Como arquitecto me interesa la decoración, ahora llamada "arquitectura de interiores", una manera cursi y pretenciosa como tantas -léase "interiorista"- de renombrar una profesión por ese complejo de inferioridad que tenemos los españoles. No quisiera entrar en polémica, pero ¿qué mejor decorador que un arquitecto?
Ya me desvío de lo que iba a escribir.
Como arquitecto me gusta la decoración e intento seguir estudiando, conociendo nuevos materiales, etc. y, entre otras cosas, compro la revista AD, Architectural Digest (Las mejores casas del mundo) cada mes, o al menos lo intento. Este número, el de diciembre, me sorprende con la frívola portada "El arte de recibir, en casa de Tamara Falcó". No me parece que esté a la altura de una revista supuestamente seria sacar en portada a una petarda que no ha dado palo al agua y donde la protagonista del reportaje no es la decoradora (interiorista dice la revista), Beatriz Silveira, sino la hijísima, creadora de su propia marca y heredera de la bombonera porcelanónica. La casa, además, no destaca por nada especial.
Del latín, vomito, vomitas, vomitāre.
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