lunes, 16 de abril de 2012

UN REY MATAELEFANTES III

Pedir transparencia al Rey
Carlos Sosa

Pues claro que es grave que el jefe del Estado español se dedique a matar elefantes, una de las especies más emblemáticas de la selva, del Libro de la Selva y del imaginario colectivo sobre queridos animales en peligro de extinción. Por supuesto que es grave que el Rey de España gaste dinero de todos los españoles en una semana de cacería en Botsuana, con traslados, guardaespaldas, acompañante, manutención, etcétera, sobre todo con la que le está cayendo a los españoles y con el aplaudido último mensaje navideño de Su Majestad en el que hizo un aparentemente y sincero cántico a la apariencia de rectitud que han de guardar los servidores públicos, con la Casa Real a la cabeza.
Pero siendo grave que entre todos paguemos estos excesos de Su Majestad, más grave sería que el viaje no se lo hayamos pagado los españoles sino algún o algunos empresarios muy interesados en que el jefe del Estado haga gestiones a su favor en cualquiera de los niveles en los que se mueve, generalmente muy privilegiados.
Estaríamos, en tal caso, ante un supuesto de cohecho impropio, consistente en agasajar con regalos a un cargo o funcionario público en consideración a su cargo, haya o no haya una contrapartida. Claro que estamos ante una hipótesis de imposible materialización porque el único ciudadano español que es inimputable es el jefe del Estado, o al menos este jefe del Estado. Lo dice la Constitución Española.
Sobre la Casa Real española pesa, no sin razón, la generalizada sospecha de que algunos de sus miembros hacen o han hecho negocios en un pasado muy reciente valiéndose precisamente de la pertenencia a ese clan de elegidos, que no electos, a los que nutrimos con un buen pellizco de los Presupuestos Generales del Estado, que sólo han infligido un leve recorte del 2% en su partida global para este sufrido año de 2012.
Un presupuesto de 8,3 millones de euros que escapa a las leyes de transparencia que empiezan a extenderse muy tímidamente en los ámbitos públicos de España camino de convertirse en una exigencia absolutamente equivalente a la que desde las instituciones se dirigen a los ciudadanos para que suframos las consecuencias de una crisis que esas mismas instituciones son incapaces de resolver.
Pero no hay mal que por bien no venga. La polémica desatada por el viaje de Juan Carlos I a cazar elefantes a Botsuana ha resucitado un debate larvado que, seguramente también por la crisis, ya no es un tabú. Hubiera o no coincidido con el 81º aniversario de la Segunda República, es obvio que esa polémica se reavivó con el descubrimiento de las andanzas de Iñaki Urdangarín y, más que probablemente, su esposa, la infanta Cristina. Unas andanzas que vinieron a revivir las que un núcleo muy selecto de allegados al monarca protagonizaron hace unos años al amparo del enigmático Manuel Prado Colón de Carvajal, administrador de los negocios del Rey durante dos décadas.
La prensa anda dividida entre levantar el velo de la Casa Real y conocer cuáles son sus negocios, cuáles sus propiedades, cuáles sus intereses y cuáles los que ha defendido para beneficio de otros, o continuar protegiendo una de las intocables esencias de la transición democrática en la creencia de que la violación de esos secretos pudiera llevar aparejada la revelación de alguna vergüenza nacional convenientemente ocultada durante estos treinta y pico años.
La transparencia es la solución. Y no vale la abdicación porque el Rey Felipe habría de apechugar con las mismas insoportables dudas, con la insoportable incertidumbre de cuándo va a saltar el siguiente escándalo.
La Monarquía se tambalea
RAFAEL GONZÁLEZ MORERA

Se decía y todavía se dice de las empresas familiares paternalistas que cuando el fundador de la saga falla normalmente los problemas vienen de la mano y a veces las malas cabezas de los yernos y las nueras. Sobre la diferencia entre una República y una Monarquía mi abuelo Pepe Morera, republicano federal y admirador de don José Franchy y Roca, me explicaba primero de forma científica desde los génesis de la elección del presidente de la República a la diferencia dinástica del Rey y el Príncipe, de los fastos de la realeza y demás zarandangas, y terminaba con un ejemplo que siempre lo denominaba “sencillo y elemental”. Me decía mi abuelo por parte materna “que si en una monarquía el príncipe heredero sale bobo y mala persona nos lo tenemos que tragar, pero a un presidente de la República lo podemos echar con el voto eligiendo a otro a los cuatro o cinco años, cuando haya de nuevo elecciones presidenciales”.
Una de las cosas que más me chocó de la religión católica fue la infabilidad del Papa, que cómo saben mis amables y sufridos lectores constituye un dogma según el cual el Papa no comete errores, sus definiciones excathedra son de solemne definición pontificia, y ninguna discusión se permite en el seno de la Iglesia Católica y se deben acatar y obedecer incondicionalmente. Otra de las cosas que más me chocó de la Constitución monárquica española de 1978 fue cuando al leerla por primera vez me enteré que el Rey en España es inviolable e inmune. Cuando el señor Borbón leyó su mensaje último de Navidad, dijo que “la justicia era igual para todos los españoles”, refiriéndose indirectamente a su yerno Iñáki Urdangarín y sus andanzas de presuntas delincuencias económicas, pero se olvidó de añadir “igual para todos los españoles, menos para mí”. Así que entre la infabilidad del Papa y la inviolabilidad e inmunidad del Rey, a los catorce o quince años me hice republicano y agnóstico. Primero en plan visceral, y luego ya más calmado, en plan cerebral.
Pasaron los años, murió el Dictador, y en vez de un referéndum por la República o la Monarquía, Franco que había nombrado a Juan Carlos Borbón su sucesor, se salió con la suya porque “todo está atado y bien atado”, y porque Santiago Carrillo y Felipe González se plegaron a las amenazas veladas de Adolfo Suárez, que si no aceptaban la Monarquía "las fuerzas negras de la dictadura que están todavía latentes" se los podían comer a los dos con papas fritas, y la Dictadura podría durar hasta el siglo XXII. Santiago Carrillo estuvo en Las Palmas de Gran Canaria en julio de 1976 con peluca, todavía en plena clandestinidad. Había entrado en España por la frontera francesa con Teodulfo Lagunero, un millonario comunista amigo suyo, cuando todavía Carlos Arias Navarro era presidente de la España posfranquista. Carrillo y Mauricio convencieron a los comunistas canarios de la necesidad de aceptar la monarquía “la única manera de salir del túnel de la Dictadura”, explicaba el líder comunista en una reunión clandestina en Arinaga.
Aún admitiendo que no había otro camino en aquellos momentos que el señalado por Carrillo, por su pacto con Adolfo Suárez, me parece que pasados los años la Constitución monárquica se ha podido revisar para algo más que implantar el déficit cero, y en definitiva inclinar la Carta Magna hacia la derecha. Pero todo ha seguido igual que en 1978, incluso que las hijas del Rey aunque sean mayores que el príncipe, no puedan ser reinas, y sea el primer hijo varón el sucesor para ostentar la Corona. La Ley Sálica es otra de las desigualdades de la Monarquía española, o más concretamente la de agnación o parentesco agnaticio trasmitido por vía de varón. Pero no me voy a poner en plan monárquico a discutir tales cuestiones.
Como veo que me pierdo en temas muy serios, salgo a la compra más que nada por ver que opina la gente de la cacería de elefantes de Juan Carlos Borbón, y la encuesta comprando el pan es de lo más significativo. Las críticas a la Caza Real son durísimas, y una mayor parte de los comentarios coinciden con que son los propios miembros de la familia Borbón los que están destrozando el prestigio de la institución. Una señora de edad que compra verdura midiendo lo que gasta va y comenta el precio que ha oído por la radio que cuesta una cacería de elefantes y cuatro días de estancia en África. ¿Y quién paga todo eso?, es una pregunta que se hace mucha gente. La vecina del quinto, que me encuentro en el puesto del pescado, no puede estarse callada. “Es una vergüenza, mire, mire, lo que cuesta medio kilo de filetes de corvina. Lo peor de todo es que no es ya sólo los yernos, y el nieto del Rey, es que también es el Rey, el que debería dar mayor ejemplo”. Me acuerdo de nuevo de la familia paternal en la cual el prócer fundador de la empresa era quién mantenía firme el negocio, y luego entre hijos, yernos y nueras, se lo dilapidaban en un pis pas. Me vuelvo a casa y me meto a fisgonear en internet, y leo a José Antonio Zarzalejos, exdirector de “ABC”, monárquico de pro, en un artículo en “El Confidencial” titulado “Historia de cómo la Corona ha entrado en barrena”. Luego repaso la posición de muchos socialistas, incluida a Elena Valenciano, la número dos del PSOE, que desautoriza a Tomás Gómez, dirigente de Madrid que ha pedido que Juan Carlos Borbón abdique, pero a la dirección socialista le parece muy fuerte la declaración de Gómez. Así les va, y mientras Izquierda Unida y UPyD siguen subiendo como la espuma, PSOE y PP estancados y monárquicos. La Monarquía se tambalea y Pérez Rubalcaba en la inopia.

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