"¡Boxeador, si hoy no ganas
vas al crematorio!"
Por: Manuel Morales | 13 de marzo de 2014
http://blogs.elpais.com/historias/2014/03/boxeador-si-hoy-no-ganas-vas-al-crematorio.html
Segundo Espallargas Castro, alias Paulino, fue un
aragonés orgulloso por haber sobrevivido al espanto de los campos de la
Alemania nazi. Lo hizo gracias a sus largos brazos y sus manos grandes, que le
mantuvieron invicto en los combates de boxeo que los comandantes de Mauthausen
organizaban los fines de semana para distraerse y apostar. Espallargas,
fallecido en París en 2012, volvió de aquel horror para contarlo: "Los
nazis me decían, 'si no ganas, vas al crematorio'. Así que, ser boxeador, me
salvó". Su testimonio es uno de los 20 recopilados durante los últimos
cuatro años por la periodistaMontserrat
Llor en el libro Vivos
en el averno nazi (editorial Crítica). Llor cuenta que, durante la
entrevista con Espallargas, este estaba muy interesado en que "diera a
conocer a los españoles todo aquello. Parece algo muy lejano pero nunca se
sabe…", decía el exboxeador de Mauthausen.
Es difícil escoger entre los
sobrecogedores relatos de la obra de Llor. Todos los deportados recuerdan con
nitidez su llegada a los campos, el hambre atroz que pasaron, el miedo a la
enfermería, de donde muchos no salían, los gritos de los guardianes, sus trajes
de rayas... Estos son los testimonios que más impactaron a la autora:
Francisco Bernal
Este zapatero zaragozano que
murió en París en 2013 es uno de los personajes de película de aquellos años de
vergüenza para el ser humano. Bernal logró vivir en Mauthausen gracias a su
buena maña como zapatero. Él fabricó zapatos para los españoles en los que les
escondía mantequilla y azúcar que conseguía gracias a su estatus de trabajador
necesario para los nazis. Otros prisioneros contaron de Bernal que se afanaba
en que los que vagaban descalzos en la nieve del campo de Abensee -al que fue
destinado a finales de 1943- tuvieran algo que atarse a los pies. En sus cinco
horas de conversación con Llor, Bernal desgranó su pasado como voluntario
republicano en la Guerra Civil, su paso a los Regimientos de Extranjeros en
Francia para luchar contra los nazis y cómo, tras ser capturado, llegó a
Mauthausen el 9 de septiembre de 1941: “Nos sacaron a puntapiés del tren, nos
hicieron llegar corriendo hasta la puerta del campo. Subimos a palo limpio a la
desinfección. Menos mal que era por la tarde, porque por la noche habríamos ido
a la cámara de gas... allí vivías o morías de inmediato según la mano de obra
que necesitaran".
Elisabet Ricol
Los españoles entrevistados por Llor
"guardaron silencio durante años, no decían nada porque era una
autoprotección para sobrellevar aquel dolor y porque no tenían palabras para
expresar la magnitud de lo vivido", dice la periodista. En el caso de las
mujeres, "la liberación llegaba cuando se casaban y, sobre todo, tenían su
primer hijo". Una de aquellas heroínas fue Elisabet Ricol, francesa de
padres turolenses, autora de Memorias de la Resistencia, donde
detalló su experiencia. Ricol fue brigadista en la Guerra Civil y luchadora de
la Resistencia. Deportada a Buchenwald, allí se las ingenió para formar
"una biblioteca itinerante", con un centenar de libros que pasaba de
un barracón a otro. Ricol, fallecida en 2012, dejó escrito qué sucedió tras
recuperar la libertad: “Salió de nuestro interior todo el horror de las
tragedias vividas. Las pesadillas se prolongaron durante años y resucitaron los
recuerdos que nos obsesionaban”.
Manuel Alfonso Ortells
Este barcelonés nonagenario
esquivó la muerte gracias a su calidad como dibujante. Llor lo visitó en su
casa de Talence (Francia) y lo recuerda como un hombre "divertido e
inquieto". Ortells, al igual que otros cientos de miles de españoles,
cruzó la frontera francesa. Después, se alistó para luchar contra Hitler. Él
fue uno de los 7.600 españoles enviados a Mauthausen, de los que murieron
5.000, según las cifras manejadas por Llor, que cita a los historiadores.
"A mí me salvó el dibujo", contó. Los nazis requirieron de
Ortells para que dibujase los planos de otros campos. También trabajó en el
servicio de limpieza de su barraca y si lo hacía bien, le daban más comida que
él compartía a escondidas: "Buscaba ayudar a mis paisanos, es
lógico". Esa solidaridad entre españoles es, subraya Llor, denominador
común en las personas con las que habló. El día que los aliados liberaron
Mauthausen a Ortells le entró una angustia muy grande: "Me tumbé en la
hierba varias horas, perdí la noción del tiempo. Cuando desperté, unos
franceses estaban cantando La Marsellesa, me puse a llorar, volví a
entrar en el campo y aquella noche dormí por primera vez en años como un
ángel”. Ortells aún vive en Burdeos rodeado de sus dibujos.
Neus Català
Desde que quedó libre del campo
de Ravensbrück, esta tarraconense nacida en 1915 en Els Guiamets dedicó sus
días a recoger las palabras de otras prisioneras en su libro De la
resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas. Català
detalló a la autora de Vivos en el averno nazi cómo a las mujeres les
ponían inyecciones para retirarles la menstruación; o las formaciones, desnudas
y a temperaturas gélidas, para elegir cuales tenían aún carnes para ser
explotadas y cuales, por su debilidad, eran enviadas de inmediato a las cámaras
de gas. Detenida junto a su marido en el sur de Francia por la Gestapo por
colaborar con la Resistencia, fue torturada y separada de su pareja en Limoges.
A él lo enviaron en otro tren y nunca más volvieron a verse. Entre sus
recuerdos permanece imborrable el traslado en convoy a Ravensbrück:
"Cuatro días sin parar, sin aire para respirar, espalda contra espalda,
con un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades. Algunas
salieron muertas...". Català fue mandada después a otro campo, Holleischen
(hoy República Checa), donde trabajó en una cadena de montaje de armas que ella
y otras compañeras se esforzaron en boicotear: "Con escupitajos, poniendo
aceite en la pólvora, el caso era sabotear, sabotear, sabotear...".
Cuando acabó el espanto, los
españoles comprobaron que sus desgracias no habían terminado. No podían volver
a la España de Franco, eran rojos, entre ellos Marcelino Bilbao, que había sufrido los experimentos médicos
en Mauthausen, donde le pusieron una inyección al lado del corazón en seis
ocasiones: "A algunos les daban convulsiones, a otros se los llevaban a
rastras... de 30 sobrevivimos siete". Bilbao (fallecido en enero de este
año) recuerda que cuando la Cruz Roja Internacional llegó al campo,
clasificaron por nacionalidades a aquellos esqueletos andantes, pero no tenían
instrucciones para los españoles. "Así que, cogimos un carro y nos fuimos
de allí andando". Para los españoles que habían conseguido el milagro de
sobrevivir al infierno, les llegaba el desafío de inventarse una nueva vida
lejos de su país.
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