Los españoles, hablemos de tópicos, somos muy dados a los "istas". Si no somos feministas entonces somos machistas, derechistas o comunistas, etc. El asunto es ponerle etiquetas a todos y a todo. Claro que cuando alguien no tiene pelos en la lengua, sabe hablar -y escribir- y es capaz de decir lo que piensa entonces casi de forma automática aparece una hueste de detractores que no ocultan su odio.
Hablemos ahora pues de Arturo Pérez-Reverte, escritor odiado o amado. En mi caso, que suelo pecar de políticamente incorrecto en mis modestos escritos cuando algo me toca mi fibra sensible (diría más bien mis fibras, pues me considero muy sensible, mala cosa por cierto), puedo decir que soy asbsolutamente admirador suyo, por muchas razones, incluso aunque pueda no estar siempre de acuerdo con él, he ahí mi admiración. Sabe escribir y sabe hablar, hechos que no siempre andan juntos; es de Cartagena (lugar querido por razones que no vienen al caso); le apasiona el mar (soy canario, poca explicación necesita esto); dice lo que piensa aunque sepa que no es lo que se espera escuchar de un académico de la Lengua; le pueden quitar lo bailado ¿pueden decir muchos que han vivido tantas vidas como él?. En definitiva, es necesario.
Resumo: YO TAMPOCO ODIO A PÉREZ-REVERTE.
▬
Odiando a Pérez-Reverte
http://www.elmundo.es/andalucia/2016/10/19/58074406e5fdea1e4b8b45ac.html
RAFAEL GARCÍA MALDONADO*. 19/10/2016 13:51
Resulta cuando menos llamativo el odio que en determinados
grupos de personas desata el escritor Arturo
Pérez-Reverte; a saber: feministas, escritores sin apenas lectores y
eruditos de la palabra o la pluma. Seguro que hay algún otro grupúsculo más
minoritario entre la lista de odiadores del novelista cartagenero, pero
ahora no quiero acordarme. Es prácticamente imposible abrir una red social y
que entre las noticias principales no haya una polémica en la que se ha metido
o -y es lo más frecuente- han metido a don Arturo.
La última de las trifulcas no la he encontrado uno en los
muros de Facebook y Twitter de poetas autoeditados o escritores imprescindibles
de los culturales, ni siquiera en blogs de educadas señoritas llamados En
mi coño mando yo, Mi raja es mía o algo así, sino en las
páginas de El País. Arremetía contra el autor de El tango de la
guardia vieja un hombre también polémico y rayano en la estulticia, de
nombre -de este sí quiero acordarme- Francisco
Rico. Académico de relumbrón, quijotesco, estirado y cínico como
sólo sabe hacer un hombre de su talla intelectual, llamaba a Pérez-Reverte productor
de best sellers, negándole no ya cierta calidad como narrador, sino la
categoría de escritor a secas. Al parecer el señor Rico -que fue un personaje
de la estupenda novela Hombres buenos, del propio Reverte, y de varias de
su amigo Javier Marías- respondía a las palabras de una reyerta gramatical
creada por el propio Reverte en las páginas de XL Semanal, donde daba
duro a los académicos políticamente correctos que prefieren no tocar ni hablar
más del desdoblamiento de género que tantas páginas de vesania está dando a
España. Es decir, don Arturo y algunos más prefieren el sentido común (los
españoles) frente a la conquista de las palabras por sectores feministas
radicales y políticos oportunistas (los ciudadanos y ciudadanas de España).
Aunque coincida con Reverte en esta materia, es cierto que
llamar a alguien a estas alturas talibancita de la pepitilla no ayude
a calmar las aguas, por muy fanático y pesado que sea el lobby de
igualdad de género en cuestión. Pero escribo esto no para echar más leña al
fuego del supuesto machismo, la insolente chulería y lo mediocre literariamente
que es don Arturo, sino para todo lo contrario. Soy lector desde que era muy
pequeño, precisamente por las mismas razones que lo es el protagonista de
tantos altercados: porque nací en una casa con una biblioteca muy grande.
Cuando se ha nacido entre algodones librescos uno suele tener mucha afinidad y
ciertos códigos cuasi masónicos con la gente que ha corrido la misma suerte. No
sé, una hermandad en el escepticismo desde la cuna, el saber que los
libros son y serán la más grata compañía en un mundo hostil e incomprensible.
El cerebro ha debido de cambiar de tal manera cuando uno ha jugado al fútbol
con porterías en los pasillos hechas de volúmenes de las obras completas de Pio
Baroja -libros que a los dieciséis años pasaron a la mesilla de noche- que es
inevitable no reconocer a uno de los tuyos, aunque sea de lejos. Que se haya o
no pasado uno al bando de los narradores es una cuestión sin importancia,
porque el verdadero escritor es un lector, un contumaz devorador de libros que
un día se dio cuenta de que tenía algo digno que contar y de que creía tener
idea de cómo hacerlo.
He leído la obra completa de Pérez-Reverte, sé de lo que
hablo cuando hablo de él y de su literatura. Algo que no puede decir casi
nadie de los que alegremente se pasa el día odiándolo de una manera cuasi
profesional. Desde el primer libro de Alatriste hasta Hombres
Buenos, he disfrutado y aprendido con sus novelas lo que probablemente no sepa
decir aquí. Reverte no quiere epatar, no quiere deslumbrar, quiere
entretener, como él se ha encargado de decir muchas veces, hacer que lo pasemos
bien y nos olvidemos del mundo. ¿Es que acaso hay algo poco noble en ello? ¿Es
que no justifica una carrera literaria un planteamiento así? Son muy loables
otros caminos: sea la perfección de la prosa, la búsqueda de un estilo barroco,
deslumbrar con la sintaxis o el best seller puro y duro, pero no
quita que lo que él hace sea un producto no sólo bueno, sino excelente. Porque
no nos engañemos, como ya dijera Juan Benet, en literatura sólo se trata de una
cosa desde el principio de los tiempos: tener algo que decir y cómo hacerlo,
porque todo lo que nos rodea es un enigma. Y Reverte de enigmas, de aventuras y
de viajes sabe, y lo demuestra con cada nueva obra. Tiene una imaginación
poderosa, y eso ya es mucho en un escritor. También ha vivido intensamente
-como Conrad, que antes de ser escritor fue marino y otros muchos-, sobre todo
en la guerra, ahí donde un hombre y una mujer demuestran lo que son sin
ambages, y ha leído más. Ello -su vasta cultura y experiencia- lo vuelca en las
páginas, algo que tal vez sólo sepa ver ese lector perspicaz del que hablase
Umberto Eco: el que ve la historia -planteamiento, nudo y desenlace- y el que
ve mucho más lejos, con complicidad, codazos y algún guiño de ojos, emparejando
su cultura con la del escritor en cuestión.
Pero más extraño aún es ver a este escritor tan exitoso
siempre en el punto de mira de las mujeres; de las mujeres feministas que,
claro está, no lo han leído. No sólo leyendo La Reina del Sur o El
francotirador paciente, sino cualquiera de sus novelas, se verá que todas están
llenas de protagonistas femeninos: mujeres aventureras y valientes, heroínas,
inquietas y luchadoras, viejeras, espías, artistas, etcétera. La mujer (la
mujer inteligente) es el centro de las novelas revertianas, me atrevería a
decir.
Sé que -aunque yo escriba otras cosas y me mueva en otro
estilo diferente al suyo- estoy entre esos afortunados que hemos comprendido y
querido a Reverte. Da pena y cansa verlo envuelto en tanta escaramuza estéril.
Pero qué importa, esperamos Falcó y esperaremos lo que venga mientras los
enemigos y las enemigas disertan sobre neocostumbrismo, igualdad de género
y estilo sublime, ése del que por supuesto suelen carecer.
* Rafael García Maldonado es escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario