Mientras siga aumentando el antisemitismo, la posibilidad de que Israel evolucione hacia un Estado que no aspire a ser hogar nacional de todos los judíos parece imposible.
Berta Ares, 12.DIC.2023
Cultivar el conocimiento de lo complejo de forma entretenida (”¿Quieres comprender la guerra en Oriente Próximo?, ¡mira estas series!, o ¡mira estos videos!”) y dejar que el argumento crítico lo elabore el algoritmo o el contenido en redes da frutos preocupantes, especialmente porque vivimos insertos en una madeja de identidades culturales, políticas y religiosas más enredada que nunca. Sin embargo, mostramos negligencia y vehemencia para desenvolvernos en la maraña.
No es difícil comprender que “judío” e “israelí” no es lo mismo, que alguien puede sentirse judío a partir de una identidad religiosa (”judaísmo”) o de una identidad cultural que procede del entorno familiar (”judeidad”), que dentro y fuera de Israel hay judíos creyentes y ateos en abundancia, y que muchos tienen o más bien tenían hasta el 7 de octubre esta dimensión de su identidad como algo íntimo y familiar.
Los judíos de nacionalidad española, francesa, polaca, china, norteamericana, argentina, ucrania, brasileña, venezolana, marroquí, sudafricana, etc., ni son israelíes ni tienen por qué aplaudir las políticas de Israel. Por cierto, son muchos los israelíes críticos con las políticas del actual Gobierno. Y desde luego, todos pueden sufrir y sentir compasión por las víctimas de la guerra, sin bandos y a pesar de las barbaridades que escuchan, como que “lástima que Hitler no llegó hasta el final”.
Una parte de los judíos no son afines al sionismo ni al hecho de que exista una Ley de Retorno que favorece su acogida en Israel. Esto puede generar sentimientos contradictorios, pues probablemente tienen familia o amistades víctimas o supervivientes de atentados que han buscado amparo en el país. Por ejemplo, supervivientes del atentado de la AMIA en Argentina, aún sin resolver. No todo es Shoah.
En el seno de la sociedad israelí hubo también una voluntad post sionista, ideada a mediados de los años noventa del siglo pasado, cuando la paz parecía posible y se hablaba de derivar hacia un Estado laico que dejara de ser hogar para todos los judíos. El escritor Abraham B. Yehoshua defendió esta corriente histórico-ética formada por intelectuales de orientación radical de izquierda. Algo que olvidan no pocas personas de la izquierda europea que, desde el confort de sus hogares, apoyan la consigna “Del río al mar”, de dudosa interpretación.
Los atentados del 7 de octubre, además de una barbarie terrorista contra todo el país, representan un ataque brutal contra el kibutz, único lugar en el que todavía quedaba una pizca de un ya moribundo idealismo comunitario nacido en Europa.
Los kibutz, que nada tienen que ver con los asentamientos de colonos organizados por diferentes gobiernos del moderno Israel, surgen del anhelo de judíos orientales europeos durante los siglos diecinueve y veinte por una vida comunitaria en el cuidado y la crianza del campo. No necesariamente fueron movimientos nacionalistas. Este anhelo no procedía de escuchar las arengas del periodista Theodor Herzl, muy alejado del interés agrícola, sino de leer a León Tolstói, valedor del campo y los campesinos, la solidaridad, la humildad, el pacifismo y la compasión tan poco en boga hoy.
Tolstói (no fue su intención) dejó una huella profunda en el pensamiento anarquista y socialista judeoriental europeo que sentó las bases del kibutz en la región palestina; donde ya convivían, desde hacía siglos, judíos, cristianos y musulmanes, en diferente número. La región llevaba siglos bajo dominio imperial otomano cuando se establecieron, y crecieron bajo el colonial británico de entreguerras.
Por cierto, no pocos de los que abrazaron los ideales de Tolstói y levantaron los kibutz, también lucharon en las filas de la CNT-FAI en España. No deseaban un Estado propio o dividido, sino la convivencia entre comunidades. Intereses geoestratégicos (no sólo sionistas) lo impidieron. La madeja se fue enredando.
Hoy, tras los atentados y la ola de antisemitismo visible como consecuencia de la reacción política del Estado de Israel, el despertar a la identidad judía de muchos ciudadanos del mundo es indicador de que atravesamos tiempos funestos. Por no hablar del estado de complejidad y fragilidad en el que se encuentran los árabes israelíes, o la vida de los refugiados palestinos bajo las bombas, cuya situación es la más trágica.
La posibilidad democrática de que Israel evolucione hacia un Estado que no aspire a ser hogar nacional de todos los judíos parece de imposible realización mientras haya antisemitismo, sin embargo este no cesa de aumentar. Asimismo, pensar que el antisemitismo viene solo de las acciones del Estado de Israel es no conocer al enemigo que llevamos dentro.
En un momento de encrucijada política como es el actual, el hecho de que cambiemos el entretenimiento fácil por un contenido que oriente nuestro sentido crítico puede ser decisivo. En Cuánta tierra necesita un hombre León Tolstói plantea una importante metáfora para pensar los límites y las consecuencias de nuestras acciones. Un cuento que nos interpela a todos, ahora más que nunca, porque, vaya usted a saber a qué altura está ahora mismo el sol.
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