Tuve ayer una reunión de trabajo por la tarde que, entre una cosa y otra, acabó siendo en Santa Cruz a las 6. Bajé en moto al centro, aparqué y me di un paseo hasta el lugar de la cita mientras me cruzaba con algunos conocidos y otros no, los más. Pasear por una ciudad pequeña tiene estas cosas, rara vez lo haces de incógnito, siempre te encuentras con algún amigo, con alguien que te suena pero no recuerdas su nombre, con otro u otra que te cae mal, aquél con el te haces el loco sin cortarte un pelo o incluso alguien que te obliga a cambiarte de acera por el desprecio que te genera. Así, unos y otros van conformando una red de holas y adioses, reales o impostados, que te entretiene.
Me viene a la memoria una conferencia a la que asistí, con ágape final, donde me tomé un café intentando pasar desapercibido -mucha gente conocida, muchos compromisos saludadores-, colocado de espaldas a alguien a quien, directamente, no quería ni ver ni hablar.
- Un café, por favor. Sí, sí, con un poco de leche. Gracias. ¡Ah!, dije, tras sentir un pequeño golpe en el hombro; no te había visto (poniendo esa cara de "sí, claro que te había visto, pero pasaba de saludarte").
Eso fue todo, Café en mi mano, atisbo de sonrisa congelada, el ya exclamado ¡ah! a modo de saludo y listo. ¿Recuerdas la última vez que coincidimos?, pensaba yo, pues que te den; toda acción tiene su reacción y ésta última se sirve fría fría, dicen.
¿Se merece tu tiempo esta gente que te disgusta? No, el tiempo (sobre todo el mío) es oro.
Por otro lado, hace un par de semanas me invitaron a la presentación de un libro de Historia en Tenerife, a la que fui. En la entrada del salón de actos revoloteaban políticos encantados de conocerse y uno, que por obra y gracia del demonio coincidió conmigo profesionalmente, al verme se giró azorado y continuó hablando por el móvil como si no hubiera un mañana. Lo agradecí pero también disfruté el momento mientras aguantaba el vómito.
PD. Tenía guardada una repuesta para una de esas personas realmente odiosas que se conocen a lo largo de la vida, aunque cuando finalmente hubo ocasión -que la hubo-, opté por darle un barniz educado y no le contesté el "hueles a pis" que atesoraba en mi interior sino un polite "eres la persona más desagradable que conozco", con los ojos bien abiertos. Pocas situaciones en esta vida me han dado tanta. Vida, digo.
♫
Putochinomaricón, *Gente de mierda.
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