domingo, 22 de abril de 2012

LA SOMBRA DEL ELEFANTE ES ALARGADA

Algo más que un error
De hecho, el rey de España ha salido, pero al alto precio, o con el elevado riesgo, de perder lo que el padre de su padre llamaba el amor del pueblo
Santos Juliá 20 ABR 2012 - 12:25 CET
 
Es curioso: comenzamos con distingos, a la manera cartesiana, y acabamos confundiéndolo todo, a la manera sofista. Que si lo privado no es lo público, lo institucional no es lo personal, lo político no es lo ético, el trabajo no es el ocio. Pero ¿tan difícil de entender era que un rey en ejercicio no puede salir de viaje, acompañado o no por la reina consorte, a cazar elefantes en África dejando atrás una Casa en situación caótica y un Estado a punto de intervención? Si se apura, claro que puede. De hecho, el rey de España ha salido, pero al alto precio, o con el elevado riesgo, de perder lo que el padre de su padre llamaba el amor del pueblo. Al abuelo bien que le costó esa pérdida, nada menos que la corona, que acabó rodando por los suelos, como otras de casas centenarias —Hohenzollern, Habsburgo, Romanov— unos años antes, cuando se puso fin a la carnicería de la Gran Guerra.
En España, y sin necesidad de guerras que lo provocasen, ya han rodado coronas por los suelos en repetidas ocasiones. Realmente, ostentamos el récord de los dos últimos siglos. Borbones o no, pues un Bonaparte hubo y un Saboya, todos y todas, porque dos mujeres, madre e hija, se sumaron a la cuenta, perdieron el amor del pueblo y, en algún caso, de sus generales, que les acompañaron a la frontera. Todos, excepto uno, que volvió como deseado para desventura de los deseantes, murieron en el exilio.
Teniendo en cuenta esta desgraciada historia, parece mentira que las personas que en lo privado y en lo público rodean al Rey, no le hayan impedido, a la fuerza si era menester, salir de gran cacería mientras por toda Europa y sus mercados se hablaba de intervención en España y las estadísticas de paro seguían sin detener su carrera a las nubes. Impedido quiere decir que su Casa no puede permitir ese tipo de viaje y de compañías; impedido quiere decir que el gobierno no lo autoriza. Y en el caso de que el interesado se empeñase, y pasara por encima de su Casa y del gobierno, se abre en el Parlamento un debate sobre su vida, sobre la que de todas formas hoy todo el mundo está al cabo de la calle.
Porque el Rey, según el artículo 56 de la Constitución, es el símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado. Y su conducta, en el ámbito de lo privado como en la esfera de lo público, en su presencia institucional como en su vida personal, en lo político como en lo ético, en el trabajo como en las vacaciones, debe atenerse a esa cualidad. Es un sofisma decir que cada cual en su vida privada hace lo que le venga en gana. No puede hacer lo que le venga en gana alguien que sin ser ya sujeto de soberanía es, sin embargo, por mandato constitucional, símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado, que será una carga todo lo pesada que se quiera, pero carga voluntaria al fin: a nadie le colocan una pistola en la sien para que la asuma.
Y si, de todas formas, se decide a hacer lo que le venga en gana, porque en lo privado no entra ni dios, habrá de estar a las consecuencias. El valor inasible de símbolo se acabará disolviendo en el aire y aquel amor del pueblo, o su equivalente, por cuya pérdida tantas lágrimas derramó el abuelo, y no digamos la abuela de su abuelo, una vez dilapidado y convertido si no en odio, en desprecio, provocará una imparable corriente de desafecto y alienación que acabará echando por tierra el valor del símbolo y de lo que el símbolo representa y más nos importa, o sea, la unidad y la permanencia del Estado.
Lo menos que al Rey se le podía exigir era un reconocimiento claro de su lamentable conducta, que equivale, en la forma en que se ha sustanciado, a una petición personal de excusas y a un compromiso de no reincidencia. Está bien y le honra, a él y a su Casa. Queda pendiente que el Rey y los poderes del Estado aclaren por ley sus relaciones de forma que estos y otros "errores", que solo de manera frívola y, en definitiva, irresponsable, pueden quedar reducidos al ámbito de la vida privada, abran una crisis institucional de la que, por fortuna, nos hemos librado en esta penosa ocasión.
Un momento crucial para la institución »Horas difíciles para la Monarquía
Tras la polémica por el viaje a Botsuana, el Rey pidió perdón e hizo propósito de enmienda. Ahora, en un entorno de crisis, llega para Don Juan Carlos el mayor reto: retomar la iniciativa. Este es el retrato político de su situación.
Carlos E. Cué Madrid

Se preparó toda la vida para ser Rey, pero no para pedir perdón. Los reyes no se excusan, no dan explicaciones, no se justifican, no prometen enmendarse. Si sucede, es que algo muy grave está pasando, una crisis de proporciones desconocidas. Estos días, antes y después del impacto de las imágenes del Rey con la cabeza gacha reclamando a los españoles que le den otra oportunidad, prometiendo que no volverá a equivocarse, en todos los despachos del poder político y empresarial, las preguntas se repiten: ¿Estamos ante el ocaso de don Juan Carlos? ¿Superará la Monarquía esta crisis? ¿Ha llegado el momento de pensar en una abdicación?
La de don Juan Carlos ha sido una vida acelerada, llena de sorpresas y momentos cumbre en los que todo podía salir fatal. En un país con dos repúblicas a sus espaldas, con un partido centenario como el PSOE de tradición republicana, con una izquierda y unos nacionalistas declaradamente antimonárquicos y una parte importante de la derecha que nunca quiso la Monarquía y mucho menos a este Rey, la tranquilidad estaba descartada. Pero nadie en su entorno, y mucho menos él mismo, pensó nunca que la crisis de credibilidad llegaría tan lejos precisamente en el momento más difícil, en el que sus 74 años, 36 de ellos como Rey, sus problemas de salud y sus dificultades de movimientos hacían que muchos, siempre en sordina, siempre en los cenáculos del poder en Madrid, hablaran ya de la sucesión.
El Rey, señalan los que le conocen, se quedó muy impactado al comprobar la profunda indignación que había causado una noticia que nunca se pensó como tal. Como en otras muchas ocasiones, había preparado un viaje privado destinado a ser absolutamente secreto. Como otras veces —la fotografía que se ha publicado en una cacería y que ha rematado el escándalo es de 2006— se había organizado para él una cacería de elefantes en Botsuana. Otras veces fueron búfalos, otras osos en Rumanía. Siempre en secreto, invitado por algún empresario, españoles y extranjeros. Todo con la opacidad que ha caracterizado el mundo que le rodea. Pero esta vez, además, en la peor semana de la prima riesgo española, mientras el Gobierno anunciaba recortes duros en educación y sanidad.
El Gobierno de Mariano Rajoy, una vez más, como antes el de José Luis Rodríguez Zapatero, había mirado para otro lado, como si no fuera asunto suyo. Mientras sea secreto, no hay problema, se pensaba. Rajoy, que conocía el viaje, no se animó a frenarlo, si es que en algún momento pensó que debía hacerlo. Decirle no a un Rey no es plato de buen gusto. Solo Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar lo hicieron algunas veces. Y con conflictos serios, porque don Juan Carlos, como cualquier Rey, no es un hombre acostumbrado a recibir negativas.
Algunos políticos de ambos partidos consultados señalan que con Zapatero primero y ahora con Rajoy se ha perdido mucha formalidad en las relaciones entre el Gobierno y la Casa del Rey. En teoría, el Ejecutivo debe controlar y dirigir todo lo que hace y dice el Rey. Pero en la práctica ese control se ha relajado con los años, sobre todo en lo que se refiere a sus viajes privados y relaciones con millonarios de todo tipo, por lo que algunas de las críticas plantean ahora que Rajoy debe recuperar el mando. Algunos dirigentes señalan que el presidente está “preocupado y ocupado” y sin duda tratará a partir de ahora de estar mucho más encima. Señalan que a eso se refería el presidente cuando dijo el jueves a los periodistas, en un avión entre México y Colombia, ante una pregunta sobre el perdón del Rey: “Las cosas van a ir bien en el futuro”. La Casa del Rey se muestra dispuesta a mejorar la comunicación con el Gobierno.
Lo cierto es que todo se ha aliado para formar la tormenta perfecta. El Rey se rompió la cadera en la cacería. La Zarzuela dudó durante 36 horas en los que todo se mantuvo en un secreto impensable en cualquier otra institución. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar lo inexplicable? Alguien incluso planteó contar oficialmente que se había caído en Madrid. Un riesgo enorme: si se desvelaba al viaje, al escándalo se sumaba la mentira. Se descartó. Al final, cuando don Juan Carlos ya estaba en un hospital español preparado para ser intervenido, se intentó una voladura controlada del escándalo, al estilo tradicional. Un día y medio después. Pero fue imposible.
Se hizo público el viaje sin muchos detalles, pero los suficientes —caza, Botsuana, elefantes— y la prensa ató rápidamente cabos: safari elitista, escapada en la peor semana para la prima de riesgo, poco después de haber dicho que el paro juvenil le quitaba el sueño y pedir a los empresarios que arrimaran el hombro. Desde ese momento, el Rey ha podido comprobar la magnitud de la crisis institucional a la que se enfrenta. Ha leído prensa, ha visto la televisión, ha escuchado la radio. Pese al evidente respaldo tanto del Gobierno y el PP como del PSOE, al menos de la dirección del PSOE, el escándalo crecía a cada hora, alentado por los detalles que iban narrando los medios de comunicación y un fenómeno con el que la Monarquía, acostumbrada a resolver las crisis en despachos, no contaba: las redes sociales.
Don Juan Carlos y sus asesores comprobaron con estupor cómo se rompía definitivamente el tabú de los viajes, las amistades y la vida privada del Rey, que resistió durante 36 años de reinado, para sorpresa de muchos observadores extranjeros, acostumbrados a que la prensa amarilla despelleje a sus monarcas. Durante cinco eternos días de crisis, el Rey llegó a una conclusión muy clara, empujado por sus asesores: o hacía algo muy radical para intentar recuperar el prestigio y el afecto de la ciudadanía, sobre todo la que no es monárquica pero respeta su figura por sus méritos durante la Transición, o podía estar frente al final de su carrera. La conclusión se perfiló hasta llegar a una idea: “O pide perdón, o está muerto políticamente”. Y lo hizo: “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Una petición de disculpas nítida, que no ha dejado a nadie indiferente, y que ha permitido al PP y al PSOE salir de nuevo en su apoyo sin matices.
En una España en la que ya parecen rotos todos los pactos tácitos, en la que se habla de casi todo, el Rey sigue siendo, para la política y el empresariado, para el poder, una figura casi intocable. Como demuestra el hecho de que todos los consultados para este artículo —políticos del Gobierno y la oposición, empresarios— hayan pedido el anonimato para analizar la situación de fondo. Algunos han rechazado ese análisis incluso bajo la condición de anonimato, porque entienden que eso podría perjudicar de alguna manera al Rey. “He jurado mi cargo con lealtad al Rey, y eso incluye no criticarle de ninguna manera, ni siquiera off the record”, señalaba un miembro del Ejecutivo.
La preocupación está creciendo. Todas las alarmas saltaron en octubre de 2011, cuando el CIS detectó que, por primera vez en la historia, la Monarquía suspendía en valoración ciudadana, con un 4,89 sobre 10. Las encuestas de Metroscopia detectan además algo más profundo: los jóvenes por debajo de 35 años, que no vivieron la Transición ni el golpe de Estado, no comprenden la utilidad de la Monarquía.
Si en 1996 apostaban por ella el 66% de los encuestados frente a un 13% de republicanos, en 2011, ha pasado a un 49% a 37%, siempre a favor de la Monarquía. Entre los menores de 35 años hay un empate a 45%.
Pero lo más preocupante para los políticos es que encuestas recientes que se manejan estos días en los despachos indican que el deterioro de don Juan Carlos e incluso de rebote del Príncipe —aunque menos— es muy importante y que en los menores de 35 años, la república ya supera claramente a la Monarquía como preferencia, por primera vez desde 1978.
¿Qué hacer? La Zarzuela habla de mucha mayor transparencia, algunos de cambio de rumbo. Esto es, no más cacerías en plena crisis, no más silencio sobre las cuentas y los regalos del Rey. Señalan que ya empezaron esos cambios el año pasado al publicar, por primera vez, cómo repartía el Rey las asignaciones entre los miembros de su familia.
El nombramiento hace ocho meses de un nuevo jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, y hace mes y medio de un nuevo responsable de comunicación, Javier Ayuso, respalda esa idea de la renovación. Ambos tienen por delante un reto difícil: adaptar una institución por definición arcaica y reservada al mundo abierto e hipercrítico de siglo XXI. Se plantean, de momento, una gran reforma de la web para dar mucha más información de todo lo que sucede en esa casa.
El Gobierno, en privado, también señala que está dispuesto a cambiar cosas. Pero a la hora de la concreción no hay nada claro. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría ha dejado clarísimo, antes y después del escándalo, que la Casa del Rey queda excluida de la ley de transparencia porque no es una administración pública.
Tampoco parece claro si el Gobierno está dispuesto a dar mucha más formalidad y transparencia a sus relaciones con la Casa del Rey. 33 años después de aprobar la Constitución, aún está pendiente la ley orgánica que prevé para regular la jefatura del Estado, que debería precisar entre otras cosas las labores del Príncipe en una circunstancia como la actual, cuando su padre está de baja. El Rey es inimputable, pero Don Felipe ni siquiera es aforado, nada regula sus funciones. Tampoco se ha abordado la reforma constitucional para eliminar la prevalencia de la mujer en la sucesión. Si el Príncipe tuviera un hijo varón, esta norma impediría en su día reinar a doña Leonor, su hija mayor. PSOE y PP no se animaron a sacar adelante la reforma por el temor de que se reabriera precisamente el debate sobre la Monarquía.
Lo que más preocupa ahora es la figura de don Juan Carlos. El Rey siempre ha presumido de olfato político. Y todos los que le conocen insisten en que lo tenía, y muy desarrollado. Se cuenta la anécdota de que él, con su conocida simpatía burlona, decía a veces a los íntimos: “Yo de aquí (señalando a la cabeza), no mucho, pero de aquí (señalando a la nariz) mucho”. Por eso ha sorprendido la falta de olfato y empatía con una sociedad en crisis que demostró con su viaje.
En los círculos de poder se maneja una hipótesis muy extendida. Señalan que el Rey ya no está tan pendiente de los asuntos de actualidad como antes. Que está cansado. Dicen que le afectó mucho la operación para extirparle un tumor en el pulmón en mayo de 2010. Finalmente, los médicos concluyeron que no tenía cáncer. Pero el susto fue enorme. Y desde entonces, su actitud ante la vida ha cambiado mucho, señalan distintos dirigentes. Ya no está encima de las cosas, parece incluso cansado de reinar, algo aparentemente impensable. Incluso se le ha escuchado decir, ante alguna reclamación especial, que ya no se le pueden pedir tantas gestiones como antes, que no puede acudir a tantos actos. Su ausencia en la final del Mundial de fútbol de Sudáfrica, donde le sustituyó el Príncipe, fue muy comentada. Él insiste en reclamar su derecho a vivir más intensamente su ocio en los últimos años de su vida.
Pero el Rey, eso lo tienen clarísimo todos los consultados, no quiere abdicar. No cree en esa solución. De hecho, en las brevísimas palabras que pronunció el miércoles incluyó un mensaje claro para todos los que especulan con la abdicación: “Me encuentro muy bien y estoy deseando volver a mis obligaciones”. El viernes, para rematar con gestos ese mensaje, despachó con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Como si nada hubiera pasado. Eso sí, no hubo foto.
El relevo, sin embargo, lleva mucho tiempo en preparación. Incluso los que ven razonable la abdicación saben que es prácticamente imposible, porque el Rey no quiere. La mayoría, además, no la considera oportuna. “Si llega la abdicación, será por razones naturales [esto es, por una incapacidad muy clara] y desde luego en ningún caso como reacción a un escándalo, ni por presión externa. Si no fuera así esa abdicación contaminaría el reinado de Felipe”, señala un dirigente del PP.
Sin embargo, y para preparar ese momento, el Príncipe lleva mucho tiempo trabajando todos los círculos políticos y económicos españoles e internacionales, acudiendo a las tomas de posesión de todos los presidentes latinoamericanos. De hecho, otra de las grandes preocupaciones que esta crisis ha devuelto al primer nivel es que el Rey está perdiendo, poco a poco, esa gran influencia en América Latina que tenía, que superaba a la de cualquier Gobierno.
Varios dirigentes clave de la época de Aznar recuerdan el enfado monumental entre el presidente y Don Juan Carlos porque éste quería viajar a la Cuba de Castro para restaurar las relaciones y el jefe del Gobierno no le dejó. Ahora, una nueva generación de dirigentes parece estar perdiendo el respeto al Rey. Incidentes como el “¡Por qué no te callas!” a Chávez fueron muy populares en España, pero lejos de aumentar, disminuyeron su influencia en una clase dirigente latinoamericana cada vez más alejada de la madre patria. La burla de Cristina Fernández de Kirchner sobre la similitud entre la curva de la producción de petróleo en Argentina y la trompa de un elefante han puesto en evidencia esa realidad. Las cumbres iberoamericanas, antes grandes momentos para el Rey, han ido perdiendo peso. El caso de la expropiación de Repsol, donde la mediación del Rey, que existió, ha sido infructuosa, también remata esa imagen. El monarca estaba en Botsuana precisamente cuando se estaba terminando de tomar esa decisión.
Mientras se trabaja a la nueva generación de líderes latinoamericanos, don Felipe busca la cercanía de todos los políticos españoles, sobre todo los de su generación y las siguientes. Los que mandarán cuando él sea Rey. Al heredero le preocupan especialmente los jóvenes. Sabe que su padre logró su legitimidad entre los españoles no tanto del pacto constitucional que sancionó la Monarquía, sino sobre todo de su tarea durante la transición y, especialmente, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Y él tendrá que ganársela de otra manera, o al menos intentarlo.
El Príncipe, como antes hizo el padre, cuida especialmente a los no monárquicos, algo que indigna a la derecha extrema, que considera a los Borbón demasiado cercanos a los socialistas. Todos los políticos consultados, también los del PP, asumen que la clave para que la Monarquía aguante es que el PSOE mantenga su apoyo incondicional. Solo eso frena, señalan, que el debate Monarquía-república se instale definitivamente en la sociedad. Don Felipe está informadísimo de todos los movimientos pro-república, sabe qué pueblos gobierna Izquierda Unida, conoce a sus dirigentes, y siempre quiere saber hacia dónde va el PSOE en este asunto. Es muy distinto de su padre, señalan quienes le conocen. Muy profesional, respetuoso, atento, pero nada campechano.
Aunque la verdadera inquietud del Gobierno y del PP estos días no eran las grietas en la izquierda, sino precisamente entre los monárquicos y la derecha moderada. El artículo en El Confidencial de José Antonio Zarzalejos, exdirector de Abc, en el que planteaba que el Rey estaba tirando por la borda todo el apoyo que se le ha dado y apostaba ya por don Felipe, causó un gran impacto en el Ejecutivo y el PP.
La sucesión no es, en cualquier caso, la principal preocupación. El Príncipe ha conseguido, en el peor momento, mantener su imagen. El problema es la crisis institucional, que está lejos de ser resuelta, admiten prácticamente todos los consultados. El problema de fondo es que el viaje a Botsuana ha sido solo el final de un largo proceso de deterioro de la imagen de la Monarquía y del monarca. Ha sido el elefante que colma el vaso, ironizan algunos, pero la verdadera gota malaya que machaca cada día a son Juan Carlos y a la Monarquía es el caso Urdangarin.
Asociar a la Familia Real con uno de los casos de corrupción más conocidos de España es algo mucho más grave que una cacería. Justo en el peor momento de la crisis, mientras el Rey estaba ingresado en el hospital, se publicaron unos correos electrónicos de Iñaki Urdangarin que indicarían que el propio Don Juan Carlos, mucho después de pedir —eso es lo que se contó— a su yerno que abandonara sus negocios privados, hizo gestiones ante el presidente valenciano, Francisco Camps para favorecer al marido de su hija Cristina.
El problema, y a nadie se le escapa en los círculos del poder, es que ese asunto puede agravarse, porque el exsocio de Urdangarín, Diego Torres, enfrentado abiertamente con él, parece dispuesto a hacer pública toda la información de que dispone y amenaza con salpicar aún más a don Juan Carlos en un caso del que ha intentado alejarse separando incluso a su hija Cristina de la familia, hasta el punto de que no ha ido a visitarle al hospital. Un cortafuegos importante, rematado por el discurso de Navidad —“la Justicia es igual para todos, las personas con responsabilidad pública debemos observar un comportamiento adecuado, ejemplar”— en el que claramente se alejaba definitivamente de Urdangarin. Entonces, la política apoyó al Rey y trató de separarlo del caso. Si ahora su nombre queda asociado al escándalo, el daño puede ser mucho mayor.
Un empresario lo expresa con claridad: “Curiosamente, la magnitud de la polémica del elefante ha tapado el bosque del caso Urdangarín. Eso unido a su simpatía y tremenda popularidad le ha permitido salir del atolladero y seguir adelante como si no hubiera pasado nada, cuando posiblemente sería el momento de pensar en otras cosas, como la sucesión”.
El Rey sigue suponiendo un enorme capital político para España. No solo por su experiencia, sino sobre todo por sus contactos, labrados en casi 40 años de relaciones internacionales. Y por sus vínculos con monarquías que, al contrario que la suya, sí gobiernan y controlan los negocios de países clave, especialmente los árabes. Su papel ha sido fundamental en el estratégico contrato que un grupo de empresas españolas acaba de cerrar para construir el AVE Medina-La Meca, donde su influencia y la del Gobierno español competían con la de Nicolas Sarkozy. Son cuestiones que no llegan al gran público, pero que en el mundo del poder son bien conocidas.
El presidente de una gran compañía recuerda que “los grandes empresarios, sobre todo, le suelen pedir que interceda para allanar la expansión en el exterior o el camino para la consecución de contratos. Por tanto, que se debilite la figura es malo para la empresa española. Es evidente que este incidente ha abierto un boquete, aunque no creo que afecte a su credibilidad, sobre todo después de pedir disculpas, algo nada normal”. Otro señala que quizás debiera “explicarse más” las gestiones que hace para que las valore la ciudadanía. Varios de los consultados están muy preocupados por la posibilidad de que el Rey se desprestigie y deje de funcionar como un mecanismo para abrir puertas empresariales. Todos citan el reciente contrato del AVE en Arabia Saudí como un ejemplo claro, tanto que algunos señalan que fue a la cacería precisamente como gesto hacia quien facilitó el contrato. Y algunos están muy molestos:
“Después de decir que no dormía pensando en el alto desempleo juvenil y de haberse reunido con los principales empresarios del país pidiéndoles que se esforzaran por crear empleo y por la internacionalización de su actividad, se descubre esta faceta del safari que le deja muy mal”, enfatiza otro.
Lo que más preocupa a los políticos, aunque también a los empresarios, es el momento en el que ha llegado este escándalo. En plena crisis económica, con la política bajo mínimos, y el problema territorial, el de siempre, lejos de estar resuelto. La deriva soberanista de Convergéncia en Cataluña y la posibilidad de que en País Vasco haya una mayoría de PNV y Bildu en 2013 están ahí, fuera del primer plano porque la crisis económica lo ocupa todo, pero inamovibles.
El Príncipe, que durante estas semanas de baja médica sustituirá al Rey en actos oficiales, comprobará en breve en primera persona esas dificultades. La final de la Copa del Rey se juega el 25 de mayo, y casi con seguridad entregará él el trofeo. De nuevo, el partido es entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao, los dos equipos en cuyas aficiones tienen más fuerza los independentistas. La pitada al himno nacional y al propio Príncipe está descontada, pero esta vez se analizará aún con más detalle.
Otros políticos introducen esta polémica en la sensación generalizada de crisis que se ha instalado en España. “Se puede hablar de fin de ciclo, incluso de fin de régimen. Y esto lo apuntala. Se ha hablado mucho del aplauso que recibió el Rey cuando inauguró las Cortes el 27 de diciembre. En realidad, si lo pensamos bien, nos estábamos aplaudiendo a nosotros mismos, a las instituciones que surgieron de la Transición, a la política, al régimen establecido, del que el Rey es la pieza maestra. Es el Rey que representa el gran pacto de España, el de no mirar atrás, porque él mismo juró las leyes del franquismo y luego la Constitución sin que se le pidieran cuentas”, señala un veterano diputado.
“El problema es el cambio social. Si hace 15 años te dicen que se va a abrir una crisis institucional en España porque el Rey de ha ido a cazar elefantes a Botsuana no te lo crees. Lo ha hecho toda la vida. Siempre ha tenido relaciones con empresarios no muy recomendables. Todos recordamos muchas ocasiones en las que no era fácil saber dónde estaba el Rey. Él no ha cambiado tanto, aunque esté mayor y pueda tener menos tino. Lo que ha cambiado es la sociedad, que ahora escruta cada paso y machaca a todos los poderosos”, apuntala otro.
“Esto es como la marcha verde en 1975. Cuando se percibe que un país está débil, todo se te viene en contra. Es evidente que el Rey está perdiendo imagen no solo en España, también fuera. Y eso va a perjudicar a nuestras empresas. El Rey siempre ha estado muy vinculado a todas las grandes operaciones económicas, sobre todo energéticas, no hay más que seguir sus viajes y ver el porcentaje de países petroleros o gasísticos que visita. La crisis es de fondo, afecta a muchas más cosas de las que parece, y deberían hacer todo lo posible por resolverla pronto”, señala otro destacado dirigente.
La clave, a partir de ahora, está en ese “no volverá a ocurrir”. Se ha abierto la veda, y el Rey va a ser mirado con lupa como nunca lo ha estado. Algunos incluso piensan que puede ser un error esa promesa, porque no habrá un segundo perdón. Y el Rey, en los últimos meses, ha cometido bastantes tropiezos de imagen, como mandar callar a la Reina o enfadarse con los periodistas a los que acusó de exagerar con su salud. “Lo que os gusta es matarme y ponerme un pino en la tripa”, les llegó a decir.
El Rey es consciente, señalan los que le conocen, de la gravedad de la situación. Y tiene ese propósito de enmienda. Se dejará aconsejar, se analizará con mucho más detalle todo lo que hace, aunque tampoco piensa renunciar a su vida privada. Pero en cualquier caso ahora sabe que el pacto de silencio de la Transición ha quedado definitivamente roto. Si no en la alta política, sí en la sociedad. Y ya no va a volver.
Por eso algunos confían en que el perdón del miércoles indique que ha recuperado ese conocido olfato del que hacía gala. Porque a partir de ahora, y por primera vez en sus 74 años de vida, está sometido a una auténtica vigilancia de la sociedad. Un Rey que atraviesa sus horas más bajas y por primera vez en su vida, bajo examen en todas las facetas. Una situación de difícil gestión.
Al analizar la petición de excusas, algunos han recordado que el precedente más parecido —no igual, porque no pedía perdón— fue el de Alfonso XIII. En una carta publicada en el diario Abc tras la proclamación de la República, el 17 de abril de 1931, el abuelo de Don Juan Carlos admitía que había cometido errores “alguna vez” aunque “sin malicia” y reconocía, después de unas elecciones en las que arrasaron los partidos republicanos, que había perdido el “amor” del pueblo. Lo dijo el día que abandonaba España, y la Monarquía quedó en suspenso hasta que su nieto fue coronado. La práctica totalidad de los consultados cree que las cosas esta vez no llegarán tan lejos y la Monarquía sobrevivirá. El tiempo dirá si es así, y sobre todo de qué manera se supera una crisis que ya nadie niega.
Los 15 minutos de la Reina
El papel de la Reina en la familia real ha ido cambiando. Primero fue esposa; ahora, mediadora.
Mábel Galaz

Hace algunos años, el Rey definió a la Reina en un libro de José Luis de Vilallonga como una “gran profesional”. El calificativo fue interpretado como un cumplido. Pero la Reina esperaba un reconocimiento más cálido de su esposo. Los Reyes de España cumplen, el 14 de mayo, 50 años de matrimonio. La unión se mantiene formalmente, pero ha evolucionado siempre pensando en lo mejor para la Corona, y, por tanto, para don Felipe.
El papel de la Reina en la familia real ha ido cambiando. Primero fue esposa; luego, madre, y ahora, mediadora y pacificadora. Ella es quien se encarga de tomar la iniciativa cuando hay crisis familiar, de recomponer la imagen de familia cuando hay problemas. Aunque le cueste cada vez más encarnarlo. Los 15 minutos que permaneció el lunes junto a su marido recién operado no pasaron desapercibidos. Como tampoco su decisión de no variar el viaje a Grecia, pese a que el Rey volvía de Botsuana con una cadera rota. La Reina decidía irse a Grecia mientras don Juan Carlos pasaba con otras compañías esos días de vacaciones en África.
Los Reyes aparecen en público siempre que la agenda oficial lo exige, pero apenas comparten horas de ocio y familia. La Reina estuvo en Semana Santa con su hermana Irene en Palma de Mallorca. El Rey llegó con el tiempo justo de asistir el domingo a la misa de Pascua. Luego prosiguió viaje a Botsuana. El pasado verano, la estancia de don Juan Carlos en la isla se redujo a unos días. La Reina, sin embargo, se instaló en Marivent.
En Navidad coincidieron pocos días. Se reunieron para la Nochebuena. Desde hace tiempo reciben el Año Nuevo cada uno por su lado. El propio Rey ha bromeado en público sobre algunas situaciones. Hace un mes, en una entrega de becas de La Caixa en la que confesó que el desempleo juvenil le “quitaba el sueño”, le pidió a la Reina en público que no interrumpiera sus palabras: “Está claro que a ella le gusta más la música”.
El caso Urdangarin ha tensado más las relaciones. Esa profesionalidad que ve don Juan Carlos en su esposa quedó aparcada tras estallar el escándalo del Instituto Nóos. Fue entonces cuando doña Sofía decidió ser madre antes que reina y se dejó fotografiar con la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin en Washington, una imagen muy criticada y calificada como inoportuna. Al Rey tampoco le gustó.
Doña Sofía estos días ha hecho un nuevo intento de acercamiento tras la crisis del safari. Después de la visita de 15 minutos, en la que la pareja no se quedó sola ni un minuto y apenas se intercambió un breve saludo, decidió volver a la clínica al día siguiente. Pasaron juntos casi tres horas. Ella le dio un par de besos al llegar y le llevó un dulce. Comieron juntos y a solas. Hablaron mucho. De nuevo, ambos decidieron ser profesionales.
Cortesanos
Entre esas voces, cómo no, ha habido las que piden revocar la Monarquía como forma institucional de organización del Estado.
Juan Cruz
 
Ahora que está de moda la metáfora, digamos que el Rey cogió a muchos con el pie cambiado el mediodía en que pidió perdón.
Los que se quedaron con el pie cambiado fueron, mayormente, los que han aspirado siempre a la cortesanía, y vieron en esta oportunidad de su inmenso error la posibilidad de agarrarse a él como a una bandera ardiendo.
El Rey les ha impedido iniciar siquiera la carrera. A los que defendían con el habitual gesto de “pelillos a la mar” la sucesión de barbaridades que constituía el hecho central (el jefe del Estado había estado de cacería en África persiguiendo elefantes, en tiempos de inmensa penumbra en su propio país), el equipo que rodea al Monarca en La Zarzuela (quién sabe si su propio hijo también, que es el heredero) lanzó una idea que no era inocente. Don Juan Carlos lee a diario la prensa, oye la radio y ve la televisión, “y eso le viene muy bien”.
El entrecomillado es mío, pues la prensa (este periódico) en la que lo he leído lo atribuye, no lo adjudica. Aun así, es evidente que ese mensaje quería decir lo que dice en el mismo momento en que la cortesanía española se subía al púlpito para descalificar a aquellos que avisaban de que este hecho a la Monarquía le estaba costando demasiado caro como para que no tuviera consecuencias.
La realidad tiene, en este caso y en todos los casos en que pesa y es grave, la potencia y la lentitud de un paquidermo, valga la redundancia. El elefante es ahora un símbolo que va pegado a la corbata del Rey como uno de esos elefantes de trompa gacha que dicen que traen muy mala suerte. Y a don Juan Carlos no le quedaba otra (que dicen en México y en Argentina) que explicar el tamaño de su error, que en cierto modo es también el tamaño del elefante.
Lo explicó según la marca de la Casa, con la campechanía que antes se le celebraba y ahora se le reprocha. Lo siento mucho. No lo volveré a hacer más. La resonancia de la célebre canción sobre amores prohibidos (El jardín prohibido, recuerden) no le quita a la frase, dicha al borde mismo de la habitación donde ha vivido la digestión civil del drama, el dramatismo institucional que tiene. La Monarquía es la última instancia, la Jefatura del Estado, y si quien la encarna tiene que declarar la dimensión del oprobio que él mismo ha causado, que se callen los cortesanos, que el asunto pesa mucho más que el aire.
Se han levantado todo tipo de voces, además de las voces melifluas de la cortesanía. Entre esas voces, cómo no, ha habido las que piden revocar la Monarquía como forma institucional de organización del Estado. Uf. Como decía aquel rector al que los estudiantes exigían que acabara con Franco, eso requiere ciertos trámites. Entre los trámites, el audaz Cayo Lara pide un referéndum. Desenfunda muy rápido Cayo esa palabra, que tan malas resonancias extremeñas le guarda. Pero, en fin, la veda se abrió el sábado 14 de abril, precisamente, y no la abrieron ni Cayo ni los cortesanos, la abrió el propio Rey, que ahora ha detenido, provisionalmente, el recuento de sus desastres.
Ha de ser muy audaz la Monarquía, ahora que ha puesto a buen recaudo a los cortesanos, para que este hecho por el que el Rey ha pedido perdón no sea una factura que ya no se puede pagar a cobro revertido. jcruz@elpais.es

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