Se estrenó anoche, en el Auditorio de Santa Cruz de Tenerife, la ópera Don Giovanni y, en general, siento decir que no me gustó nada, o más bien poco. Partiendo de la base que ni muchísimo menos soy crítico cualificado sino un simple melómano con algunos conocimientos adquiridos después de muchos años de disfrute de la música clásica, únicamente expongo aquí mis modestas impresiones al respecto, siempre subjetivas, compartidas o no.
Del elenco de cantantes destacaría a la soprano grancanaria Yolanda Auyanet (Donna Anna), al barítono Alessandro Luongo (Don Giovanni), al también barítono Roberto de Candia (Leporello) y a la mezzo Alessandra Volpe (Donna Elvira), todos a la altura de lo que se esperaba; el resto discreto. La orquesta muy bien, como siempre, y del director poco puedo decir porque sentado en la tercera fila de vez en cuando le veíamos algo de su cabellera pero poco más. Ahora, como la orquesta sonaba muy bien el director lo hizo estupendamente también. Por cierto, una mención al coro que lo hizo bien, de manera más que discreta a pesar de las mamarrachadas que le hicieron hacer y que contaré a continuación.
Ahora hablemos de los horrores, o sea del resto.
Vendían la ópera como un Don Giovanni adaptado a los tiempos (siempre la misma frasecita) y ambientado en Nueva York. Así, tanto podía ser NY como la esquina de mi casa, pues el peso de la ubicación recae exclusivamente en un típico taxi amarillo, pero ¡un Mercedes! (no sé si alguien habrá visto un Mercedes-TAXI en Manhattan, en fin...). El resto de la ambientación tanto podía ser Nueva York, repito, como cualquier otra ciudad sin interés alguno. El vestuario carnavalesco, sin pies ni cabeza, más parecía una colección de fondo de armario de un teatro de colegio que un grupo de discotequeros o de gente de la calle. El protagonista, por ejemplo, se vestía con algo similar a una chaqueta tipo Spandau Ballet que lo descontextualizaba completamente. Los decorados, en principio sobrios que auguraban buen gusto, se convierten en un pastiche vodevilesco donde se entremezclan una supuesta discoteca, una sala de baile o una calle. Y por último comentaré esa manía que les ha dado ahora a los directores de tirar, literalmente -t i r a r- a los cantantes por el suelo para que canten en las posiciones más absurdas. Absurdo fue una Donna Elvira vestida con falda de lentejuelas tirada por el suelo y preocupada porque no se le vieran las bragas, o todo el coro sentado frente a la puerta de la "discoteca" (algo que se ve todos los días), o ver a Don Giovanni recostado con los pies en alto en un incomodísimo sillón que parecía una cama para los enanitos de Blancanieves.
Ya lo ven, un Don Giovanni más bien horroroso. Aún así seguiremos disfrutando de la ópera, unas mejores, otras peores. ¡Ah!, lo olvidaba, la música de Mozart siempre sublime.
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