Nadaba anoche y, mientras iba y venía, pensaba: ¿acaso soy feliz? Nadar es lo que tiene, uno se encuentra con la distancia delante hasta el borde opuesto de la piscina, su respiración y sus pensamientos, poco más. Me gusta nadar, siento algo parecido al momento en que me hallo sentado frente a un concierto o a una ópera, los oídos escuchan, el alma disfruta y la cabeza bulle.
La vida en bucle que llevamos, sin suficientes horas en el día para poder con todo, casi no nos deja pensar e igual esto es una bendición; el cuerpo sabe. Replantearse lo que hacemos y cómo lo hacemos, si realmente nos hace disfrutar, se torna una tarea peligrosa. Menos mal que nos queda la natación, la música y, a veces, unos días de vacaciones.
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Haendel, *Música acuática. Allegro.
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