miércoles, 10 de noviembre de 2021

COMO EL DEL HORTELANO

Nuestro personaje, un señor cualquiera, lleva casi cuarenta años trabajando en su puesto de la esquina de la oficina, siempre en la misma mesa. Todo ordenado y pulcro lleno de listas interminables, igualmente ordenadas, coloridas y subrayadas, donde apunta el trabajo hecho y, sobre todo, el pendiente -que suele mostrar ufano en cuanto tiene ocasión-, vestido algo pasado de moda pero siempre de marca y presto para conversaciones interminables sobre sí mismo. 
Nuestro personaje gusta de hacer siempre lo mismo, una y otra vez, y con el mismo resultado: NO. El no a todo es su seña de identidad, no por esto, no por aquello, no, no no. Conocido y temido a la vez, el ciudadano suspira por, en caso de necesitar algo de la Administración, ser atendido por cualquiera menos por aquél, el mismo que hubiera ilustrado a la perfección el famoso artículo de Larra. 
Pero he aquí que, por unas y otras vicisitudes, su jefe pensó en cambiarle de trabajo y así se lo hizo saber. Necesitan alguien como tú, con experiencia, le dijo. Empiezas la semana que viene en esto nuevo.
Su respuesta no se hizo esperar: aspavientos, sollozos, quejas, malas caras, enfurruñamiento. ¡Me van a cambiar de trabajo! repetía a cualquiera que osaba preguntarle ¿qué tal estás? Al cabo de unos días todo el edificio sabía que le habían asignado una nueva tarea.
El tiempo pasó y las olas se calmaron, el trabajo continuaba de aquella manera, las listas volvieron a la mesa -esta vez otras listas pero igual de ordenadas-; lejos quedaron los noes interminables y recurrentes, había llegado la paz a la oficina, el nuevo status quo parecía que funcionaba. 
Otro vendrá que bueno te hará, rezaba el dicho. Y así fue.
Continuaba el paso inexorable del tiempo, frío en Rusia y calor en Cuba.
Pasados unos años, el jefe necesitaba resolver un problema y echó mano de nuestro personaje, por las mismas y obvias razones, la experiencia. Y así se lo volvió a hacer saber: vas a resolver este expediente que lleva parado mucho tiempo. 
He aquí que su respuesta tampoco se hizo esperaren esta ocasión: aspavientos, sollozos, quejas, malas caras, enfurruñamiento. ¡Me van a cambiar de trabajo! repetía a cualquiera que osaba preguntarle ¿qué tal estás? Al cabo de unos días todo el edificio volvió a saber que le habían asignado una nueva tarea.
Y la vida continuó... no, no, no.

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