Jon Sobrino, uno de los grandes de la Teología de la Liberación, conmovió ayer el corazón de los más de mil asistentes a la clausura del congreso de pensadores cristianos celebrado este fin de semana en el paraninfo de Comisiones Obreras, en Madrid. Nacido en Barcelona en 1938, en el seno de una familia vasca, el famoso teólogo jesuita había pasado gran parte de la noche anterior en un hospital y pronunció su discurso con voz quebrada. En una de sus manos era visible la jeringuilla que lleva a sus venas el suero que le ayuda a vivir. En el punto de mira, desde hace décadas, de los inquisidores romanos por sus escritos sobre un Jesús demasiado humano, Sobrino es, además, un testigo de mártires, un superviviente de milagro. También a él lo buscaban los escuadrones paramilitares salvadoreños que, instigados por extremistas cristianos, entraron a tiros el 16 de noviembre de 1989 en la residencia de jesuitas donde vivía con otros siete compañeros. Murieron todos: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín Baró, Amando López y Joaquín López, y también la mujer, Elba Ramos, encargada de la casa, y su hija menor de edad, Celina. Él se salvó porque aquel día estaba en Tailandia dando una conferencia.
Estrecho colaborador del arzobispo de San Salvador Óscar Romero, asesinado también en 1980, Jon Sobrino se hizo jesuita a los 18 años y viajó a El Salvador en 1957. Más tarde cursó estudios de ingeniería en la universidad jesuita de San Luis, en los Estados Unidos, y de teología en Fráncfort del Meno, Alemania. La Congregación para la Doctrina de la Fe (el viejo Santo Oficio de la Inquisición), lo ha molestado varias veces, hasta concluir en 2006, en una polémica Notificación aprobada por el papa Benedicto XVI, que en algunas de sus obras Sobrino "subraya en demasía la humanidad de Cristo, ocultando su divinidad".
Jesús, el fundador cristiano, se alzó contra la casta sacerdotal de su tiempo. Los teólogos de la Asociación Juan XXIII lo hacen ahora contra el poder episcopal. Ayer lo confirmaron con un manifiesto en el que lanzan "un reto" a los creyentes en el nazareno crucificado cerca de Jerusalén hace algo más de dos mil años. "Se ha acabado el tiempo de los silencios. Son tiempos de testimonio, de compromiso, de avivar la fe en Jesús, de seguir sus huellas, de hacer nuestras las demandas de servicio y solidaridad con los más deprimidos, y de ayudar a implantar el reino de Dios entre nosotros como reino de justicia, de paz, de libertad, de igualdad y de fraternidad-solidaridad", proclama el mensaje final del trigésimo congreso de la organización.
Poco antes, el jesuita Jon Sobrino había dicho en su lección de clausura que "la Iglesia ha traicionado a Jesús". "Esta Iglesia no es la que Jesús quiso. Esta es la idea que tengo ahora, viejo y medio ciego, en espera de la muerte", dijo a los congresistas. Más tarde, en la colecta celebrada durante la eucaristía aportaron 17.000 euros, que se destinarán a proyectos de solidaridad con África, América Latina y Asia.
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