Les aseguro que a punto estoy de tirarla, es una pena que las cosas me afecten tanto. Ya de pequeñito, cuando en el colegio nos hacían aquellos tests que duraban un día entero -no recuerdo haber sabido nunca mi coeficiente intelectual, así que nunca debí despuntar-, me decían que tenía carácter secundario, que quería decir más o menos que las cosas se me quedaban grabadas muchos días. Ahora no sé si mucho o poco, lo que sí es verdad es que mi capacidad de andar enfadado por esto y lo otro, ante lo que yo considero injusto, ante la pérdida más absoluta del sentido común, ante la cutrez que abunda en esta nuestra sociedad, es considerable.
Durante la campaña electoral, al menos a las que nos tienen acostumbrados nuestros políticos patrios, no hablan realmente de lo que nos pueden ofrecer de manera realista, no, se dedican a echar pestes del contrario como si no hubiera un mañana, como si las cosas fueran blancas o negras, sin mesura, sin una visión ajustada de la realidad. El contrario no sólo no lo ha hecho bien sino todo lo contrario, siempre estamos al borde del abismo, del precipicio, de la nada. Da pena ver cómo no hablamos de economía, de empobrecimiento generalizado, de hipotecas, del sistema de salud, de esta crisis que parece no acabar nunca, de las ganancias de los bancos a espuertas, de lo que creemos asegurado, del coste de la vida, de los pobres que se juegan la vida en las pateras... Ahora que se terminó la coronación de Carlos III no tenemos disculpa para no hacerlo. En cambio sólo escuchamos hablar de ETA (pero ¿no se había disuelto con Zapatero?), de Bildu y de esta gente que no se merece estar en la palestra; al final es propaganda gratuita. Lo que no se puede es llevar décadas pidiendo la paz, el abandono de las armas, la integración en la vida política democrática -tal y como ocurrió con el IRA en Irlanda del Norte- y, tras su disolución, abogar una y otra vez por la ilegalización de todo partido con tufillo abertzale como un mantra repetitivo. Es tan fácil como no votarlos y listo.
Y si esta movida no fuera suficientemente sucia, entre elecciones en Turquía, la decepción eurovisiva que sigue y sigue en la prensa, Messi y su viaje al quinto coño, o la desaparición del inefable "Sálvame", nos encontramos en EL PAÍS con la terrible noticia de que Tamara Falcó se queda sin vestido de novia a dos meses de la boda.
Ahora sí me he quedado sin palabras.
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