Mi amiga I me recuerda siempre que puede la historia de Margarita. Margarita, que sufría terribles dolores de estómago y a la que finalmente, tras visitar numerosos especialistas, le recomendaron entrar a su trabajo cada mañana con una sonrisa y decir ¡hola! a todos como si se tratara de sus mejores amigos.
Juro que yo lo intento, pero se me congela la sonrisa y emito un profesional hola, buenos días, sin admiración alguna. Menos mal que como dios aprieta pero no ahoga, llega mi compañera N a primera hora y me cambia el humor al tomarme un segundo y presto café con ella y mis amigos marianeros y mañaneros.
Llega un momento en que sólo resta descontar días hasta mi huida, la gran evasión. Igual es que aún no he encontrado la moto de Steve McQueen.
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Asumir que hay cuestiones de la vida sobre las que no tenemos influencia resulta complicado. Nuevas terapias enseñan a admitir esta realidad.
Patricia Fernández Martín, 15.08.2024
Aunque el sufrimiento sea una condición humana posible, la sociedad occidental nos empuja a huir de él. Se transmite la idea de que para poder vivir se necesita evitar la presencia de determinados pensamientos, recuerdos o sensaciones asociados al malestar. Además, también se ha reforzado el mensaje de que se debe encontrar una solución inmediata a los problemas. Es cierto que existen algunos de fácil solución, como elegir qué tinte para el pelo aplicarse o qué película ver en el cine… Pero hay otros contextos problemáticos. Cuesta aceptar que a uno le han dejado, que no se puede tener ya hijos, que no se ha aprobado una oposición para la que uno se había preparado durante tiempo o que no se puede volver a correr maratones debido a una enfermedad cardiaca. Lo que peor se admite tiene que ver con la salud, el amor, la familia, lo económico… En estos contextos, buscar una solución inmediata puede frustrar aún más.
En los últimos años se ha incrementado la investigación de terapias psicológicas que parten de la idea de que hay un grado de sufrimiento inherente a la vida que no se puede eliminar y que el intento de acabar con él puede llegar a provocar trastornos psicológicos. El objetivo de estas terapias no es tanto reducir eventos internos (preocupaciones, miedo, tristeza…) como la aceptación de ellos cambiando la relación que uno tiene con sus pensamientos y emociones. La idea es que las personas retomen las riendas de su vida a pesar del malestar. Esto redundará en un mejor estado de ánimo.
Para estos objetivos se propone el uso de metáforas. Por ejemplo, se plantea la del autobús, en el que se le dice al sujeto si es capaz de mantener la dirección de su autobús hacia lo que le importa en la vida a pesar de que los pasajeros le traten de boicotear permanentemente con mensajes que le auguran un fracaso. Para saber hacia dónde dirigir el autobús, se emplean metáforas como la del jardín para clarificar las direcciones que la persona desea tomar en su vida en diferentes ámbitos (laboral, familiar, amistad, ocio…). Se le dice a la persona que no es fácil cuidar de las plantas porque los jardines suelen tener malas hierbas que cuanto más se arrancan, más salen. La no aceptación tiene más que ver con obsesionarse con arrancar las malas hierbas olvidándose de cultivar las propias plantas. Hay libros para reflexionar sobre estas ideas y llevarlas al terreno práctico, como Manual para soltar. Practicando la aceptación radical de la terapia dialéctica conductual, del psicólogo clínico Joaquim Soler, o Cómo reducir el sufrimiento con aceptación y mindfulness, del psiquiatra Javier García Campayo. En ellos se orienta a hacer algo valioso en la vida y a aprender a tomar distancia.
Thaïs Tiana Sastre, psicóloga del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, señala que lo importante para incorporar estas ideas sería ser conscientes de cuándo no lo estamos aceptando. Aparece en forma de rumias: “Si no hubiera tenido a este padre”, “debería haber hecho aquello”, “hasta que no desaparezca este dolor, no voy a poder volver a nadar”. La persona, en lugar de estar de forma efectiva en el mundo, lo está en sus pensamientos o razonamientos orientados hacia el pasado o el futuro. Cuando uno acepta, se abre a permitir, a ponerse a favor de la corriente, a soltar… La no aceptación, en cambio, está relacionada con cerrarse a lo que pasa en la vida, oponerse, ponerse a contracorriente, aferrarse…
Habría diferentes capas de la aceptación. La mental y la emocional se fomentan al enfocar nuestra atención al momento presente. Pero no únicamente. Según Manual para soltar, entender que hay causas en lo que sucede, que el universo es como es y no tiene intencionalidad y no oponerse al dolor cuando algo naturalmente lo causa ayudan a orientarse mentalmente a la aceptación. Notar la tensión física, saber relajar y soltar corporalmente ayuda a la aceptación en su componente emocional.
Finalmente, comportarse coherentemente con la aceptación, actuar como si lo admitieras, a pesar de que emocionalmente uno no lo sienta así, sería la tercera capa. Esta, la aceptación conductual, consiste en activarse llevando a cabo una acción opuesta a la emoción: es decir, tener un plan de acción que se relacione con intereses y valores personales con independencia del estado de ánimo que se tenga. Si ahora ya aceptara completamente esta situación, ¿cómo me comportaría en ese caso?
La permanente huida del sufrimiento inherente a la vida y la búsqueda de soluciones inmediatas a lo que no tiene remedio pueden estar entre las causas por las que se demande ayuda profesional. Una vez eliminada esta necesidad de huida, uno puede implicarse en las actividades que se establezcan como objetivos valiosos y aprender que el problema no es tener pensamientos negativos, sino el modo en que se reacciona ante ellos. Cuando uno elige aceptar. Sobre todo, si se sabe cómo hacerlo y si se tiene claro qué plantas cuidar del propio jardín personal. Aceptar no es algo pasivo, sino algo tremendamente activo y se ha de cultivar con intención. La aceptación ha de estar al servicio de lo que a uno le importa en la vida.
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