Palabras como puños, puños sin palabras
JOSÉ JUAN TOHARIA 25/07/2011
Es blanco, cristiano, de clase media, culto, con buenos modales, conservador. Y, además, un fanático asesino en serie. El caso de Anders Behring Breivik constituye un doble y trágico recordatorio: por un lado, que la violencia extrema no es monopolio exclusivo de ninguna cultura o religión, de ninguna ideología o creencia; por otro, que quienes se complacen en lanzar a los cuatro vientos y "sin complejos" palabras como puños tarde o temprano tienen seguidores desequilibrados dispuestos a prescindir de las primeras y usar exclusivamente los segundos.
En un reciente y esclarecedor libro colectivo, dirigido por Fernando del Rey y que lleva precisamente por título Palabras como puños, se documenta minuciosa y abrumadoramente el grado en que la espiral de violencia verbal desatada durante nuestra Segunda República por los grupos más radicales de la izquierda y de la derecha fue gradualmente ensanchando su efecto tóxico, terminando por hacer irrespirable el clima político y erradicando toda posibilidad de negociación, de pacto o de acuerdo. Pero ocurre que es en eso, precisamente, y no en otra cosa, en lo que en el fondo consiste la democracia: en ser un sistema (más o menos armónico) de frustraciones mutuas, según la conocida frase de Jefferson. Atrincherarse en purezas dogmáticas, creer que la búsqueda de consenso equivale a tibieza de convicciones o a cobardía y que la única actitud admisible es la intransigencia radical, no es sino abrir la puerta a la barbarie. Una barbarie, por cierto, siempre acechante, nunca del todo conjurada ni por tanto descartable, por consolidada que sea una democracia. Basta con un puñado de iluminados, y otro puñado de iluminadores, para que prenda la mecha.
En un sondeo reciente de Metroscopia, seis de cada 10 españoles dicen estar preocupados por el resurgir en nuestra Europa de ideas, planteamientos y valores de extrema derecha. Y casi cinco de cada 10 expresan también esa preocupación para el caso de nuestro propio país. Exageraciones, habrá quien piense, simple hipocondría política. Quizá. Por ahora, al menos, nuestra sociedad dista mucho de estar radicalizada, como confirman los abundantes datos de opinión disponibles: seguimos siendo un país que de forma prácticamente unánime cree que nadie está en posesión de la verdad, que nadie tiene derecho a decir a los demás cómo vivir o cómo pensar y que todos debemos respetar las ideas y creencias ajenas. Pero, al mismo tiempo, seis de cada 10 españoles señalan que ya empieza a ser detectable en las relaciones sociales el contagio de la crispación que ha venido caracterizando nuestro ambiente político. José María Izquierdo espiga diariamente, en su blog El ojo Izquierdo, lo más granado de las opiniones y comentarios de connotados informadores autosituados a la derecha de nuestra derecha política a los que él designa, en conjunto, como "cornetas del apocalipsis". Con frecuencia resulta difícil creer que lo que Izquierdo recoge no sea producto de su imaginación, sino transcripción literal de textos escritos por personas inteligentes, cultas y educadas. En la puja actualmente abierta por ver quién la dice más gorda y más brutal, la puerta ha quedado abierta a las "verdades como puños". Por suerte, por el momento, esto solo se da en los círculos que cabe definir como derecha de la derecha: resulta muy difícil, por no decir imposible, encontrar textos de tan desgarrada virulencia como esos que se pueden leer en El ojo Izquierdo en periódicos o publicaciones de difusión similar a la de los que los publican pero con la orientación ideológica opuesta. Quizá, después de todo, sea esto lo que nos está salvando, pese al latente temor popular que recogen los sondeos, de estar cerca de la fase de "puños sin palabras". Dos no pelean si uno no quiere -o si lo quiere mucho menos-. Lo cual no nos pone a salvo de que, de pronto, pueda aparecernos un Anders Behring Breivik que se erija en autojustificado justiciero.
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