miércoles, 14 de abril de 2010

COSAS QUE LEER

¿Qué nos pasa?
GERARDO DI MASSO - Barcelona - 13/04/2010

El juez Baltasar Garzón sentado en el banquillo de los acusados y sometido a un proceso absolutamente inmoral iniciado por representantes del fascismo puro y duro amparados por jueces nostálgicos del franquismo.
El partido en la oposición sembrado de corruptos que dedicaron sus mejores y peores afanes a enriquecerse y enriquecer a sus amigos como si estuviesen en su finca privada y el resto de los mortales fuésemos ciegos, sordos y mudos.
Álvarez-Cascos acusa a la policía de inventar pruebas para inculpar a miembros del PP en la trama Gürtel. Esperanza Aguirre declara sin sonrojarse que fue ella quien destapó la existencia de esa trama que amenaza con hacer pedazos la impresentable estrategia de los populares para llegar a La Moncloa.
Federico Trillo continúa ejerciendo de diputado y encargado de la comisión de Justicia de su partido en el Parlamento, a pesar de estar rodeado de cadáveres.
Un ministro de Justicia socialista se vio obligado a renunciar porque tuvo la desgraciada ocurrencia de participar en una partida de caza con el juez Garzón y la inmaculada oposición descargó sobre él una tormenta de acusaciones, descalificaciones y sospechas.
Y nosotros seguimos confiando en las columnas de destacadas firmas para sublimar nuestra indignación y protestamos cómodamente instalados ante el televisor mientras fuera se cae a pedazos cualquier parecido con la ética, la honestidad y la justicia.
Ellos salen a la calle convocados por los obispos para defender su cerrada concepción del mundo, invocan la democracia aplastándolas con las botas de Pinochet y utilizan el dinero de todos para comprarle una medalla a su presidente.
Nosotros seguimos así, escribiendo cartas que seguramente no se publicarán y creyendo que el fascismo es cosa del pasado. Así nos va.
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Miedo a la verdad, miedo a Garzón
Elsa López. Martes 13 de abril de 2010

Él será soberbio, petulante, vanidoso… Lo que ustedes quieran decir o pensar, pero de lo que no cabe duda es de su manía a decir lo que considera la verdad en determinados asuntos silenciados de manera pertinaz por algunos sectores de esta España nuestra tan dada a falsificar la memoria y la historia. Dará conferencias y las cobrará; viajará y se lo pagarán; no lo sé ni me importa. Lo que me importa es su obsesión por llegar al fondo de determinadas cuestiones en las que nadie se atreve a entrar por lo dolorosas que pueden llegar a resultar las conclusiones que se obtengan; por lo escabroso que es el camino elegido y por los peligros que encierra el adentrarse en esas profundidades. Véanse las pruebas: Garzón lo hace y lo llevan al patíbulo simbólicamente hablando. La justicia, o lo que queda de ella, quiere ejemplarizar en él la destrucción de cualquier huella que pueda remover el pasado y sus oscuros laberintos de ignominias y venganzas. Matar al mensajero en este caso es un acto de limpieza universal para que nadie pueda volver a hablar de muertos incómodos, de guerras sucias o de asesinos consagrados como caudillos heroicos. Tienen razón los titulares de muchos periódicos: en España a Garzón se le persigue y acusa por querer defender una causa que la mayoría quisiera silenciar para siempre. En Argentina o en Chile siguen apareciendo hijos adoptados por los asesinos de sus padres; se siguen deteniendo a culpables y leemos declaraciones de torturas o localizaciones de lugares donde fueron arrojados los cadáveres. Y todos agradecen a Garzón esa transparencia. En nuestro país no sólo no se lo agradecen, sino que lo acusan y persiguen por hacerlo. ¿Qué temen los que así actúan? Todos lo sabemos. Todos sabemos quienes son los acusadores de Garzón: los herederos de una dictadura que tienen el miedo normal a que se destapen las atrocidades que en ella se cometieron. El poder judicial está politizado y no quiere levantar cadáveres, limpiar las orillas de nuestras carreteras y cavar las fosas necesarias para que podamos recoger los huesos y la memoria de los nuestros y enterrarlos en un lugar donde poder llevarles un ramo de flores y hablarles con serenidad. No, señor Cascos, Garzón no es una “amoralidad democrática” ni hay animadversión hacia el PP en las investigaciones que lleva a cabo; lo que hay es un clamor popular pidiendo que se haga justicia. Y ni a usted ni a muchos de los jueces ni a los grupos de ultraderecha que persiguen a Garzón les viene bien que esa justicia se haga por ser los protagonistas principales de esa historia de España que con tanto entusiasmo intentan borrar.

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