea una religión o un caldo de apio– que le sirve a un humano para pasar sin miedo las malas noches, la acepto. Lo que no admito, lo repito siempre, es que por la mañana se pongan a predicarla.
Dicho lo cual, gracias, B-16. Qué salidaza. Era difícil superar la muerte en directo que se empeñó en ofrecernos su antecesor, pero el lío montado por el jubilata más santo y famoso del orbe, y el ahí os lo dejo, y que se lo coma el próximo, ha mostrado… ¿Cómo lo diría? Comparado con Juan Pablo II, que el Señor mantenga en el cielo y no lo suelte –¿no es cierto, Teólogos de la Liberación?–, que era más de la escuela escénica de Grotowski y Korsakov, con unas gotas de coreografía a lo Busby Berkeley, el penúltimo pontífice –cuando escribo esto aún desconozco cómo se llama el último, si es que lo ya lo habemus– parecía más bien un austero excursionista alemán lanzando gorgoritos en las proximidades de Heidelberg.
Error. Inmenso error de juicio. Si Juanpa, que en paz descanse, poseía un gran talento para las pasarelas, lo que Ratzinger ha demostrado tener hasta la saciedad es el pulso firme de Norma Shearer, la protagonista de Mujeres, el inmortal filme de George Cukor. Recordemos: frente a las pérfidas intrigas de Rosalind Russell y de su cohorte de chismosas (la curia y sus desmadres), Norma resiste, actúa astutamente, mantiene férreamente su honra y ¡se queda con su marido! Traducido al latín: el papa alemán se va sin tiara, pero con la cabeza muy alta.
Dentro del género literario Necrológicas en Vivo –muy pobre en fondos, pues las reservamos para aquellas escasas personalidades que dimiten–, el Saliente ha puesto también el listón muy alto, incluyendo hasta a un Premio Nobel en la lista de sus agrimensores. Esta humilde y, sin embargo, atea articulista no quiere ser menos y, con gratitud sincera – pues algunos dineros me rindió la papal temática, amén de incontables satisfacciones espirituales–, quiere apuntarse a la lista.
Primero y principal. Siempre pensé que Norma Shearer era también muy mala. Esto, por descontado, no puede aplicarse ni siquiera a un ex-papa vivo (tiemblo al escribir esta frase por primera vez en mi longeva historia periodística), de modo que aplico el símil muy respetuosamente. También siempre creí que George Cukor sobrevaloraba el modelo de la mujer virtuosa que Norma representa en la película, y puede que aquí estemos interpretando la actitud de Ratzinger como demasiado elevada, demasiado purificadora. A lo mejor todo se reduce a ataques vaticanos de cuernos.
Lo cierto es que daría lo que a mí de virtud me queda por ser invisible, ubicua, y hallarme en el interior del Vaticano durante un mes, con gastos pagados. Iba a salirme el reportaje de mi vida. Y para esto todavía soy joven. Demonios, si por edad hasta podría ser papa.
Dicho lo cual, querido B-16: sin rencor, que le vaya bonito. Le deseo unas tranquilas jornadas de oración, paseos por el jardín con el otro George (el secretario) y, por las noches, a modo de penitencia, ver y volver a ver El Padrino III.
Y para un periodista, siempre es un placer cambiar de sujeto, aunque no de tema.
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