Hace años una amiga de cierta edad tuvo un accidente y estuvo ingresada dos semanas en el hospital. Yo solía ir a visitarla por las tardes, antes de empezar a trabajar, a su habitación, la cual compartía con dos señoras más, una de ella ya bastante mayor. Con el tiempo fui cogiéndole cariño a esta última y terminé visitándola después de darle el alta a mi amiga e incluso a su casa una vez dejó ella también el hospital. Aunque desgraciadamente Doña Leo ya murió, recuerdo esa época de mi vida con mucho cariño. Ahora siento no haberla visitado más, ya se sabe que el trabajo, los compromisos, la vida misma, nos va volviendo egoístas con el tiempo... Recuerdo que mis visitas fueron siempre muy intensas.
El mundo de los enfermos, del que afortunadamente no sé mucho, tiene siempre la sensibilidad a flor de piel y los sentimientos se multiplican. Recuerdo que a la otra señora, Doña Gregoria, con la que también me encariñé (ella tenía una vida más cómoda, un hijo, etc.), nunca la visitaban. Una vez le pregunté que si no tenía familia y me dijo que sí, un hijo que la quería mucho pero que no podía visitarla "porque tenía mucho trabajo". Así, la víspera de su operación de cadera, el hijo ni siquiera había venido a donar sangre, por lo que fui yo el que se ofreció a ello. La operación fue bien, le dieron el alta al cabo de pocos días y al hijo no lo conocí nunca. Por cierto, esta señora siempre me guardaba parte del pan de sus almuerzos, envuelto en una servilleta, el mismo que yo arrojaba discretamente a la papelera cada vez que abandonaba la habitación.
Me han vuelto estos bonitos recuerdos a la cabeza tras leer un interesante y emotivo artículo en el periódico sobre la ONG "ADOPTA UN ABUELO", una iniciativa que me parece simplemente maravillosa.
Adoptado a los 86 años
Decenas de mayores son visitados en sus residencias por
“nietos” sin lazos de sangre.
ANTONIA LABORDE. Ciudad Real 15 OCT 2016 - 17:20 CEST
Bernardo Cea camina apoyando sus 88 años en la empuñadura de
un bastón de madera con forma de cabeza de pájaro. El brazo libre lo coge
Alberto Cabenas, un joven que conoció en Andamac, una
residencia de Ciudad Real en la que vive hace cuatro años. Coincidieron
porque Cabenas visitaba a su abuelo, que falleció hace casi un año. La Navidad
del 2013 Bernardo le pidió a los Reyes Magos un nieto y Alberto cumplió su
deseo. Lo “adoptó” y decidió propagar su acción hasta convertirla en una
fundación: Adopta
un Abuelo. Este año un centenar de mayores, en su mayoría sin familia
directa, tendrán “nietos” y nueve países están interesados en imitar el modelo
de voluntariado.
En
el pequeño municipio de Torrenueva está la casa de Bernardo. Nieto e
hijo de carpintero, continuó con el oficio familiar y construyó una segunda
planta con la ilusión de que un matrimonio joven la habitara y se ocupara de él
y su esposa. “Estaba dispuesto a que durmieran gratis o pagarles un sueldo,
pero nadie quiso”, lamenta. Hace seis años enviudó y cambió su vida “por
completo”. El octogenario, que no tuvo descendencia, decidió entonces mudarse a
la residencia, donde está a gusto y se siente querido. Cuando llega Alberto a
visitar sus tardes tranquilas, lo recibe con un abrazo. Al igual que los otros
nueve mayores que tienen “nietos” que los adoptaron en ese asilo. Cada mayor es
acompañado una vez por semana durante nueve meses por dos universitarios, para
no crear dependencia y por si uno no puede, que el encuentro tenga lugar de
todas formas.
Ino Gallego tiene dos “nietas”. En su madurez trabajó
durante años para la Cruz Roja acompañando a mayores, y ahora es él
quien se deja visitar. Su esposa Trini Ruiz, que vive con él en la residencia,
está ansiosa por que comiencen de nuevo los encuentros, que se paralizan de
mayo a septiembre. “Ha pasado mucho tiempo, las echamos de menos”, comenta con
cariño de sus dos voluntarias que repetirán el voluntariado este año. Cabenas
destaca que el
programa beneficia a ambas partes porque los jóvenes aprenden de las
experiencias de los mayores y estos se sienten acompañados y revitalizados por
los voluntarios.
Adopta un Abuelo se fundó en octubre de 2014. Cabenas hizo
un plan piloto para el que convocó jóvenes de todas partes de España, y según
las ciudades donde más demanda vio, decidió llevar el programa: Santander,
Granada, Madrid y Ciudad Real. El objetivo este año es cerrar acuerdos con
residencias de otras cinco ciudades y lograr que más de 100 mayores sean
visitados semanalmente por sus “nietos”. El doble de la cifra actual. Las
solicitudes de jóvenes interesados en participar llegan casi a los mil, pero
faltan residencias, que son el soporte económico del proyecto. “Hay algunas que
me han dicho ‘no queremos voluntarios aquí’”, comenta Cabenas, que renunció a la
consultora KPMG y dejó su departamento en Madrid para mudarse a la
casa de sus padres en Ciudad Real y poder dedicarse por completo a la
fundación.
Bernardo está orgulloso de lo que ha logrado su “nieto”. Le
cuesta creer que él haya sido el inspirador de una idea tan bonita. “Yo, que no
tengo estudios”, dice sorprendido. Cuando camina por los pasillos de la
residencia, donde desfilan salones copados de mayores participando de los
talleres de tejido, de lectura, de colorear, lo hace con una sonrisa. Él no
quiere realizar las actividades que se imparten. Él solo quiere pasear con su
nieto.
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