Paso a paso llegan las vacaciones de Navidad, qué bueno; descanso, ciudades iluminadas y felicidad impostada. Menos es nada. Aun así, real o menos, las Navidades son siempre unos días bonitos, a pesar de las pérdidas que cada año sufrimos. Sólo nos queda recordar a las personas que queremos y hemos perdido y seguir queriendo a las que permanecen con nosotros.
Un fin de semana donde pude compartir un buen rato con amigos a los que no veía hace muchos años, afortunadamente reencuentro no en un entierro sino en una boda. Multitudinaria, madrina con mantilla incluida y después de un periplo debido a mi camisa, salió todo sobre ruedas. Finalmente olvidé sobre la mesa mi gorra anticáncer -que no usé porque el convite fue bajo un magnífico umbráculo- y mis gafas de sol graduadas, por lo que urge ahora la operación rescate.
Los amigos siguen siendo una luz en el camino, sin duda. En esta ocasión asistimos a la boda de la hija de mi compañera de estudios, a la que vi nacer y ahora casarse, o sea, la demostración misma de que nos hacemos viejos, y no solo por este hecho sino por la música que sonaba en el patio donde se montó la discoteca improvisada: desconocida absolutamente.
Fue esta una semana estresante, homenaje, ópera, avión y boda, pero con final feliz. Luego anoche, como en todo domingo que se precie, volví a dormir de pena penita pena.
Damos por comenzada una nueva semana en tiempo de descuento prenavideño.
♫
Brahms, *Hungarian Dancez WoO 1.
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