jueves, 12 de mayo de 2022

EL DOBERMAN QUE EN REALIDAD ERA UN CHIHUAHUA


Ayer me sentí florero de nuevo, de pena; no sé para qué me invitan a ciertas reuniones si, una vez allí, debo morderme la lengua. Siempre recuerdo, en estas ocasiones, la metáfora del perro que muerde y al que llevan atado aunque se trate de un chihuahua (mi amigo G sabe perfectamente de qué hablo porque fue él quién me la contó). La Administración tiene una asignatura pendiente en lo que respecta no sólo a la burocracia sino, sobre todo, a la visión esctricta -que parece ser la única y verdadera- de la realidad, léase normativa, ordenanza, urbanismo, etc. 
Suspiro por tener tiempo para sentarme a escribir sobre mi experiencia como "funcionario", aunque ya decía Hemingway, no siendo el personaje santo de mi devoción, que se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. Dicen también que se es más sabio por lo que uno calla que por lo que uno sabe, aunque yo soy más de pensar que hay que ser selectivo con las guerras en que uno se mete porque a veces más vale tener tranquilidad que tener razón. Ahora, eso de ver la vida detrás de la barrera (esto para darle al texto el toque Hemingway) no va conmigo, no puedo evitarlo.
Sí, me fui por las ramas, lo sé. Hablaba de la reunión que se resume en "cómo convertir en un problema aquello que no tiene importancia". Era la 5ª reunión para intentar resolver un asunto que, derivado de un exceso de celo, ahora se ha convertido en algo grave porque hay otras Administraciones involucradas.  Lo peor fue no poder decir lo que me pasaba por la cabeza, escuchar, sonreír y callar.
Abba, *I still have faith in you.

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