Me fui el miércoles a Gran Canaria para estar en el concierto de Sting. Tuvimos la genial idea de ir en moto y habían habilitado una parte de los aparcamientos, muy cerca de la entrada, para los que optamos por la opción de las dos ruedas. Pablo me recogió en Gando, de allí nos fuimos directamente a casa de miamigo Juan y ya los cuatro (juan, Bea y nosotros) salimos hacia el estadio, adonde llegamos supuestamente media hora antes de que empezara el concierto.
La cola era enorme pero fluida, aunque atrasó el comienzo y no pudimos empezar a disfrutar de su música hasta pasadas las diez de la noche. Acompañaba a Sting una pequeña banda, formada por un bajo, guitarra, batería y una cantante, y también la Orquesta Sinfónica de Gran Canaria, que estuvo realmente bien. Buenos sitios, el escenario centrado, aunque algo lejos como era de esperar, y dos grandes pantallas que lo hacían muy fácil de ver. El sonido bien y la temperatura de la noche, nublado pero sin llover, excelente. Dos horas cantando con un pequeño descanso, y unos cuantos regalos finales, hicieron que saliésemos del estadio después de la medianoche. Parece mentira que Sting, con 59 años, siga manteniendo esa voz y que cante en directo de esa manera. La verdad es que es un concierto altamente recomendable y que no defrauda en absoluto. Ya me habían contado mis hermanas, que lo habían visto en Madrid, que me iba a encantar.
Aproveché este largo fin de semana para preparar unos informes que tenía pendiente, una memoria y presupuestos de obra menor en La Palma, dos presupuestos para La Laguna, leer un poco "El manifiesto negro" que estoy a punto de acabar y hasta dormir un poco. Una agradable cena ayer sábado y club de cine el viernes, del que ya hablé ayer.
A las 4 estaba ya en Gando y me encuentro con el aeropuerto de Los Rodeos cerrado, por lo que tuve que ir rápidamente a Agaete a coger el ferry a Tenerife. Llego a las tantas después de un viaje muy movidito y corro a buscar un taxi que me subiera a casa. Justo cuando cierro la puerta después de sentarme se me acerca un señor que dice ser Guardia Civil y que me dice, muy amable, que quiere hacerme unas preguntas. Me bajo del taxi y contesto algo nervioso:
>¿Desde cuándo está en Gran Canaria?
>Fui el miércoles para el concierto de Sting y me quedé hasta hoy.
>¿Tiene la entrada del concierto consigo?
>No, lo siento.
>¿Qué ha estado haciendo en Gran Canaria?
>Soy arquitecto y tengo obras allí.
>¿Podría abrir su maleta? (llevaba una mochila con ropa, dos carpetas y el libro)
>Por supuesto. La abro.
>Muy bien, gracias y perdone. ¡Ah! ¿le gustó el concierto?
>Mmmmmmmm, sí, me encantó. Parece que habrían recibido un chivatazo de alguien que viajaba solo, según me dijo después el taxista.
Me monté en el coche y a casa. Estaba nervioso porque quería llegar a tiempo de recoger a mis perritas para no dejarlas otra noche solas en el hotel canino. Durante el trayecto del muelle a casa me amenizó el viaje el taxista, un señor muy interesante que, nada más sentarme, empezó a hablarme de que era muy espiritual y me pidió perdón porque hablaba mucho y a lo mejor a mi no me interesaba. Le dije que no, que no me importaba y ya no cesó hasta que me dejó en casa. Fue una conversación entretenida, aunque un monólogo, y algunas cosas me dejaron intrigados y me hicieron pensar. Destacaré una que me dijo, acerca de la diabetes que había padecido, y de la que se había curado hacía un par de años. Me dijo muy serio: una persona se enferma de diabetes porque su vida no es suficientemente dulce; le falta dulzura a su vida.
Pagué, me despedí, recogí a Augusta y Octavia y aquí me tienen escribiendo, a punto ya de irme a la cama.
Mañana más.
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