domingo, 3 de noviembre de 2024

ALTAS TORRES

 

Sí, no te creas importante, las torres son más altas y las mean los perros, dicen. Inusitada reacción ante la visita de los Reyes, insólita por novedosa. A reacciones similares frente a los políticos estamos acostumbrados, baste pensar en la llegada de Pedro Sánchez al desfile del 12 de octubre. Lo ocurrido a esta gente hoy debe hacerles pensar, un examen de conciencia no les vendría nada mal. Si ni siquiera los Reyes sirven ya para dar ánimos a esta pobre gente, la cosa empieza a pintar negra la monarquía.
Echarle la culpa a ellos y a Pedro Sánchez es la reacción más simplista de todas, aunque entendible.
Las cabezas que tienen que rodar no son las de ellos precisamente. Al César lo que es del César.

Cuando ocurre una tragedia en un territorio al que estamos sentimentalmente ligados experimentamos un orgullo, tal vez ilegítimo, por la respuesta decidida de todas esas personas que, sin pensarlo dos veces, se han organizado de manera espontánea para asistir a las víctimas de la catástrofe. Van en fila, un ejército vecinal sin uniforme, cruzan el puente ya llamado de la solidaridad en la prensa extranjera, cargan garrafas de agua, alimentos no perecederos, material sanitario, palas y cepillos. Te emociona y al mismo tiempo no te acaba de sorprender porque es esta una tierra de gente cálida, abierta, y si hubiera algún sustantivo para nombrar lo que vendría a ser una actitud cariñosa de carácter colectivo este pueblo mediterráneo sería merecedor de tal elogio. No sé cuántas veces se ha insistido, a cuenta de los saqueos, en que las desgracias sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos, pero no creo que ese comportamiento aberrante (si no es por hambre) pueda competir con la decidida actuación de tantos jóvenes que tratan de rescatar a sus paisanos de la desolación. Escuchas los testimonios de los desesperados y de los que los asisten, de los que se han arremangado a pesar de haberlo perdido casi todo menos la vida, de los alcaldes que están en la batalla, de aquellos que conocen bien las costumbres de su municipio y de forma articulada expresan lo que necesitan y piden explicaciones; observas a quienes hacen labores de rescate complicadas de manera admirable y sientes que este es un país que sabe sobreponerse, prestar ayuda humanitaria, compartir techo con quien se ha quedado a la intemperie. También ves a las periodistas que hacen sus programas en la misma trinchera y que en medio del barro y la oscuridad entienden que deben informar con austeridad, sin sensacionalismos. Es la manera de expresar su respeto.

Pero cuando ocurre una tragedia puedes sentir una vergüenza que tampoco te correspondería, pero ahí está, te asalta cuando adviertes la hipocresía de quienes hasta de los muertos tratan de sacar provecho y en medio de la tormenta se apresuran a presentarse en el epicentro de la desgracia para sacar rédito político apropiándose del protagonismo como si no hubiera nadie al mando. No creo que en este caso tan dramático ese afán usurpador obtenga resultados: la teatralización del dolor suena falsa de toda falsedad. Por supuesto que hablo de Feijóo. En momentos como los que vive toda esta pobre gente de Valencia o Castilla-La Mancha las demostraciones de deslealtad se alinean perfectamente con los bulos. Poner en duda las advertencias de la AEMET solamente porque se trata de un organismo del Estado es, una vez más, socavar la confianza en lo público justo cuando los ciudadanos están más necesitados que nunca de atender sus consejos. Y todo para qué, ¿para acudir al rescate de un presidente autonómico que desoyó las advertencias o, simplemente, por no desaprovechar la ocasión de atacar al Gobierno? Cualquier persona razonable y con el corazón en su lugar entendería que no es el momento, que hay que aplazar la bronca y que, incluso a un nivel meramente político, de las alianzas en situaciones críticas se desprende una generosidad que alivia el desconsuelo de quien está sufriendo. La impaciencia desmedida por llegar al poder denota una actitud grosera si no se controla. Pero tal vez insistiendo sobre ello alimentamos la furia de quien desea ganar a toda costa, quién sabe. Es urgente que se nos informe con limpieza de esta catástrofe para saber por qué la población no recibió la alarma a su debido tiempo, por qué no se paralizó la actividad laboral y vecinal. Ojalá reflexionemos además sobre cómo vivir y dónde, dado que esta será la respuesta natural de un mar cada vez más caliente.

Son tiempos en los que conviven el orgullo delegado y la vergüenza ajena, dos sentimientos que bien podrían enriquecernos si aprendemos algo de esta amarga experiencia.

Elvira Lindo, 03.11.2024

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