Nos quedan aún un par de regalos por disfrutar y empezamos por darnos un salto a Cuenca donde, gracias a L+F (¡gracias!), habíamos reservado una noche en el Parador, antiguo convento de San Pablo, emplazado en un promontorio sobre la Hoz de Huécar, a bastante altura sobre el cauce del río y frente a las Casas Colgadas.
Desde Cartagena llegamos a la ciudad antigua de Cuenca para, una vez acondicionados en la habitación, salir a recorrer la ciudad que ya, desde la puerta misma del Parador, nos mostraba una imagen espectacular. Con frío, que no helor, comenzamos nuestra visita al "Museo de Arte Abstracto Español", ubicado en las Casas Colgadas. Fundado a iniciativa del artista Fernando Zóbel en 1966, forma parte del entramado urbano de la ciudad antigua; en 1980, Zóbel donó a la Fundación Juan March su colección de pintura, escultura, dibujo y obra gráfica, así como su biblioteca personal y un conjunto con sus diarios y más de ciento treinta cuadernos de apuntes. Desde entonces, la Fundación es titular del museo.
Fue la primera catedral gótica de Castilla junto con la de Ávila. De estilo gótico ligado a los maestros de la Champaña francesa, las obras se iniciaron en el año 1196 y se concluyeron en el año 1257. Sin embargo, como la mayoría de los edificios religiosos, ha sufrido transformaciones a lo largo del tiempo: en el siglo XV se reconstruyó la cabecera gótica; el exterior de la catedral se renovó casi por completo en el siglo XVI; y en el siglo XVII se construyó la capilla del Sagrario y se reformaron la fachada y las torres en estilo barroco. En el siglo XVIII se construyó el nuevo altar mayor; y a principios del siglo xx, debido al derrumbe de 1902, se reconstruyó la fachada siguiendo el estilo gótico original.
Un paseo sin prisas por la catedral para impregnarse de la maravillosa arquitectura religiosa que hay en España, donde en cualquier lugar te sorprende el retablo de una pequeña iglesia o la grandiosidad de una catedral como ésta. No me canso de estos descubrimientos que no hacen sino colocar las piezas que he ido perdiendo en el puzzle arquitectónico de mi vida.
Se hacía de noche y volvimos al Parador para cenar, era ya nuestra última y única noche en Cuenca. Nos tomamos un chocolate caliente como aperitivo surrealista, para entrar en calor, antes de cenar y de dar una pequeña vuelta para ver la ciudad iluminada. La mañana siguiente iríamos a visitar Las Torcas de los Palancares, formación geológica constituida por diferentes torcas, que son en realidad hundimientos del terreno de forma más o menos circular u ovalada que pueden alcanzar una profundidad de más de 90m. Visitamos el lugar pero, desgraciadamente, la sequía de este año había hecho de las suyas y las torcas estaban secas. C'est la vie!
Después de este estupendo salto al pasado me apetece conocer Teruel, que también existe, dicen.
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