Si para una persona mayor es un trauma cambiarlo de ambiente, por ejemplo abandonar el calor y la seguridad del hogar apareciendo en una cama de hospital, para cualquier persona un cambio importante puede suponer también un pequeño trastorno. No hay que ir contra los cambios de entrada, de hecho estos pueden ser favorables, pero ¿quién lo sabe? Aún así, dándole un voto de confianza al futuro (y al presente, dicho sea de paso), un cambio en el status quo es siempre caótico al principio. En momentos así, digamos ahora, es cuando pienso de nuevo en unas vacaciones. Y ya no en las vacaciones tal y como yo las entiendo, es decir cogiendo un avión y perdiéndome allende los mares. No, vacaciones en el sentido literal de la palabra, vacans, participio del verbo vacare: estar libre, desocupado, vacante; Vacuus: vacío, desocupado libre. Vacui dies: días de descanso Vacatio (-ionis): dispensa, exención.
Unas vacaciones que supongan la desconexión total con mi realidad profesional actual, que me permitan dedicarme a la lectura y a la música, que me permitan olvidarme de la arquitectura, del urbanismo, de la política, del teléfono, de las recurrentes reuniones interminables, de los malos rollos en definitiva. Unas vacaciones que me permitan acostarme con el despertador apagado, vivir sin mirar el reloj, no encender el móvil en horario de trabajo. Unas vacaciones que me permitan tomarme un café por las mañanas con mis amigos, ir al cine entre semana sin dormirme, salir a cenar un martes, por ejemplo. Unas vacaciones que me permitan soñar con intrascendencias, no con reuniones, conversaciones, faltas de respecto, pérdidas de confianza, caos, crisis... Unas vacaciones para volver a ser yo, el yo de antes, el yo feliz, el yo verdadero.
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