Todo da vueltas alrededor del mismo punto, la pandemia, el confinamiento, el COVID. No se me quita de la cabeza. Recuerdo como si fuera ayer la llamada de embarque de nuestro vuelo de Tel-Aviv a Madrid, a principios de marzo del año 2020, sin saber aún lo que se nos venía encima. A las pocas semanas el mundo cerraba sus puertas confinándonos en casa tres meses. Soledad, depresión generalizada, tristeza, agobio. Acabando 2021 la cosa parece estar mejor, pero nada más lejos de estar olvidada. Continúan los contagios y hasta las muertes, las medias caras, literalmente; los ojos tristes, el futuro incierto. Nos invaden todo tipo de historias periodísticas, de lo que nos vendrá, de lo que nos espera, de este mundo que se va a pique. Política y economía, inmigración y caos, fundamentalismo e intolerancia, cocaína, opio y petróleo, conspiraciones y estrechez de mente, medio ambiente que ya es menos que medio, clima loco. Inexorablemente nos acercamos hacia el 2022, dos años hará desde aquel fatídico día del aislamiento, temiendo aún lo peor. ¿Será este el final? ¿el principio del fin?
Hay mañanas en que ni la música es ya consuelo.
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Bach, *Herz und Mund und Tat und Leben.
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