Quiero compartir mi experiencia trabajando con Arquitecto Municipal todos estos años -vamos ya por 15-; no quiero, lo necesito.
Estoy cansado. Mucho. ¿Dónde quedaron los 18 años?
Trabajar en la Administración es una carrera de fondo, de desgaste continuo, que absorbe la energía hasta tal punto que muchas jornadas sólo quieres tirar la toalla. Luego el cerebro te recuerda aquella máxima inventada por el enemigo: el trabajo dignifica al hombre. De eso nada, lo que lo dignifica es una cuenta corriente saneada y tiempo para disfrutar de la vida.
Nos encontramos con un tablero de juego y sobre él las piezas, leyes, decretos, normativas y sentido común que es lo que supuestamente aportamos cada uno de los que trabajamos en la función pública. Pública, sí, una palabra desgraciadamente tan vacía. El ciudadano, al que nos debemos en primera instancia, se desvanece ante tanta burocracia e incomprensión por parte de la Administración. El NO es el rey absoluto y, si tienes suerte y caes en gracia, veremos si hay posibilidades de llegar al SÍ. Una carrera donde las vallas son cada vez más altas y llegar al final no sólo es una tarea ímproba sino prácticamente imposible.
Aún así, si logramos solucionar el problema que se le plantea al ciudadano y llegamos felices a casa al sentir que hemos podido ayudar, no todo está ganado, nos quedan finalmente el filtro jurídico, la opinión de otras Administraciones, los cuadriculados, los del vuelva usted mañana de Larra, los del "ese lo firma todo". Uno se siente muchas veces como el portador del anillo ante las Grietas del Destino de Sammath Naur pero sin un Sam que lo apoye.
La política municipal, expuesta constantemente a una oposición que busca rédito por encima de todo y de todos, acaba salpicando también al trabajador. El miedo sobrevuela nuestras cabezas y uno no sabe cuándo le caerá una denuncia, una crítica, un anónimo rastrero colocado en aquella esquina para hacer daño. El miedo, como las prisas, mal compañero de trabajo es.
Pero no todo está perdido, tener la certeza de que uno hace bien su trabajo -o al menos lo intenta- y que aporta su pequeño granito de arena para que las cosas vayan mejor, para ayudar a quién ha depositado su confianza en ti, para impulsar el desarrollo económico y el bienestar de las personas, aparte del sueldo (el maná es cosa del pasado), es recompensa ¿suficiente?
Suspiro por jubilarme, sano y acompañado, y sentarme a escribir mi modesta historia, mis guerras, mis batallas, mis fracasos y algunos éxitos, la buena gente con la que he compartido mi vida laboral y la que no lo fue tanto (incluso la mala, que de todo ha habido y habrá, me temo), libre de cargas laborares y un poco más feliz, hecho directamente proporcional a la cantidad de tiempo libre. Aventuras o desventuras de un arquitecto municipal.
Como soñar es gratis, he aquí la estampa en la que me querré encontrar: una casa frente a un lago con embarcadero y una mesa sobre éste para escribir sin reloj. Música clásica, por supuesto, y mis perros alrededor. Lo dejo ya, voy a preparar algo de comer que vienen nuestros a casa en un rato. Por cierto, un loft en Gran Canaria no está mal tampoco.
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Donizetti, "Elixir de amor". *Una furtiva lagrima.
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