Planté hace una semana tres hermosos bulbos de batata que ya habían brotado (tallo y raíces) lo suficiente para plantarlos en tierra. Así lo hice junto a dos pequeños pinos que también me habían regalado en dos maceteros grandes colocados en el muro de piedra junto a la entrada de mi jardín. Una vez plantados a conciencia, ligeramente apisonada la tierra y convenientemente regado todo, le eché un ojo al par de días a ver si tenía buena pinta mi modesta plantación; todo aparentemente bien. Pasaros los días y este domingo, por la tarde, me acerqué de nuevo a los maceteros y descubrí que, si bien los pinos seguían lustrosos, los bulbos habían desaparecido, los tres. Intrigado me fui cabizbajo y triste por la pérdida de mis tres bonitas plantas en potencia.
Esta tarde, hace sólo diez minutos, estaba recogiendo las hojas caídas de mi árbol (sí, muy bonito, pero que tenga la hoja caduca es una lata cada otoño-invierno) y me encuentro un precioso nido en uno de mis cupresos. Me vino a la cabeza, al ver el nido, que perfectamente que la ladrona de mis bulbos podía haber sido la madre para alimentar a sus pollitos. Al final terminé alegrándome de tener nacimientos en mi jardín, y qué mejor que unos pajaritos.
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