Es curioso cómo se han fusionado el lenguaje capitalista y el deportivo, esa nueva forma de nihilismo e individualismo tan de moda, que hasta gana elecciones.
Íñigo Domínguez, 21-ENE-2024
Decía Montaigne, ya en el siglo XVI, que “nadie está exento de decir necedades, el mal está en decirlas con pompa”. Qué duda cabe de que es una de las lacras de nuestro tiempo. Continuaba diciendo: “Esto no va conmigo, que digo mis tonterías tan neciamente como las pienso”, palabras que suscribo, y siento que siempre lo paguen ustedes. Vivimos inmersos en una niebla de retórica de la peor especie. El último ejemplo, lo de Nadal. Al margen de consideraciones que ya se han hecho, me interesa cómo lo dijo, el lenguaje: “Mires por donde mires, en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso, y estoy entusiasmado de ser parte de eso”. Hemos hecho normales este tipo de sandeces, esta forma de expresarse. Su origen es claro: la publicidad y el mundo de la empresa, que omiten la verdad en aras del interés particular y del máximo beneficio, y la envuelven en conceptos positivos. Ha invadido todo, y ese rollo motivacional, del esfuerzo, de las metas, de aprender de los errores, de convertir los problemas en oportunidades. Qué pereza todo, qué gente tan inhumana. Es curioso cómo se han fusionado el lenguaje capitalista y el deportivo, esa nueva forma de nihilismo e individualismo tan de moda, que hasta gana elecciones: la ambición, la visión, el sacrificio, la excelencia, los objetivos, la importancia de los resultados y, sobre todo, esa pesadez estadounidense de cumplir los sueños, que a los pobres niños les meten en cualquier dibujo animado desde que tienen uso de razón. La palabra “sueño” ya es puramente comercial, nada que ver con lo que tenía Luther King. Pero ya es la forma general de hablar, y de relacionarse. Miren las redes sociales, el vecino del quinto dice cosas así: “Después de estudiar varias opciones, mi mujer y yo hemos decidido hacer una hipoteca, estamos muy ilusionados con esta nueva etapa”.
Si me ofrecieran a mí lo de Nadal no digo que no fuera corriendo, pero yo tengo excusa: no estoy forrado. ¿Qué excusa pones si ya lo estás, que te falta el ferrari color pistacho? Pues ahí tienes todo el repertorio de tonterías positivas, pues no debe haber trabas a la libertad, a los retos, a vivir la experiencia, a derribar los límites. Cuando oímos a Nadal decir esas cosas sobre su entusiasmo, traducimos mentalmente: “Le pagan un pastón”. Porque imaginen que hubiera dicho que está tan entusiasmado de ser parte de eso que lo va a hacer gratis, sin cobrar. Pensaríamos: este hombre se ha vuelto loco. Porque solo un zumbado o un fanático puede compartir esos valores, por no hablar de compartir ese clima. Es decir, sabemos que no se lo cree ni él —aunque no digo que una fortuna no ayude a creerse lo que sea—, pero no le perdonaríamos que fuera verdad. Sí le perdonamos el cinismo, y eso es lo dañino, su contribución al cinismo general. Necesitaríamos creer de vez en cuando en los actos desinteresados, en los altos ideales, en la defensa de los más débiles, en la lucha contra la injusticia, pero la verdad es que cada vez lo ponen más difícil. Porque eso hoy equivale a ser tonto, te llaman progre, el mundo no funciona así. Si eres superhombre o supermillonario o superfamoso tienes razón en todo, da igual lo que digas, personificas el éxito, la única medida, la mejor versión. Los grandes deportistas son lo más parecido que tenemos a los héroes clásicos, pero qué difícil es que mantengan el personaje. En realidad, Nadal creerá que lo está manteniendo, que no tiene otras obligaciones más que ganarlo todo, por eso habla así, como siempre ha hablado. Seguro que está alucinando de que la gente se enfade.
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