Tuve FACEBOOK hace ya un par de años y terminé por cerrar mi cuenta (compartía lo que escribía en mi blog de manera automática). Después de aquello ni INSTAGRAM, ni TWITTER ni red social alguna, ¿para qué? Mi tranquilidad mental está así asegurada, o al menos eso quiero pensar. La razón por la que me desvinculé de las redes fue por la impotencia que me creaba leer algunos comentarios que me escribían supuestos amigos bienintencionados. Ocurrió que, en contestación a algo que había escrito sobre inmigrantes muertos en las costas griegas o italianas, uno de estos amigos me preguntó ¿y por qué no los acoges en tu casa?
¿Qué podía contestar ante tal pregunta?
No supe, así que adiós a FACEBOOK. Muerto el perro se acabó la rabia (sí, feo refrán éste, perdón).
Hoy me encuentro con esta terrible noticia en los periódicos y miedo me da escribir sobre ella. Desgraciadamente mi casa es pequeña...
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