lunes, 15 de agosto de 2016

QUÉ POCO HEMOS CAMBIADO (EN ALGUNAS COSAS)

Estos días me anda dando vueltas en mi cabeza la figura del pelota, del lameculos, a raíz de algunos acontecimientos en mi trabajo que creo mejor no explicar ahora. El lisonjero sigue existiendo, como si el tiempo no hubiese pasado, tan siniestro y rastrero como toda la vida. Este personaje, que vende su alma por estar junto al poder, el mismo al que no le importa alejarse de sus compañeros por seguir en la órbita del jefe, el mismo para el que, siempre, el fin justifica los medios. El lisonjero, que es capaz de ir llorando por los rincones al grito de ¡nadie me quiere! para justificar sus actos o, peor, para justificarse y así ocultar su mediocridad. Este personaje mentiroso, verdadero agujero negro dentro un grupo de trabajo -quizá sea esto lo que me tranquiliza en el fondo- termina solo porque lo acaban descubriendo; bendita impermanencia. 

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