miércoles, 20 de julio de 2011

PERDER LA VOCACIÓN... Y ENCONTRARLA

Estudié la carrera de Arquitectura por vocación y he trabajado por vocación, pero ahora las cosas han cambiado. ¿Puede un arquitecto hoy tener vocación mientras se aburre soberanamente? (digo se aburre porque decir se muere de hambre sería poco afortunado teniendo en cuenta el panorama del tercer mundo). La respuesta sería no; los arquitectos nos hemos convertido en burócratas, administrativos, reformadores, etc. Lo mismo para un roto que para un descosido. Y la cosa no pinta bien, se ha construido demasiado, los bancos no dan p´restamos, la gente no se hace casas, bla bla bla. En fin, esta es la época que nos ha tocado vivir, y no precisamente la era de acuario o la belle epoque, me temo. Las noticias de la tele o de los periódicos nos devuelven cada mañana a la realidad más pura y dura, esto sigue de mal en peor y no se vislumbra solución alguna.
Pero, de vez en cuando, aparece algo que te devuelve la vocación y te reencuentra con el tiempo perdido. ¿De qué hablo? Pues algo tan simple, tan prosaico y tan maravilloso como una pequeña gasolinera de Jacobsen en Copenague. ¿No les parece perfecta?
Para refrescar la imaginación, y la inspiración, y para demostrar que en las grandes obras de arquitectura lo de menos es el tamaño y lo de más el cuidado, este verano este blog comentará una selección de pequeñas grandes obras de la arquitectura moderna y contemporánea cuya lección permanece vigente.
Más de 70 años de gasolinera y una cultura automovilística muy distinta no pesan en la estación de servicio que Arne Jacobsen (1902-71) construyó en Skovshoved, en la carretera de la costa cerca de Copenhague. Corría el año 37 y la gasolinera debía servir como prototipo para la cadena Texaco. Organizada en una caja de hormigón, impecablemente forrada de piezas cerámicas blancas, el edificio se amplía con una marquesina, sujeta con una única columna central que recuerda la legendaria cubierta que Frank Lloyd Wright levantaba, justo por entonces, entre 1936 y 1939, para las oficinas de la fábrica Johnson Wax de Wisconsin. Además, la gasolinera adelanta la idea que Jacobsen imprimiría en varios de sus edificios (sobre todo ayuntamientos) y que algunos de los relojes del diseñador norteamericano George Nelson incrustarían en la arquitectura en la década de los cincuenta. En una esquina superior de la fachada del cubo de hormigón, un reloj, colocado directamente sobre las piezas cerámicas se retroilumina cuando llega la noche.
La gasolinera, tan visitada por arquitectos como por conductores en espera de repostar, todavía funciona como tal. En el año 2003, el estudio Dissing & Weitling, autores del programa arquitectónico del puente de Oresund, que comunica Dinamarca con Suecia, firmó la restauración de esta pequeña obra maestra. Jacobsen en 1937 y Dissing & Weitling en 2003 dejaron claro el mismo mensaje: en arquitectura es el cuidado y no el tamaño lo que de verdad importa.

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