Nino Bravo, *Esa será mi casa.
Llegar a Atenas es llegar a casa, créanme. Empezando con la cadencia de su idioma, que parece nuestro porque suena igual, aunque no entendamos nada; pero no importa, estamos en casa igualmente. El aire, los olores, la luz, los griegos... todo embriaga, nos sentimos en nuestro hogar. Ocurre esto en pocas ciudades, quizá también en Berlín, o en Dublín tal vez...
Comenzaron mis merecidas vacaciones el mismo día de mi cumpleaños y por la mañana temprano estábamos ya volando a Madrid con la intención de tomar un vuelo directo a Atenas, como así fue sin percance alguno. Allí nos encontraríamos con el amigo que todos quieren tener en una ciudad desconocida: Nico, el prefecto cicerone. En esta ocasión volvió a unirse el mismo grupo que viajó a Nueva York diez años antes; fuimos seis y ahora se nos unió un séptimo viajero con sólo ocho años. El grupo perfecto, sin duda.
La primera noche, cansados por los dos vuelos y las esperas en los aeropuertos que cada vez se hacen más pesadas, una vez despachado el hotel, comenzó la aventura abriendo las ventanas de la habitación, y voilá.
¿Qué quieren que les diga? Siempre tan refranero, ahora sólo cabe un "una imagen vale más de mil palabras".
Un paseo para abrir el apetito por Monastiraki, una vuelta a la manzana, por decirlo así, Ágora Romana, Torre de los Vientos, Biblioteca de Adriano, Plaka Anafiotika y más hasta sentarnos en un restaurante con vistas a la Acrópolis iluminada para cenar y, de camino, celebrar mi cumpleaños, aunque esto último si lo repiten lo negaré. Nuestro primer contacto con la comida griega (la auténtica; la de los restaurantes griegos fuera del país igual está occidentalizada como la china, cualquiera sabe), fue un éxito atronador: queso feta, berenjenas, moussaka,
hojaldre, tzatziki, ensalada griega, pastichio, kebab, baklava, loukoumades y agua, mucha agua que sirven nada más sentarte. No se puede pedir más, buena comida y magnífica compañía, un cumpleaños para no olvidar.
Convencido de caer como una piedra en la cama volví a la habitación y nada, la cosa no pintaba bien, no tenía sueño. Llámalo excitación, emoción o simplemente estómago lleno por cena tardía, el hecho es que estuve dando vueltas un buen rato, tirón en el gemelo derecho incluido, hasta que debí quedarme frito de puro cansancio. Y tenía que descansar, al día siguiente nos esperaba la primera tanda de visitas programadas.
Mikis Theodorakis, *Strose to stroma sou & Zorba.
Concierto en 2005 en el Odeón de Herodes Ático, extremo oeste de la pendiente sur de la Acrópolis.
Innecesario despertador, acicalamiento mañanero, desayuno y ¡a la calle! Reunido el grupo de los 7, más Nico, partimos hacia la colina de la Acrópolis disfrutando de lo que nos ofrecía el paseo hasta llegar a nuestra meta. Entrar en la Acrópilis, "ciudad alta", η Ακρόπολη της Αθήνας, es imaginar a Pericles caminando por ese mismo suelo hace 2.500 años, casi nada, ¡qué emocionante! A pesar de la gente (ellos pensarían lo mismo de nosotros) la visita fue espectacular, me faltarían los adjetivos para describir los sentimientos. 7 horas para recorrerlo todo y acabar en el espectacular nuevo Museo de la Acrópolis, un edificio magnífico donde, entre otras cosas, se exponen las famosísimas Cariátidaes originales del Erecteión en un lugar preeminente donde puede verse, o lo contrario, el espacio vacío donde deberá ir la que expoliaron los británicos y que está en el Museo ídem.
El museo se construyó, entre otros motivos, para demostrar al mundo, y sobre todo a los ingleses, que no hay ya disculpa para que estos no devuelvan lo robado a Grecia. Los norteamericanos devolvieron lo que tenían en el Metropolitan de Nueva York, entre otros, pero el Museo Británico continúa resistiéndose. Un verbo: robar.
Las fotos no hacen sino ayudar a imaginar tanta belleza. Los olores y sabores de lo que vimos y comimos lo atesoraremos cada uno.
La arquitectura residencial de la ciudad tiene un nivel altísimo. Paseamos por Psyrri, Plaka, Omonia, Lycabettus, Kolonaki, Makry o Filopappou donde encontrábamos terrazas para comer en cada esquina, restaurantes estupendos, calles muy animadas y fantásticos edificios con grandes balcones y volados aterrazados donde reinan los toldos; parece que nadie los cierra con ventanales, prefieren aprovechar la luz y disfrutar de ella.
Dimos un largo paseo después de ver el interesante Museo de Arte Cicládico, almorzar, y llegar hasta la base de la colina Lycabettus desde donde subimos a la cima en funicular. Las vistas desde allí son indescriptibles, las palabras sobran aquí.
Bajamos caminando y continuamos hasta el Estadio Panathinaikó, también conocido como el Kallimármaro (en griego Καλλιμάρμαρο, es decir, el "mármol hermoso"), el estadio de atletismo que acogió la primera edición de Juegos Olímpicos Modernos Atenas 1986, reconstruido a partir de los restos de un antiguo estadio griego, el Panathinaikó. Es el único estadio construido enteramente de mármol blanco (del Monte Pantélico) y uno de los estadios más antiguos del mundo. El estadio es espectacular.
Esa noche no fuimos al hotel en busca de la ducha reparadora, preferimos continuar paseando hasta llegar a una terraza que nos había recomendado un lugareño, acompañándonos hasta ella, donde cenamos, recuperándonos allí del síndrome de Stendhal que nos rondaba desde que comenzamos nuestra aventura helena. Otra cena rica rica, hojas de parra con arroz fue mi elección, y a casa (al hotel). La noche anterior había cenado en el restaurante Karamanlidika, a un paseo del hotel, donde nos atendieron de maravilla, en particular la gerente, una señora leonesa dicharachera que llevaba 40 años viviendo en Atenas y que no había perdido nada de su acento español al hablar. Comida rica rica, como siempre, corazón contento.
Camilo Sesto, *Melina.
El monumento a Melina Mercouri, añorada actriz, cantante y política griega, nos sirvió de punto de retorno tras nuestra visita al Templo de Poseidón. Desde allí continuamos nuestro último paseo por la ciudad antes de coger el avión al día siguiente, sin dejar antes de intentar ver al cambio de guardia frente al parlamento, en la Plaza Syntacma, cosa que no logramos porque ingenuos llegamos sólo un cuarto de hora antes de las 11 y aquello estaba de bote en bote. Menos mal que, entre semana, sí logramos ver el espectáculo de ballet ecuestre de los evzones, donde los soldados se mueves como caballos en una coreografía a cámara lenta. Recuerdo lo aburrido que me pareció el cambio de guardia del Palacio de Buckingham, éste me fascinó.
En las islas, antes de viajar, sólo teníamos programadas las visitas a los monumentos, compradas las entradas con horarios flexibles para poder ir sin prisas. El último día lo habíamos previsto sin plan alguno, pensamos en que, una vez en Atenas, sabríamos qué hacer, si hacer alguna excursión más o menos larga o quedarnos en la ciudad. Finalmente decidimos ir a ver el atardecer al Cabo Sounión tras el Templo de Poseidón. Un paseo agradable en guagua hasta llegar a un lugar idílico pero donde no cabía un alma por metro cuadrado. Familias, turistas solitarios, grupos de amigos como nosotros o instagramers que veían la realidad a través de selfis, esperábamos pacientemente, después de tomarnos un café y rodear el fantástico templo, hasta que comenzara a bajar el sol tras el horizonte.
Vuelta a Atenas, cena y tristeza, volvíamos a Madrid al día siguiente. aún así la mañana nos regaló un último paseo y un café en una preciosa terraza cerca del hotel desde donde divisábamos las últimas maravillosas vistas de la Acrópolis, de las que no puedes cansarte nunca.
Melina Mercouri, *Na me thimase.
Nos despedíamos de Atenas contentos por haber descubierto esta ciudad, sus gentes, su arquitectura, su Historia, su comida, sus olores y hasta su caótico tráfico. Muy agradecidos a nuestro amigo Nico por el trato y por enseñarnos lugares que de otra forma no hubiéramos soñado conocer, llegamos al aeropuerto Eleftheiros Venizelos para volar a Madrid con la incertidumbre de si finalmente podríamos llegar a Canarias después de recibir interminables noticias de la tormenta tropical Hermine que amenazaba con convertir las islas en una nueva Atlántida. Pasamos noche en Madrid, cena japonesa con amigos incluida, posiblemente en el hotel más feo donde jamás haya estado.
Nuestros planes pasaban por darnos un salto temprano a Alcalá de henares para visitar el Museo de la Moto, pero no fue posible porque sólo abren los fines de semana, de manera que nos dimos un agradable paseo por el centro, subimos al mirador del Hotel Riu en el antiguo Edificio España y poco más. Se acababan las vacaciones. Y sí, logramos aterrizar en Tenerife.
Ahora a pensar en el próximo viaje.
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