Después de un día marrón. No, mejor, después de un día negro, exprimido todo el jugo que podía dar, enfrentado con la vejez cruda, de poner al límite mi paciencia y con alguna noticia giratoria no muy agradable, me fui de ópera a desconectar unas horas. Ayer se estrenaba "Attila", de Verdi, que sin ser de sus óperas más famosas no deja de tener ese toque mágico del compositor italiano. En un decorado bastante logrado e impactante -la guerra, siempre la guerra... ♪la güeeerra♫, que pronunciarían los italianos-, apocalíptico y lleno de muerte, se sucede el argumento, algo entrevesado, entre el rey huno Attilla, la italiana Odabella y su enamorado Foresto, y otros personajes menores, Papa León I incluido (a lo reina carnavalera, que por cierto saludó al final como si de uno de los protagonistas se tratara, siendo su aparatoso rol visto y no visto). Los tres personajes principales muy bien, hasta podría decantarme por Foresto (Antonio Poli), pero sin menospreciar en absoluto a sus dos compañeros Attila (Marko Mimica) y Odabella (Tanya Ivanova). El coro, muy bien, inexplicablemente ataviado con mascarilla; no entiendo eso de cantar con un tapabocas, incongruencia pura, ¿no ha habido ya suficiente COVID? Sólo el coro la utilizaba.
Así, entre el prólogo, tres actos más y entre medio un interminable descanso de 20 minutos, salí de la calatravada para terminar la noche regalándome un japonés en Santa Cruz. Una cena frugal que suele rematar mis noches de ópera.
En moto a casa, fría la noche, con la cabeza suficientemente despejada después de mi catártica ópera, me fui a la cama sabiendo que los fantasmas regresarían con el nuevo día.
¡Bienvenidos! les dije al despertarme.
♫
Bronski Beat, *Smallboy town.
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