Nuestros políticos de Coalición Canaria, nuestro PRI particular, también querían un Calatrava, y manos a la obra, no sólo uno sino dos son los que tenemos en Santa Cruz de Tenerife: un mastodóntico Recinto Ferial, obra pública que no se recibe nunca, y el nuevo icono de la isla (foto), la guinda del pastel, el Auditorio Adán Martín, con nombre de nuestro ex Presidente del Gobierno canario -ellos siempre tan autocomplacientes con los suyos, que tienen avenidas aún estando vivos-, que pasó por algún concierto allí una o ninguna vez. Yo soy asiduo al auditorio, me apunto a un bombardeo y, hay que reconocerlo, su construcción cambió la vida cultural de la ciudad, pero incómodo incómodo es y mucho, aparte de haber triplicado (¿o cuadruplicado?) su presupuesto. Ahora, podemos decir ufanos ¡nosotros también tenemos un Calatrava! (bueno, dos).
Calatrava, del olimpo al repudio
El periodista Llàtzer Moix analiza en un libro el ascenso y
declive del arquitecto español más popular e internacional.
No deja de ser paradójico que el arquitecto español más
popular e internacional haya terminado convertido en el símbolo del pelotazo
arquitectónico. En menos de tres décadas, Santiago Calatrava (Benimámet,
Valencia, 1951) ha pasado de ser el prometedor nuevo Gaudí a encarnar, en el
imaginario popular, la irresponsabilidad profesional y la ética cuestionable:
alguien que retrasa sus entregas, cuyos presupuestos se multiplican
sistemáticamente —hasta por cinco— y que comete una y otra vez el mismo error
en la construcción de puentes resbaladizos o de mecanismos móviles que, tras un
desembolso millonario, terminan inmovilizados.
Los anuncios de sus proyectos a bombo y platillo, la
sucesión de problemas durante su construcción y hasta los juicios se
han visto en la prensa a lo largo de los años. Pero no se conocía tanto la
trastienda: ¿por qué Calatrava pasó de ser el más deseado a convertirse en el
más criticado? Tratar de averiguarlo le ha costado al periodista Llàtzer Moix cinco años
de investigación. El resultado esQueríamos un Calatrava (Anagrama), un
libro en el que el periodista dibuja a un ser endiosado, un tipo tan dotado
para el dibujo como tacaño y cargado de prejuicios convencido de que le
corresponde un lugar en la historia. El estudio del arquitecto no ha querido
pronunciarse sobre el contenido del libro.
“¿Qué te parecería si te propusiera a ti que vinieras a
barrer mi estudio?”, le espetó Calatrava al director y fundador de la Escuela
Superior de Arquitectura de la Universidad de Cataluña, Alberto Estévez, cuando
este le propuso impartir clases allí. “Para que te quede claro, tú me estás
hablando desde tu isla, que está en el culo de Europa, y yo te hablo desde
Zúrich, que está en su corazón. Tu isla no me merece”, le dijo al ingeniero
Enrique Amigó, del Cabildo de Tenerife, cuando trataba de reconducir los
múltiples problemas del Auditorio, un proyecto que casi cuatriplicó su
presupuesto y con el que Calatrava ganó 12 millones de euros, de los 200 que
costó.
El libro recoge declaraciones y opiniones de antiguos
empleados, colaboradores y clientes de varias ciudades del mundo recopiladas
por Moix: de Atenas a Nueva
York pasando por Venecia, Bilbao, Barcelona o Valencia.
El volumen compone una vergonzosa instantánea de una clase política abducida
que permitió al proyectista comenzar obras sin licencia ni límite
presupuestario. Rigurosamente documentada y no exenta de humor ni de datos
técnicos lo que falta en esta “taxonomía Calatrava” son declaraciones del
arquitecto. “Sus representantes me dijeron que no estaba interesado en
participar en obras que pudieran contener algún elemento crítico”, asegura
Moix.
En 2012, el diputado de EUPV Ignacio Blanco creó la web
www.calatravatelaclava.com para desvelar detalles onerosos de sus relaciones
con la Generalitat Valenciana. El primer día recibió 80.000 visitantes. Su eco
llegó a la prensa extranjera. Calatrava presentó una demanda contra EUPV y
logró cerrarla y una indemnización de 30.000 euros. Sus promotores realojaron
la información en otra web: www.calatravanonoscalla.com y solicitaron ayuda
para pagar la indemnización. Este año el tribunal Supremo le denegó a Calatrava
el cierre de esta segunda web.
Frente al rosario de controversias hay dos excepciones. La
ampliación del Museo de Arte de Milwaukee: un proyecto que funciona, que
mantiene el movimiento planeado de sus cubiertas y que apenas ha sufrido
contratiempos más allá de multiplicar por cuatro el coste previsto. El encargo
del puente
veneciano por el filósofo Massimo Cacciari, entonces alcalde de la
Serenísima, también constituye una rareza. “Sorprendía que una persona de su
inteligencia creyera que un puente de Calatrava podría modificar
significativamente la imagen de Venecia”, opina el autor ante una ciudad que
descartó un hospital de Le
Corbusier, un edificio de Frank Lloyd Wright o un aeropuerto de Frank
Gehry.
Que uno conozca los escándalos asociados a Calatrava no es
óbice para que vuelva a temblar ante el retrato coral que describe el libro. Es
cierto que adolece de un exceso de testigos vagamente identificados (“fuentes
de su estudio”, “un ingeniero”). Con todo, el fresco que terminan por dibujar
los hechos vuelve a sorprender a quien cree haberlo leído todo sobre el autor
del Intercambiador
de transportes del World Trade Center de Nueva York. Fue Miguel Blesa,
entonces presidente de Caja Madrid, quien le encargó a Calatrava la columna
para la Plaza de Castilla. “La ausencia de Calatrava en Madrid era una herida
que nos dolía”, declaró el entonces alcalde Alberto Ruiz Gallardón,
que, escribe Moix, “al comprometerse a mantenerla o ignoraba irresponsablemente
el monto del mantenimiento o, aún más irresponsablemente, aceptó un enorme
coste para el ayuntamiento sin conocerlo". La de Madrid es una obra tan
anecdótica como reveladora. Empleó el 65% de su presupuesto en bronce que, a la
postre, fue forrado con pan de oro. El movimiento original ha terminado por
desaparecer y el propio Calatrava no asistió, en 2009, a la inauguración
presidida por el entonces rey Juan Carlos. Y todo, a pesar de que en los
jardines de la Zarzuela, no lejos de una pieza deEduardo Chillida, hay
instalada una de las esculturas del valenciano.
LA PANACEA, LA PESADILLA Y EL CONTAGIO
A finales del siglo XX, Calatrava tenía oficinas en varias
ciudades del mundo. Saltó de los puentes a los edificios icónicos con efecto
contagio. ¿Por qué no disuadían los problemas, cada vez más públicos, a sus
futuros clientes? Moix atribuye ese aguante “a la dificultad de abortar estas
operaciones por las inversiones realizadas y los compromisos adquiridos con los
contratistas”. Con todo, lo que en España costó décadas asumir, se aceleró tras
el desembarco de Calatrava en Nueva York, donde, tras exponer en el
Metropolitan Museum, el arquitecto aceptó sucesivos abaratamientos de su intercambiador
de transportes en la Zona Cero. Aun así, en apenas un lustro, la prensa pasó de
aplaudir su “paloma” a criticar su “puerco espín”.The New York Times lo
llamó “monumento a un ego creativo” y The Wall Street Journal de
“obra pública vergonzosa”.
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