jueves, 6 de noviembre de 2025

DE LA MADRE MUERTA


Nietzsche nos hablaba del eterno retorno, analizando lo absurdo de la existencia en un mundo que parece movido por el azar. El filósofo nos habla, a su manera, de la impermanencia (anitya), la verdad de que todo está en constante cambio y nada es permanente, fundamental para comprender la naturaleza del sufrimiento y liberarse de él. La filosofía arroja luz y sabiduría sobre nosotros, ayudándonos a entender el porqué de las cosas, si es que esto es posible.
En la literatura, en el cine y en la vida misma (que no deja de ser literatura y cine en sí misma, porque la absorben y la narran), nos encontramos muchas veces con el protagonista gritando ¡hazme una señal!, soplando las velas de una tarta de cumpleaños tras el recurrente ¡pide un deseo!, observando una estrella fugaz y pidiendo nuevamente, y así otras muchas situaciones. El refranero español, sabio como pocos, nos recuerda que "todo lo que sucede conviene", resumiendo en esta rima facilona un concepto del que los filósofos han debatido a lo largo de los años. Azar, sino, destino, hado, suerte, fatalidad, fortuna, estrella... viajan con nosotros siempre, los llevamos en la mochila, conscientes o no,  para encontrarnos con ellos en cualquier momento y cuando menos te lo esperas. Carpe diem, nos dice Horacio en el año 65 a.C., cosecha el día o, más actualizado "vive cada momento de tu vida como si fuese el último" (me gusta más en latín, de aquí a Lima).

Valga esta modesta introducción como prólogo de lo que voy a escribir a continuación: 6 días que marcaron el rumbo de mi vida, inesperadamente, como no podía ser de otra forma. Unos hechos donde coexiste el terror, la sorpresa, el amor, la máxima tristeza, la hipocresía, la cruda realidad y hasta el café. Acontecimientos que han modificado el tempo del metrónomo, que han cerrado una puerta y han abierto otra y que, proverbialmente, me han mostrado el camino al final del túnel secando la gota de los 251 mililitros.

Debo comprar flores blancas para mi casa.

Un desafortunado derrame cerebral dio comienzo a la odisea del viernes pasado -masivo e irreversible, nos dijeron la primera noche, la misma en que ingresaron a mi madre después de trasladarla en ambulancia desde su casa; aunque quizá fuera un ACV, un ictus hemorrágico u otra cosa con nombre parecido, de esos que con sólo escucharlo tiemblas-. Antes de conocer el veredicto (pena de muerte) tu cabeza va a mil, te acuerdas del ictus que le dio a tu tía y del que se recuperó completamente y piensas, ¡ojalá sea algo parecido!; llamas a esa amiga que tienes en Urgencias, por si diera la casualidad de que trabajara esa noche, e imaginas decenas de escenarios que favorezcan la recuperación. Después viene la cruda realidad, el resultado de las pruebas médicas se despliega ante ti para recordarte que no somos nada, que hoy estamos, pero mañana chi lo sa!
Ingreso, pruebas, sedación y a esperar el desenlace. Su madre no sufre en absoluto, nos dice, está tranquila, durmiendo. Si notan cualquier malestar o incomodidad por su parte no duden en avisar; posiblemente noten como los intervalos de la respiración se van haciendo más largos, de ahí que mis hermanas y yo estuviésemos pendientes en todo momento de su respiración. Mi hermano J y A intentaban regresar de Argentina por todos los medios, labor ímproba por una serie de complicaciones que, finalmente, les permitieron llegar a la isla unas horas antes de que se terminara todo.
Los dos días que estuvimos aguardando el fin, junto al cuerpo dormido de mi madre, fueron en sí mismos un espectáculo dantesco. Desde la entrada del hospital hasta su cama en un pequeño box "privado" al final del mismo, al que se llegaba tras atravesar una suerte de laberinto de pasillos flanqueados con camas de enfermos, casi todos de avanzada edad, con batas hospitalarias, pañales, vías y goteros, bolsas de sangre, vendas... Cada cama pasillera numerada, como debe ser, para que ningún paciente caiga en el olvido; biombos separadores, parejas de la Guardia Civil velando a algún delincuente esposado, camillas empujadas por celadores con enfermos con aspecto de desorientados, papeles pegados con cinta adhesiva con anuncios de todo tipo, desde SALIDA hasta salas de espera, diagnosis, Rayos X, NO PASAR, SE RUEGA SILENCIO, MÓVILES NO (esto no lo cumple nadie), y casi cualquier cosa que puedas imaginar o que, en su momento, se hizo necesario anunciar. El papelito pegado en la pared con cinta adhesiva puede ser, quizá, una de las cosas más españolas que existen. 
Siempre veremos, en un edificio nuevo y flamante, recién inaugurado, un directorio en la entrada al que le han añadido un papel pegado con alguna indicación olvidada: "puerta de la izquierda", una flecha, "entresuelo", "no funciona", etc. 
Camas y enfermos, celadores, auxiliares, enfermeras, médicos (imposible diferenciarlos para alguien con 0 experiencia hospitalaria), pasillos y rampas, puertas abiertas y cerradas, todo para llegar a varios espacios amplios, sin paredes, con pacientes acostados, sentados, deambulando como almas en pena, medio desnudos, tapados hasta arriba, quejumbrosos, dormidos, gritando, llorando.
Francisco, un vecino de mi madre, aunque él más sano y, por tanto, careciendo de box individual, aparentemente demenciado, gritaba a cada rato ¡socorro!, ¡socorro!, ¡que alguien me ayude!, mientras esperaba a que viniera alguien a hacerle caso. Las enfermeras, pacientemente, se acercaban a su cama y comenzaba la recurrente retahíla que tanto escuchamos:
> ¿Qué te pasa Francisco? Ya sabes que no te puedes levantar solo de la cama, que te vas a caer.
> ¡Te quiero!, ¡te quiero! 
Contestaba.
> Es que estoy esperando a Toño, mi hermano. Es que no llega y me dijo que iba a venir a verme. ¡Tooooooño!
> No grites Francisco, que hay gente durmiendo aquí. Igual tu hermano se habrá retrasado, estará trabajando, pero si te dijo que vendría, vendrá. Yo te aviso, no te preocupes.
> Gracias, te quiero. ¡Tooooooño!

Así fueron sucediendo las horas. Mi madre dormida plácidamente, Francisco pidiendo socorro, las auxiliares entrando y saliendo y una enferma cercana, visitada por dos hijas alternas, a la que le ponían en YouTube interminables vídeos de telepredicadores cristianos. Pobre mujer.
El segundo día un revuelo, había llegado Toño a visitar a su hermano. Todos aplaudimos, nunca se vio tanta alegría en aquel zulo de tristeza infinita. Toño había llegado, Francisco exultante, todos respiramos, algo que acaba bien. Francisco, Toño, una enfermera. A ella, con esa confianza que da un día y medio de cercanía circunstancial, le pregunté por todos los ancianos que no tenían un hermano llamado Toño, por esos que estaban solos. Así es, me dice, están solos y lo que les resta es esperar a morir aquí. Las urgencias de los hospitales se han convertido en geriátricos.
¿Qué hemos hecho mal?
En una de las múltiples reuniones a las que me invitan como arquitecto municipal, ésta sobre viviendas sociales, apuntaba al final de cada una de mis intervenciones la coletilla "y geriátricos" cada vez que decía viviendas. Así, una y otra vez, repetía "viviendas y geriátricos", hasta que el alcalde, visiblemente molesto, me dijo, ¡deja de una vez ya lo de los geriátricos, estamos aquí para hablar de viviendas". 

Así se escribe la historia.

Comenzando la noche terminó todo, la respiración cesó, la página pasó y se terminó con ella uno de los libros de nuestra existencia. La madre muerta, dolor desbordado. Huérfanos, los cuatro hermanos nos quedamos ahora solos pero con todo el resto de nuestras vidas para recordar. Robayna, El Médano, La Mina, lacasapasillo estos últimos años. Firmas aquí, tiempo de espera, desconcierto generalizado. Van encajando las piezas mientras nos indican los pasos a dar: acérquese a la entrada, hable con éste o con aquella, estas son las indicaciones, espere aquí que vendrá la funeraria y les explicará todo, mi sentido pésame, le acompaño en el sentimiento. Daba comienzo el periplo a Ítaca, el mismo que terminará con el cierre de la casa, la misma que debió ser otra pero la vida te recuerda siempre que nada está seguro, nunca. Comenzamos con la visita a las instalaciones de la empresa funeraria mediadora en estos asuntos.
> Mi sentido pésame, les acompaño en el sentimiento.
Cabizbajo, nos atiende muy amablemente un viejoven. Mis cuñados flanqueándome cual Pepito Grillo, expectantes ante lo que pudiera salir por mi boca, conocedores. Bla, bla, bla, esto y lo otro, yo nervioso ante tanto circunloquio para llegar al meollo: la elección del féretro, del modelo de esquela y la lista de lo que lleva incluida la póliza. 
> De entre los féretros pues escoger entre éste...
> El más sencillo, por favor, sobrio y sin adorno alguno.
Me enseña dos, el primero completamente liso, idóneo, aunque ¡naranja!
> No, es muy naranja, El siguiente es más oscuro, ese va bien.
> Sí, y tiene un crucifijo del mismo material en la tapa. No es necesario añadir ningún otro encima.
Muy bien, sea éste pues.
> Ataúd abierto o cerrado?
> Muy cerrado.
Cara de póker.
> Continuemos. Tienen incluido no-sé-cuantos recordatorios de...
> No, nada de recordatorios.
> Ah, pues entonces podemos cambiarlo por una segunda tarrina de flores, la primera está también incluida.
> Sea pues así.
Resuelto el modelo de la caja, el bajorrelieve crucero, la ausencia de recordatorios y las dos tarrinas florales, restaba la esquela. Yo, cuco y sabedor también, llevaba conmigo una foto de la esquela de mi padre que, en su momento, tenía preparada, manuscrita, para cuando fuese necesaria. De esa manera, con ella en la mano, tenía el modelo para poder dictarlo al compungido escribiente. Mientras lo hacía, él y yo manteníamos  una conversación de meras repeticiones de nombres, algún dato solicitado, etc., si bien todo ocurría bajo la atenta y escrutadora observación cuñadil.
> ¿Fotografía?
> Sin fotografía.
Añadidos los consabidos tópicos, sustituidos los "ruegan una oración por su alma" y "sepelio", por un simple "gracias", acaba la lectura de la esquela con "y demás familiares".
> No, le digo, ¿cómo sabe usted que hay más familiares" Con sus hijos, sus respectivos, sus nietos, su hermano y su sobrino es suficiente. Nada de "y demás familiares", por favor.
De esa manera, entre apuntes y correcciones, a las tantas de la noche, terminó de redactarse la esquela que acabaría publicándose el martes en EL DÍA y nosotros dimos por terminada la reunión después de consensuar la hora de apertura de la sala del tanatorio a la mañana siguiente y la incineración. Nuevo debate abierto y cerrado sin mayores dificultades.

Samuel Barber, *Adagio for Strings.

Velatorio.
No hay suficientes adjetivos para mostrar nuestro agradecimiento por tantas muestras de cariño y de amor. Nunca podremos agradecerlo suficientemente. Besos y abrazos, caras conocidas y alguna menos, gente inesperada, sentimientos encontrados, educación siempre. Horas intensas que terminaron con el corto funeral y el pequeño acto de la incineración. Entre la capilla y la incineración despedimos a todos aquellos que nos acompañaron entre abrazos y lágrimas. La verdadera familia estuvo allí, esa misma que no tiene que compartir la misma sangre, junto a la que sí, aunque de ésta vamos quedando tan pocos ya... Una cosa queda demostrada por enésima vez, no es el dinero ni el poder lo que mueve todo (aunque lo parezca, eso es cierto), es el amor.

NOTAS FINALES
Hace algo menos de un mes presenté por registro de entrada del Ayuntamiento, donde he trabajado los últimos 20 años, la solicitud de excedencia voluntaria "por motivos personales" (ni de coña dejo por escrito las verdaderas razones), decisión que los que me conocen saben lo que ha costado. Y a las pocas semanas ocurre esto, de manera que mi lectura es el absoluto apoyo de mi madre a la decisión tomada. Todas las piezas van encajando, aunque nos duela, he aquí otra lección que nos da la existencia. 
Pueden llamarme Ado, la esposa de Lot, aunque les prometo que yo no pienso mirar atrás.

Termino de escribir recordando el amor de mi madre por la música clásica, heredado por mí, compartiendo una de sus obras favoritas: el Concierto nº1 de Mendelssohn para Violín. 
Besos a todos. Los quiero.

Salgo a comprar las flores.

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