Arturo Pérez-Reverte, en esta
réplica al artículo de Francisco Rico publicado en estas páginas la semana
pasada, fija la clave del enfrentamiento en la versión que el escritor hizo de
la obra maestra de Cervantes para uso escolar
El profesor Paco Rico, conspicuo
cervantista y académico de la RAE (personaje que aparece, por cierto, con
expreso agrado por su parte, en mi novela Hombres buenos),publicó
hace poco un artículo en EL PAÍS, que a algunos lectores y amigos, e
incluso a mí, sorprendió sobremanera. No por la confusa sintaxis y ortografía
del texto ni por citar mal en latín pudienda muliebris en vez de pudendum
muliebre o pudenda muliebria (extremos ambos inexplicables en
alguien de la enorme, casi desaforada, talla intelectual del profesor), sino
por la biliosa virulencia con la que se pronunciaba sobre mi persona. Y más
sorprendente aún, habiendo tenido como tuvimos Paco Rico y yo, en otro tiempo,
una razonable amistad y un mutuo y público respeto, con flores mutuas y
comentarios elogiosos hacia el trabajo de cada cual, salvando las naturales
distancias, incluido algún artículo firmado y publicado por Rico, también en EL
PAÍS, donde elogiaba con entusiasmo (espero que sincero en ese momento, pues
nadie se lo pidió por mi parte) las novelas del capitán Alatriste; para alguna
de las cuales, por cierto, escribió incluso un magnífico soneto, publicado en El
puente de los asesinos, séptimo volumen de la serie. Ése que empieza: "No
picaré en el cebo de la vida / turbio nombre que Dios puso a la muerte..."
De ahí la sorpresa de propios y
extraños, como digo, ante el texto irrespetuoso y agresivo, venenoso incluso
(acabo de confirmar la acepción exacta de venenosoen nuestro diccionario
de la RAE), con que en la sección de Cultura de este diario se descolgó el otro
día nuestro más destacado cervantista contra el arriba firmante; quien, de
pronto, en insólita pirueta de gustos y afectos, se le antojabaalatristemente
célebre (feliz hallazgo, debo reconocerlo) escritor de bestsellers.
El pretexto aparente, que lo confuso del texto, insisto, no permitía deslindar
con nitidez, era un artículo mío titulado No siempre limpia y da esplendor,
publicado en otro lugar, sobre ciertas actitudes pasivas de la RAE que
personalmente desapruebo, y que también Paco Rico, al menos hasta ahora y
delante de mí, ha desaprobado toda su vida. En ese artículo, por supuesto, yo
no mencionaba ningún nombre, y mucho menos el del profesor; que, sin embargo,
se creyó en el deber de afear públicamente forma y contenido de mi texto. O,
para ser más exacto, de apoyarse en mi texto para ajustar cuentas. Para
subirse, como apunta el viejo dicho, en los trenes baratos.
Y es aquí donde parece oportuno
que mencione, para dar claridad al asunto, un suceso todavía reciente que tal
vez ilumine el misterio. Hace
dos años, de forma desinteresada y cediendo todos los derechos editoriales a la
RAE, hice, con la muy valiosa colaboración del excelente filólogo
Carlos Domínguez Cintas (que participó, también, en la conocida y soberbia
edición de El Quijote anotada
por los colaboradores de Paco Rico), una versión del texto cervantino adaptada para
uso escolar, aligerada de ciertos pasajes, relatos y digresiones. Mi intención
natural era utilizar para ese Quijotillo académico el texto tan magníficamente
fijado por el profesor y su equipo, y así se lo dije. Sin embargo, y para mi
estupefacción, Paco Rico me preguntó qué pasaba con sus derechos de autor. Le
dije que no había derechos a cobrar por parte de nadie, que se trataba de
aportar ingresos a la Academia, y él se negó. "Ya hablaremos", dijo.
Hasta hoy. Decidí, por tanto, mandarlo a paseo y utilizar el texto de nuestra
edición cervantina de 1780, con su agradable aroma dieciochesco,
enriqueciéndolo con los bocetos originales de las ilustraciones que acompañaron
aquella edición. El éxito fue enorme, nuestro Quijotillo ha vendido hasta la
fecha unos 80.000 ejemplares, y los derechos de traducción han sido adquiridos
por varios editores extranjeros, produciendo unos modestos ingresos que a la
RAE le vienen muy bien, habida cuenta del vergonzoso abandono económico en que
la tienen las altas instituciones del Estado.
En lo que acabo de contar
radican, lamentablemente, las principales claves del asunto. Desde que el
Quijotillo académico vio la luz, Paco Rico se embarcó ante terceros, cada vez
que tuvo ocasión, en una ácida campaña de desprestigio de la obrita y de
quienes la alumbraron. Cualquier pretexto lo caza al vuelo. Cosa comprensible,
por otra parte, habida cuenta de que el profesor, que asiste a muy pocos plenos
de la Academia y sólo atiende en ella a lo que le conviene al bolsillo, ha
hecho de su famoso texto cervantino, reeditado una docena de veces en distintos
lugares con distintos patrocinadores y nunca gratis et amore, que yo sepa,
un rentable medio de vida. Nada tengo que objetar a eso, pues cada cual se
busca las lentejas como puede. Unos publicamos novelas con más o menos fortuna
y otros manosean Quijotes sin rubor y a destajo. Pero en el caso de Paco Rico,
en mi opinión, eso ha terminado por hacerle creer que posee una especie de
derecho exclusivo, o de propiedad intelectual, sobre las palabras Cervantes yQuijote.
Y lleva fatal el intrusismo de quienes, aunque sea sin cobrar y para beneficio
de la Academia, dentro o fuera de ella, interfieren en su negocio. Aunque, en
este caso, la palabra exacta debe ir en plural: negocios. Quizá en otro
artículo, más adelante, si es que el profesor Rico me anima a ello, pueda
extenderme con espantables y jamás imaginados detalles sobre el asunto.
“Las académicas y los académicos”,
por Francisco Rico.
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