viernes, 31 de diciembre de 2010

CHICO & RITA

El 25 de febrero del año que empieza mañana se estrenará la película Chico&Rita (ver trailer) en la que Mariscal y Fernando Trueba han tejido una espléndida historia de amor y destino para explicar la embriaguez del jazz y el despertar de los sueños.
El jazz es el protagonista magnífico de esta historia, con Bebo Valdés como homenajeado y como banda sonora junto a Estrella Morente, y con Cuba como esperanza. Pero más allá de la lucidez y la madurez de demostrar que el cine sirve para eso, para recuperar lo que añoras no haber conocido, la película es un viaje arquitectónico en el que uno se relame desde la butaca: un auténtico banquete para los sentidos. Los dibujos del Estudio Mariscal ilustran con generosidad cómo el mejor momento del jazz fue también el de la arquitectura moderna más sobresaliente.
Lezama Lima escribió: “El Malecón es la visión memorable de La Habana y sus barrios las infinitas variantes sinfónicas”. Fueron muchos los arquitectos cubanos que, lejos de copiar a los maestros internacionales digirieron la modernidad para redibujarla tropical, ecléctica, fresca, optimista y propia. En La Habana de los años cuarenta a los cincuenta fueron muchos los edificios que hablaron. Pero también lo hicieron las marquesinas de los hoteles y el muralismo de los bares más modestos. La arquitectura de galerías y porches mezclando espacios privados con la ciudad pública respira naturalidad y ofrece un modelo urbano que, con más realismo que nostalgia, deberíamos reconsiderar.
Una Nueva York fría y elegante, con el decó todavía reciente, con un colorido más de destellos que de tono urbano y con los barrios ya dibujados es la ciudad glamourosa, el escenario del triunfo, del poder y de las diferencias económicas. Pero también el viaje cubano es de ida y vuelta. Antes de la revolución, durante esta y tras años de gobierno comunista. La decrepitud del sistema coincide con la vejez de los personajes y con la decadencia de la arquitectura de la ciudad. Y Javier Mariscal lo cuenta sin decir nada. El diseñador ha escrutado la mejor Habana para narrarla con lápices de colores. Esta es una de las pocas ocasiones en las que la arquitectura no está aislada en el cine. Al contrario, participa de la película determinándola pero sin necesidad de protagonizarla. Por eso la arquitectura de Mariscal es narrativa, explica y emociona con dulzura pero sin empalagar. Más sensual que cerebral, evoca mucho de lo que esta podría tratar de recuperar.

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