Andaba yo ayer viendo una película que tenía pendiente, "La biblioteca de los libros rechazados", una ¿comedia? francesa, costumbrista, con un buen guión y una historia muy apetecible: un manuscrito no editado es descubierto por casualidad y una cosa lleva a la otra... En la película disfrutamos del amor a los libros y, sobre todo, del amor a las bibliotecas.
Creo haber contado en alguna ocasión anterior que hace algunos años vino a casa un compañero para una reunión de trabajo y, al ver la biblioteca de mi salón dijo, "¿Los has leído todos? ¡pero si esto ya no se usa!", tal cual, palabra por palabra.
Con los años mis libros ocupan no sólo gran parte de mi casa sino también de mi vida, que no la concibo sin ellos; los míos y los que no lo son, por eso disfruto tanto al entrar en una biblioteca, como otros lo hacen rodeados de motos o de coches de carreras o de figuras de cera.
Ante una mudanza, por ejemplo, lo primero que me viene a la cabeza es ¿qué hago con los libros? En Pin y Pon, mi anterior casa, encargué a medida unas estanterías metálicas, dos, a modo de biblioteca que encajaban perfectamente en el pequeño salón y en mi miniestudio. En Villa Augusta, adonde me mudé con mi perra Augusta y después con Octavia, mis labradores, la biblioteca, ésta de madera y también hecha a medida, ocupa un lateral del salón que parece haber sido proyectado asimétricamente para este uso. Una Lounge Chair negra completa el paquete de lectura.
Hace muchos años, muchos, jugamos los amigos a una suerte de cuestionario Proust acerca de cómo nos veíamos entre nosotros -así lo recuerdo, mi falta de memoria es proverbial, de manera que cualquier parecido con la realidad puede ser pura coincidencia- y mi bro G escribió "un libro". Nada mal, por cierto, que a uno lo vean como a un libro, habiendo tanto donde escoger: zorro, serpiente, cuervo, tiburón y todos estos adjetivos más usuales para referirse a las personas.
Los libros, y por ende la lectura, forman parte de mi, tanto como la baba que se me escapa cuando me cruzo con un perro, sobre todo si éste es grande.
En estos momentos disfruto de una novela de las que tienen la particularidad de absorberte, otros dirían engancharte, desde las primeras letras:
El perro surgió del bosque y se plantó en el camino.
El chico también se detuvo.
Pasaron unos segundos en los que no ocurrió nada.
Después, el perro abrió la boca y contrajo los carrillos hasta mostrar los dientes.
"Los nombres prestados", Alexis Ravelo, Siruela.
Alexis Ravelo, recientemente fallecido, autor grancanario absolutamente recomendable. Deliciosa novela negra.
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