De 1982 a 1993 el PSOE disfrutó de tres mayorías absolutas
consecutivas. Hubo en esos años muchos logros, pero también surgieron
las peores excrecencias, de las que los socialistas aún no se han depurado
íntegramente. Permanecen en el recuerdo los gravísimos episodios de corrupción
y putrefacción política. Demasiado poder llevó a los socialistas a la
arbitrariedad y a comportamientos que se creyeron impunes.
El PP logró su primera mayoría absoluta en 2000 y, a partir de 2002, su buena
gestión anterior -tanto en esa legislatura como en la precedente (1996-2000, con
mayoría relativa)- entró en barrena. A aquellos años hay que remontarse para
localizar el germen de corrupciones que emergen ahora y que se
prolongaron después. Y para explicar episodios actuales en el partido como la
disensión interna.
Los populares disponen ahora de su segunda mayoría absoluta (frente
a tres del PSOE) y ya existe la sensación generalizada de que su
Gobierno no la está sabiendo manejar conforme a las expectativas de los
electores. No se trata de la frustración que en sus votantes ha
provocado el incumplimiento electoral (aunque también) sino, sobre todo, de la
percepción de que el Ejecutivo está gobernando de un modo autista, ajeno
a los criterios sociales que demandarían una mayor receptividad a planteamientos
diferentes a los propios y con distanciamiento, incluso, de los
sectores que le son más próximos. Algunos ejemplos bastarían para demostrar que
el PP necesita una seria introspección para tratar de corregir el mal de altura
que le afecta. Por conocidos, recientes y graves, huelga reiterarlos.
La mayoría absoluta ha llevado a Rajoy a confundirse gravemente
desde el comienzo de la legislatura con los presupuestos de 2012, que retrasó
innecesariamente, con Andalucía, en donde se enajenó la mayoría absoluta
propiciando allí un Gobierno PSOE-IU, con Cataluña -su buen discurso del pasado
sábado llega un año tarde-, en donde ha contemplado impertérrito el crecimiento
de la marea independentista, y con
su propio partido, que ofrece flancos débiles y fisuras que se hubiesen evitado
con un mayor esfuerzo de liderazgo político y coordinación.
Capítulo aparte merece el modelo de relación que el Gobierno del PP ha
impuesto con sectores sociales y económicos (empresariales, profesionales) que
le serían naturalmente afines. Otro capítulo adicional es su
gestión de los medios públicos y su relación con los privados que, en términos
estratégicos, resulta desastrosa. Por fin, la labor legislativa -siempre
elaborada y aprobada en solitario- augura futuras y fulminantes derogaciones si
el gobierno de España cambia de signo.
España: sin gobiernos de coalición desde 1979
Por todas estas razones y por la experiencia acumulada desde 1979,
las mayorías absolutas se consideran ya malditas. Será muy
difícil que el electorado las vuelva a otorgar a la vista de sus resultados.
España camina, por eso, hacia un nuevo escenario de partidos con la necesidad
consiguiente de adaptar su cultura política más a la colaboración que a
la confrontación, que en nuestro país resulta disparatada y
estéril.
Alemania es el ejemplo de permanentes coaliciones, tanto de los socialistas
como de los socialcristianos con partidos pequeños (liberales, verdes),
y de grandes coaliciones entre el SPD y la CDU-CSU: las hubo en
1996, en 2005 y, ahora, la acordada en 2013. En el Reino Unido los conservadores
gobiernan con los liberales-demócratas después de que el electorado británico
haya superado el sistema de turno de mayorías laboristas y conservadoras.
Incluso en Francia se ha dado una situación tan singular como la
cohabitación en 1986 entre un presidente socialista
(Miterrand) y un Gobierno de la derecha
(Chirac).
Desde 1979 hasta el presente, toda la época democrática, en España no
ha habido un gobierno de coalición, sino apoyaturas del PSOE y del PP
en los partidos nacionalistas (con González, con Aznar y con Zapatero) y
ocasionalmente con IU, partidos que se han comportado como bisagras pero sin
asumir las responsabilidades de gobierno. Nuestro país se enfrenta seguramente
a un escenario en 2016 de gran fragmentación parlamentaria y a
una situación muy precaria de su sistema político. Habrá que optar por el
modelo alemán, de coaliciones serias, o por el
italiano, inestable y disfuncional, volátil. La historia nos da una
pista de por dónde debemos caminar: los preconstitucionales Pactos de la
Moncloa de 1977, de feliz recuerdo. La unión, entonces, hizo la
fuerza.
Con los problemas tan sustanciales que tenemos encima de la mesa (la cuestión
catalana, el fin de ETA, la crisis de la Corona, el insoportable desempleo y la
desigualdad social que se acrecienta), debería barajarse una gran
coalición entre el PP y el PSOE que, además de evitar los frentismos,
actuase con un patriotismo transversal que vertebrase el Estado y ofreciese
soluciones sólidas y duraderas. El mayor problema para lograr este gran pacto
quizás no resida tanto en su dificultad intrínseca cuanto en el arraigo de
intereses de una clase política -la actual- en la que los ciudadanos no confían
y a la que no atribuyen capacidad para sacrificar sus intereses
estamentales.
Las grandes coaliciones gubernamentales equilibran, templan, son más
eficaces, establecen mecanismos de fiscalización interna en los
gobiernos, atienden mejor a los electorados de unos y de otros y evitan
la depredación del Estado. Son fórmulas de gobierno para situaciones históricas
difíciles como la nuestra y logran decisiones y soluciones transaccionales que
perduran en lo político y en lo económico. Hay que recordar a Fuentes
Quintana que insistía machaconamente en el hecho de que la economía
dependía de decisiones políticas.
Se objetará que en España esta apuesta es un brindis al sol.
Quizá lo sea, pero hay que plantearla seriamente porque después de esta gran
crisis poco se parecerá el futuro al presente. La política ha de ser un acto
permanente de compromiso y de responsabilidad, única manera de dignificar su
ejercicio y de ponerlo al servicio de los intereses generales.
La alternativa a una gran coalición regeneradora es un fin de
régimen del que nos vienen advirtiendo personalidades -como lo
hicieron hace un siglo los intelectuales de la generación de 1914 con la
Restauración- que por trayectoria personal, profesional y académica merecen ser
escuchadas.
http://blogs.elconfidencial.com/espana/notebook/2014-02-01/las-malditas-mayorias-absolutas-en-espana_83655/
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