Cada mañana me levanto y me miro al espejo siempre después de orinar, a) por si estoy vivo de verdad y no es una pesadilla, b) por si un vampiro me mordió esa noche y ya no tengo reflejo. Anoche pude dormir un par de horas más y esta mañana, tras el rito, me encaminé hacia el Parlamento de Canarias, ese edificio Frankestein culminación del pastiche patrio, a la presentación de un libro, invitado por mi querida prima M, otrora miembra del establishment políticonacional. Al llegar me encuentro con una pléyade de políticos conocidos, unos más, otros menos, en actitud autocomplaciente a ver quién la tiene más grande. Uf, perdón, quise decir a ver quién hace más ruido con los golpes en la espalda al dar un abrazo. El Ministro, figura preeminente de la mesa presidencial, caminaba rodeado de zánganos zumbadores -o zumbadores zánganos, a saber- a los que imagino imaginando medrar.
La presentación estuvo bien, sobre todo el speech del autor de la obra y lo que contó el propio Ministro. Se habló mucho de masones, los judíos de Franco (Umbral dixit), y de hasta dónde ha llegado la institución en nuestras islas.
Abrazos ruidosos, sonrisas impostadas y diputados varios atrás, salí discretamente (he ahí el truco, sentarse siempre en la última fila, cerca de la puerta -no válido para destacables-) hacia mi casa, con prisa.
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Fito y Fitipaldis, *Antes de que cuente diez.
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