Insomnio, falta de apetito, cansancio, desconcentración, hambre, etc., sólo algunas de las manifestaciones con las que el cuerpo somatiza los malos rollos. Con estos datos y todos los años que pasa un psiquiatra estudiando la carrera, éste es el diagnóstico y el tratamiento: tiene usted estrés, tómese la vida con más calma.
Cartagena desde El Calvario, JUN-2022
Ante tal sabiduría uno debe hacer caso y replantearse la vida en la medida de lo posible mientras piensa ¿cómo no se me ha ocurrido esto antes?
Echando mano a lo más fácil, lo mejor es tomarse unos días de asueto -no sé si los puedo llamar vacaciones-, pasar el interruptor al modo OFF y, pertrechado de uno o más libros, dos en esta ocasión, uno para acabar y el otro para empezarlo, decidí alejarme del despacho, del dibujo y del notario y coger un avión.
Así pues, ejecutada la desconexión y con la disculpa de ver la exposición de Norman Foster en el Guggenheim de Bilbao, nos plantamos en Cartagena para disfrutar de la primera parte, ésta más familiar y calurosa, entre ratos caseros, comida rica rica, siestas, paseos con bonitas vistas, cena de rigor en el japonés de siempre y alguna de picadura de mosquito de más. Coincidí con la Orquesta Sinfónica de Murcia en el Auditorio de Cartagena, El Batel, y me apunté raudo a la 3ª Sinfonía de Brukner.
Dejamos atrás Cartagena para, desde Alicante, volar a Bilbao, última etapa del corto viaje. Allí nos esperaba la ciudad, con un tiempo fantástico perfecto para pasear, sin el calor sofocante de la costa mediterránea y dispuestos a pasear en barco por la ría, cosa que hicimos la misma tarde que llegamos, pasear por el casco antiguo y disfrutar de la gastronomía vasca.
Bilbao me encanta, me parece la ciudad perfecta para vivir, claro que no la recuerdo en invierno. Para muchos el mal tiempo, la lluvia y el frío puede ser un problema, pero no es mi caso. Tiene paseos al borde de la ría y en el interior, muchos árboles, parques y jardines por donde dar una vuelta con el perro -que hay muchos-, jugar con los niños, sentarse a ver el paisaje, leer un libro o simplemente mirar la vida pasar como dice la canción de Fangoria. Pintxos, quesos, bacalao, merluza; todo está buenísimo.
El "efecto Guggenheim" llaman a lo que se ha conseguido en Bilbao para que la ciudad haya dejado de ser gris y ahumada hasta convertirse en la ciudad luminosa y verde que es hoy. Nos da la Wikipedia un resumen de lo que nos encontramos al llegar a un lugar completamente transformado desde finales del siglo XIX, que ha convertido una ciudad posindustrial en una de servicios con un marcado componente cultural, y con obras arquitectónicas de una trascendencia internacional, como el Museo Guggenheim Bilbao de Frank Gehry, ubicado en la margen izquierda del río Nervión, el Metro de Bilbao, diseñado por Norman Foster, la Torre Iberdrola de César Pelli o Zubizuri, el puente peatonal sobre el río. Nos encontramos, además, con una arquitectura residencial muy rica a lo largo de calles, paseos y avenidas, donde nos encontramos con eclecticismo, modernismo, regionalismo, art déco, racionalismo... Una gozada también para un arquitecto, sin duda.
Azkuna Zentroa Alhóndiga Bilbao
La parte cultural del viaje, después de visitar la impresionante reforma a la Alhóndiga de Bilbao, el Azkuna Zentroa, con piscina de 25m en la cubierta que se ve desde el atrio al tener parte del suelo de cristal, se centró en el Museo Guggenheim, donde teníamos entradas para ver las exposiciones actuales, no sólo la de Foster sino los dibujos de Serra y Seurat así como la ferviente celebración de Dubuffet, al que conozco por su gran escultura "Group of Four Trees" frente al Chase Manhattan de Manhattan.
Imposible plasmar aquí la exposición de Norman Foster en el Guggenheim: "Motion. Autos, Art, Architecture", donde se repasa más de un siglo de creación automovilística y su relación con el arte y la arquitectura. Una absoluta maravilla que hay que verla sin prisa, disfrutando con cada uno de los coches, verdaderas joyas del diseño. Le Corbusier, Calder, Henry Moore, Tonet y coches que te dejan con la boca abierta. A punto estuve de sufrir el síndrome de Stendhal, palabra.
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