Blake Edwards fallece a los 88 años
El director de clásicos de la comedia como La pantera rosa o El guateque era considerado como uno de los máximos referentes del género.
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS - Madrid - 16/12/2010
Blake Edwards era uno de esos genuinos hombres de Hollywood que convivían con igual deportividad y saludable sonrisa con los éxitos más rotundos que con los sonoros fracasos. Saboreó los dos extremos de una industria que conocía al dedillo porque se crió correteando de estudio en estudio a los pies de su padre, un pionero de Hollywood, J. Gordon Edwards, que había llegado con su familia a principios de los años veinte desde Tulsa para probar suerte en la nueva tierra prometida. Edwards fallecía, acompañado por su familia, a los 88 años de edad en un hospital de Brentwood (Los Ángeles) por complicaciones de una neumonía.
Él achacaba a la comedia, el género por el que Edwards que pasará a la historia del cine, el poder de mantener su salud mental en un mundo tan disparatado como el que describió en una de sus mejores y más corrosivas películas: El guateque (1968), en la que hizo gala no solo de su don para el chiste fácil sino también para una mordaz crueldad gracias a ese patético, torpe y entrañable personaje interpretado por un explosivo Peter Sellers, actor al que dirigió en su serie de La pantera rosa y con quien mantuvo una relación de amor-odio que rozaba lo patológico. "No, Peter no era un excéntrico. Oía voces, hablaba con Dios, tenía conversaciones diarias con su madre, que estaba muerta. Eso es locura", señaló en una ocasión Edwards sobre el actor británico.
Si Sellers fue la histriónica máscara de sus mejores comedias, Audrey Hepburn fue el dulce rostro de su gran comedia romántica: Desayuno con diamantes (1961). Basada en la obra de Truman Capote, Edwards dulcificó el triste relato de aquella chica que se curaba de los malos días (los rojos, que en relato de Capote eran casi todos) fantaseando de madrugada frente al escaparate de la joyería Tiffany's. Si las piernas de Marilyn Monroe abiertas de par en par a las tripas del metro de Manhattan forman parte de la iconografía del cine, el melancólico arranque de Desayuno con diamantes en una despoblada Quinta Avenida, también.
Edwards llevó a su propio terreno un género que bebía tanto del slapstic como de Preston Sturges o Leo McCarey y que él consideraba infravalorado artísticamente (sólo logró un Oscar honorífico en 2004 y una candidatura al mejor guión en 1981 por Victor/Victoria).
Sus primerizas incursiones en el drama (Días de vino y rosas) o en el thriller (Chantaje contra una mujer) se vieron eclipsadas por la gabardinas del inspector Clouseau y el solitario gato de Holly Golightly. Aunque esos personajes lastraran su carrera también le salvaron del chaparrón de millonarios fracasos, como Darling Lili o La carrera del siglo, una película difícil de olvidar gracias a Peter Falk y Jack Lemmon pero que fue un fiasco económico.
Edwards, que fue actor en sus primeros años, se acabó casando en 1969 con su musa: la actriz Julie Andrews, cuya bondadosa sonrisa le acompañó hasta el miércoles.
El director de clásicos de la comedia como La pantera rosa o El guateque era considerado como uno de los máximos referentes del género.
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS - Madrid - 16/12/2010
Blake Edwards era uno de esos genuinos hombres de Hollywood que convivían con igual deportividad y saludable sonrisa con los éxitos más rotundos que con los sonoros fracasos. Saboreó los dos extremos de una industria que conocía al dedillo porque se crió correteando de estudio en estudio a los pies de su padre, un pionero de Hollywood, J. Gordon Edwards, que había llegado con su familia a principios de los años veinte desde Tulsa para probar suerte en la nueva tierra prometida. Edwards fallecía, acompañado por su familia, a los 88 años de edad en un hospital de Brentwood (Los Ángeles) por complicaciones de una neumonía.
Él achacaba a la comedia, el género por el que Edwards que pasará a la historia del cine, el poder de mantener su salud mental en un mundo tan disparatado como el que describió en una de sus mejores y más corrosivas películas: El guateque (1968), en la que hizo gala no solo de su don para el chiste fácil sino también para una mordaz crueldad gracias a ese patético, torpe y entrañable personaje interpretado por un explosivo Peter Sellers, actor al que dirigió en su serie de La pantera rosa y con quien mantuvo una relación de amor-odio que rozaba lo patológico. "No, Peter no era un excéntrico. Oía voces, hablaba con Dios, tenía conversaciones diarias con su madre, que estaba muerta. Eso es locura", señaló en una ocasión Edwards sobre el actor británico.
Si Sellers fue la histriónica máscara de sus mejores comedias, Audrey Hepburn fue el dulce rostro de su gran comedia romántica: Desayuno con diamantes (1961). Basada en la obra de Truman Capote, Edwards dulcificó el triste relato de aquella chica que se curaba de los malos días (los rojos, que en relato de Capote eran casi todos) fantaseando de madrugada frente al escaparate de la joyería Tiffany's. Si las piernas de Marilyn Monroe abiertas de par en par a las tripas del metro de Manhattan forman parte de la iconografía del cine, el melancólico arranque de Desayuno con diamantes en una despoblada Quinta Avenida, también.
Edwards llevó a su propio terreno un género que bebía tanto del slapstic como de Preston Sturges o Leo McCarey y que él consideraba infravalorado artísticamente (sólo logró un Oscar honorífico en 2004 y una candidatura al mejor guión en 1981 por Victor/Victoria).
Sus primerizas incursiones en el drama (Días de vino y rosas) o en el thriller (Chantaje contra una mujer) se vieron eclipsadas por la gabardinas del inspector Clouseau y el solitario gato de Holly Golightly. Aunque esos personajes lastraran su carrera también le salvaron del chaparrón de millonarios fracasos, como Darling Lili o La carrera del siglo, una película difícil de olvidar gracias a Peter Falk y Jack Lemmon pero que fue un fiasco económico.
Edwards, que fue actor en sus primeros años, se acabó casando en 1969 con su musa: la actriz Julie Andrews, cuya bondadosa sonrisa le acompañó hasta el miércoles.
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