Cicerón se maravillaba de una casa con jardín y biblioteca, para él lo era todo. Yo, que no osaría rebatir al sabio romano, disfruto hoy de la buena lectura un rato al sol; poco, el sol no me sienta bien. Tengo previsto preparar una ensalada de lechuga, langostinos, almendras, parmesano, aceitunas y miel, y descansar esta tarde como si no hubiera un mañana. ¿No son los fines de semana para eso? A pesar, incluso, de lo que opine Lady Violet Crawlwy, la condesa viuda de Granyham, pero por razones muy distintas.
Intento superar ese complejo de culpabilidad que se me echa encima cuando, estando en casa un fin de semana, decido no trabajar, es una losa que cuesta quitarse de encima.
Desayunaba un café hoy con mi amiga I y, conversando, llegamos a hablar de una amiga común, mejor una conocida, que parecía estar tocada por la justicia divina: soledad. Yo, que prefiero pensar en los castigos y recompensas terrenales y no en las posteriores posibles, pensé automáticamente en un paradójico refrán: "Dios castiga sin piedra ni palo", que no es otro que "Recoges lo que siembras" pero con su puntito religioso. Karma, lo llaman otros posiblemente igual de espirituales.
Entre cafés, historietas humanas y divinas, el final de la serie "El Silencio" y la lectura de un par de capítulos de "La Conjura de los Suicidas" de Petros Márkaris, termino sentado frente al ordenador para escribir un par de cosas en el blog y sumergirme en la búsqueda de conciertos, óperas y obras de teatro allende los mares.
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Mozart, Concierto para Piano No2. *Andante.
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