Escucho esta mañana en RADIO 5 a un médico hablando sobre el envejecimiento, tema espinoso por lo que nos afecta a todos. Pasamos de una vida hedonista a otra preocupados por la salud todo el día para saber que, irremisiblemente, acabaremos en el hoyo. Claro está que el tiempo que estamos en este mundo cretino tenemos la obligación de encontrar fórmulas que nos aporten un poco de felicidad, que ya se ocupan otros y la propia vida de darnos bofetadas.
Anoche hablaba con mi amigo W desde San Francisco, él había leído también las noticias sobre el acto de VOX, el apoyo explícito de Donald Trump a Abascal, las arengas del resto de líderes de ultraderecha europeos y, en particular, el grupo musical que entonaba esa suerte de canción inclasificable.
Nos preguntábamos qué mueve a esta gente para decir estas barbaridades y, qué pena, la conclusión de ambos fue el odio. ¿Odio? ¿pero odio a qué? Odio a lo diferente, siempre ha sido así. O comulgas conmigo o contra mí.
¿Qué nos ha enseñado la Historia? Guerra tras guerra, ¿cómo es posible que a día de hoy se suspire por ella? Desde las Cruzadas hasta el Holocausto todo ha sido muerte y odio; hoy continúa en forma de intransigencia religiosa, expansión territorial, genocidios varios, todo resumido en una palabra terrible: fascismo.
Entiendo a los conservadores, a los progresistas, a los modernos, a los clásicos, a los carnívoros, a los vegetarianos, a los heterosexuales, a los gays, a los amantes de los animales y a los que no, pero no puedo concebir a los fascistas. El odio y la violencia que lleva implícita me dan miedo, ¿es que hemos perdido el sentido común y la memoria? ¿somos capaces de olvidar la maldad sin límites a la que ha llegado el ser humano? Lo triste es que parece que sí.
No me gusta el mundo en el que vivimos y la época negra en la que estamos entrando.
Me da miedo.
Samuel Barber, *Adagio for strings, Op.11.
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